miércoles, 30 de diciembre de 2015

"El cielo es azul y el mar es azul"

"El cielo es azul y el mar es azul".
Parece poesía y lo es. Si no fuera una frase inmensa como el cielo y el mar que  separa el mundo de la pequeña que la repite, de todos los que la rodean. 

Y en esa fractura no sabemos si es feliz, si siente todo el amor que se le entrega y ella no sabe devolver. No sabemos qué pasa en ese mundo suyo al que nadie tiene acceso y del que pocas veces puede salir.

El dolor que yo siento es el de su tía. Ella que es todo amor y entrega, se lo da a manos llenas y la acoge feliz, ahora que la dejan, y la complace y la acompaña como puede en ese otro mundo que no entiende y al que no puede acceder. 

La pequeña sonríe y el cielo y el mar son mucho más azules y tan profundos como la ternura y el amor de su tía al verla sonreír.

El destino a veces se tuerce y separa mundos y lo simple se complica y se convierte en un campo de batalla lleno de afecto y de infinita paciencia. Y la brecha se perfuma, se cubre de seda para que todo sea más hermoso, menos fatigoso a base de amor y de entrega y de perseverancia.

El destino torcido arremete y sólo queda acompañarlo y llenarlo de amor. Como esta tía con su sobrina.

Por eso es más lacerante ver como los adultos  nos empeñamos en crear brechas que nos separan y aíslan, incluso de los que más queremos. Sin entender por qué. Sin dar opción a crear puentes o restaurarlos. 

Y como dioses ciegos y despiadados nos empeñamos en torcer destinos hermosos y justos. 




                                                        Para mi amiga, mi hermana.

martes, 29 de diciembre de 2015

Tatuado en mi corazón

Mi hijo va a hacerse un tatuaje. Hoy.

Casi sería anormal que no se lo hiciera. Eso parece.
A mí no me gusta la idea. Si no tuviera dieciocho años, no le daría el permiso necesario. No me gustan las cosas que son para siempre por naturaleza, las que no tienen retorno. Por eso no entiendo los tatuajes, independientemente de su acierto estético. No me gustarían en una pared, mucho menos en el cuerpo.

Recuerdo que Rosa Montero los interpretaba (interpreta el suyo, al menos) como un desafío a su propio cuerpo. Una imposición, la única que puede hacerle. Frente a tantas que se nos imponen desde él (hablaba ella de la enfermedad, la devastación física).
Para mí el cuerpo es otra cosa. Es sagrado. Y la enfermedad, algo que lo ataca, que lo corrompe desde fuera. Nunca quisiera marcarlo o doblegarlo.

Un tatuaje también me parece un ataque. Sobre todo por lo que tiene de irreversible (ya sé que ahora hay métodos para eliminarlos, pero qué métodos!)

El tatuaje de mi hijo será bonito y tiene una explicación.
Es una estrella hecha de corcheas. Y él lo me lo explicó de manera hermosa: "Llevo desde los cuatro años acompañado por la música, mamá. ¿qué es lo que no entiendes?" .
La estrella es la que yo espero que le acompañe toda su vida y hasta ahora ha sido así,un poco. Así que , y como no tengo más opción, sea.

Y haciéndome yo misma esa pregunta, por qué no entiendo ni acepto esa idea ( no la de las corcheas, la del tatuaje), me he dado cuenta de algunas cosas.

El tatuaje duele y marca y esas son dos experiencias que quisiera evitar a mi hijo en la vida. Son dos experiencias contra las que he luchado desde que nació para apartarlas de su lado, para que no fueran parte de su día a día.
 Ahora él se lanza a ellas, las elige. Como una forma de expresión y de identificación. Personal y de clan. 
Ese tatuaje me está diciendo muchas más cosas que el simple amor de mi hijo a la música. Me está explicando que mi hijo quiere enfrentarse al dolor por lo que le gusta, que quiere elegir, y elige posiblemente equivocarse porque quiere. Quiere experimentar en su piel su propia decisión, aunque duela. Quiere vivirla. La vida. Su vida.

Le he dado mi opinión sobre la irreversibilidad, los riesgos, el dolor. Le he pedido que se lo haga con garantías. Y ahora solo espero que no le duela ni haya complicaciones.


¿Qué podría yo tatuarme para que él entendiera lo mucho que lo quiero y lo necesito? ¿Su nombre en mi piel le ayudaría a entender hasta qué punto estoy sufriendo nuestra distancia y lo mucho que necesito su piel en mi piel y su sonrisa? ¿Su nombre en mi piel le haría sentir que lo llevo tatuado en mi corazón, pase lo que pase y sin querer que sea de otra manera, irreversiblemente?

Nunca lo habría podido imaginar... "Mañana", yo, con mi muñeca tatuada, además de mi corazón.





ALIVIO

La poesía, la música, la palabra...siempre la palabra.
Cuesta estar ahí, te preguntas para qué, por qué, hacia dónde. Te pierdes. Es normal. Es frecuente. Creo. A mí, me pasa. 
Y mirando alrededor, sería casi imposible que fuera de otra manera. Mirando dentro, también. Cuando quieres más, buscas más, preguntas más. Y cada vez entiendes menos.

Y aparece. Sin buscarlo. Un trallazo de todo. De luz y de sombra. De amor y de dolor. De sÍ pero no. Pero... ¡y ese sí!
Y estás ahí y te ves. En ese trallazo que es una frase o una palabra. Y eres tú. Y duele. Vaya si duele...

Pero en ese espejo te puedes ver, y puedes entenderte mejor y hasta quererte algo más. Y hasta sentir que no estás sola. O que puedes estarlo, puedes soportarlo porque estás ahí donde no lo sabías, en las emociones de otro y eso ya no es soledad.

