lunes, 15 de agosto de 2016

Bolas de pelusa

No sé vivir. Lo pienso frecuentemente. Y lo que más miedo me da es que las personas que no saben vivir, al parecer, no saben morir. Me gustaría saber vivir para poder saber morir.

Vivir es ir desprendiéndose de la vida. Atesorar serenidad en el acto de ser y saber desprenderse. 
Y yo no sé. No sé desprenderme de nada. No quiero. Por eso ni siquiera puedo aprender. 
Para mí vivir es aferrarme a lo que quiero, a lo que me hace sentir bien. Y no sé despedirme, desligarme de ello. No sé pasar página. Las páginas me pasarán por encima pero nunca sabré poner el punto y final. 

Me quedo prendada en esas puntillas que jalonan mi vida y le dan luz y alegría. Aunque sé que no me pertenecen, que no puedo acapararlas porque un día desaparecerán como espuma. Porque no son mías. Míos serán su recuerdo, la nostalgia por ellas. El desasosiego de haberlas perdido.
Y en ese desasosiego la vida se me descoloca, pierdo pie. Se me tiñe de una melancolía que la desdibuja y propendo a rehuirla. La mancillo.

Por eso, frecuentemente no quiero ser parte . No quiero querer. Me refugio en mí y en mis pequeños reinos que nadie podrá arrebatarme. La escritura, la lectura, mis paseos por la naturaleza, las nubes..
En cada jirón de decepción, de pérdida...me encojo como un bicho bola e involuciono. 

No sé decir adiós a lo que me alegra la vida, me la llena. Y me vacío en cada partida, en cada desencanto. Como si la vida no fuera precisamente ir superando ausencias y desencuentros. Y descubrir que nada es como tú creías y todo puede ser diferente.

Por eso sé que no sé vivir.  Y sólo me consuela que  esa ignorancia crece sobre emociones algunas tan hermosas que compensan este ejercicio estéril de entender algo. Tan profundas que se acercan al precipicio de preguntas que me impiden avanzar. Eso y encontrar a gente maravillosa, admirable, que me quiere cerca y me ve como no puedo verme yo. Y así me dan esperanzas de ir acercándome a quien me gustaría ser y no soy.

Leo a Sampedro y me acarician sus palabras al decirme que lo primero es la emoción y que no sabe desprenderse de sus cosas. Esas que le acompañan, que son parte de su vida y que no entiende por qué ha de abandonar solo porque le hayan salido unas bolas de pelusa.

Me gustan las bolas de pelusa de la vida . Viejas y sobeteadas me aferro a ellas, frágiles, para no perder las únicas certezas que tengo y me acompañan. Para poder sobrevivir a la constante duda sobre si seré yo que, al no saber vivir, malgasto la vida que me premia con la auténtica soledad de sentirse sola. 
O será que vivir es zambullirse en ese inmenso vacío y no ahogarse.