Sale el sol y allá van ellas. Paso trémulo, decididas a envolverse entre ellas.
Ninguna cumplirá ya los ochenta. Algunas pasan ya de los cien.
Se sientan en la plaza, separadas en grupos por distintos bancos.
No faltan a su cita.
Se arremolinan en sus asientos, haciéndose sitio unas a otras.
No sería necesario casi hablar, pero no paran.
Esas mujeres con toda su vida detrás, no ven la hora de bajarse a compartir, en la plaza, su soledad y sus miserias.
Nadie las podría entender mejor que ellas. No hay hijo o cuidadora que entienda ese idioma de la media sonrisa en cada queja y la carcajada en cada limitación.
Ellas, cuando alguna falta a la cita varios días, se preguntan unas a otras, como descartando lo que les ronda.
Les ronda la despedida, pero las habitan los dolores y la soledad.
Y allí en esa plaza se hacen fuertes y sienten que los dolores se empequeñecen compartiéndolos y que la soledad se espanta con sus risas.
No hay calor más fuerte ni ternura más limpia que la compañía que une a esas mujeres, que sumando sus vidas harían un festín de sacrificios y pérdidas.
La panda, un sortilegio frente a la tristeza de la vejez con la alegría del sol y la compañía.
A mi César, a quien sé que le gustaría esta panda y este texto que la quiere acariciar
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por acompañarme.