La poesía, la música, la palabra...siempre la palabra

Alivio - Rozalén

Te duelen los ojos, sientes como se hinchan, toca remar. 
Me balanceo en hilos de coser, estoy a punto de caer. 

Apuras el café, apartas el diario y te vas... 
Agarras calendarios y te mientes 
si al romperlo pretendes al tiempo engañar.
Y te levantas, enciendes la luz y te parece que hiere. 
Y te bañas y al caer el agua te parece que empapa de más.
 

No estoy hecha para mi.... 
Y en cambio,cuando te miro,todo cobra sentido.. 
[ De: http://www.dicelacancion.com/letra-alivio-rozalen ] 
Y si vale la pena es por ti... 
Me oprimen el pecho, se entrecorta la respiración. 
Lamo mi sudor, el mismo que recuerda que sigue latiendo el corazón. 
El día es hielo y sin embargo yo logro arder. 
Tema al alma por su dictadura y cobardía que rompe al caer. 
Y me consumo al pensar en cómo, dónde estarás. 
Y me asfixio al pensar en lo que pudo ser y nunca será. 
Hasta el silencio se deja oír... 
Y en cambio, cuando te miro, 
todo cobra sentido... 
y si vale la pena es por ti...

domingo, 22 de noviembre de 2015

Un abrazo de árbol

    

                                               Para Juan Yeregui
                                           Porque los hilos invisibles nos sostienen, 
                                             nos acogen y nos atan a  lo más hermoso de la vida. 
                                                                      Gracias, Juan.
                    


Hoy no era un día cualquiera y el frío tampoco se lo ha querido perder.
Nos ha acompañado, fiel, esperando al amanecer y a que abrieran las puertas del Teatro Real donde íbamos a celebrar una fiesta muy especial.


Entramos tras media hora sabiendo que lo que nos espera nos va a calentar el corazón y el rostro aterido. 



Es ahora, después de unas horas, cuando la emoción me permite asimilar y disfrutar todo lo vivido. 

Como una niña en un día de circo, no quería que la magia terminara. 

Ha sido muy especial. 

He sido enormemente feliz por interposición. Todas mis expectativas, mis deseos, mis inquietudes giraban alrededor del encuentro de dos personas que son importantes para mi. Y ese encuentro era una victoria merecida para un guerrero que lo ha pasado muy mal, que echa mucho de menos a toda esa trup y que necesitaba estar al lado de su amiga ese día tan especial para ella.

Pepa ha estado emocionada todo el programa pero estoy segura de que nada le ha llegado al corazón y le ha gustado mas hoy que poder abrazar a Juan. 
Se ha roto en ese abrazo y, como no podía ser menos porque él es así, la generosidad de Juan la ha acunado y acariciado hasta recomponerla en un beso en su pelo que encerraba todo su amor y todas las palabras que ella necesitaba en ese momento. Y entonces, sí, la voz de Juan se ha quebrado y su fortaleza también. Todo lo sufrido se ha puesto de puntillas para asomarse por sus ojos y otear que Juan lo ha conseguido y que por fin está donde siempre ha estado aunque no podía estar. Porque Juan, fastidiado, sin poder casi caminar, no ha faltado ni un solo día a ese programa que es su otra familia. Ya se ha encargado Pepa de llevarlo prendado cada día en el vuelo de su sonrisa, y de nombrarlo y darle fuerza en cualquier oportunidad. Despidiendo cada finde con una canción feliz para él, para cantarle todo su amor y su apoyo.

Juan tenía que estar  ahí, celebrando con su amiga los 1500 programas en antena de "No es un día cualquiera"
y agradeciendo a todos su compañía y su ánimo. Era justo. Y necesario. Sobre todo para él. Era el premio a esa sonrisa que no le abandona por muy mal que vayan las cosas y que acoge y serena a quienes la disfrutamos.

Y ahí ha estado Juan, donde tenía que estar. Con su otra gran familia. Al lado de su querida amiga. 

A veces la vida es hermosamente justa.



sábado, 7 de noviembre de 2015

Los nadadores nocturnos

Esa aliteración de la "n" se extiende y abarca la sensación con la que termino al apagarse las luces e iniciarse los aplausos: "No hay futuro".
En el coloquio lo digo e intento "nadar" entre las intenciones, el mensaje, la visión del autor y la directora. Ellos, como todos lo autores, remisos a dar su versión de los hechos para no contaminar a sus espectadores y que haya tantas obras como espectadores, no me sacan de dudas.

Los nadadores nocturnos se reunen en la piscina cada noche, cargados con losas de  soledad y  dolor. Les cuesta nadar en la vida y se zambullen en el líquido elemento para aligerarse.Y para follar. Pero no lo consiguen. El grupo, la compañía, no les alivia ni les protege. Follar no les cohesiona. Les amontona. Les animaliza. Se encuentran, rebotan y salen expelidos del otro, como bolas de billar; con más soledad, si cabe, por ese conato de ilusión, de encuentro. 


No se nos dice por qué están malheridos. De dónde les nace ese dolor. Algunas pinceladas y el marco de una ciudad que ha sido saqueada por las multinacionales que dan nombre a sus calles y sus lugares de encuentro, nos ayudan a entender. No esperamos entender del todo el porqué; pero sí seguimos sus andaduras, en medio de músicas, danzas y brazadas poéticas, esperando una salida, esperando a la esperanza. Pero no llega. Nada culmina a pesar del drástico final carente, también, de sentido. Sin salida.

En esa piscina,  en esa "secta", todos esperan que alguno no vuelva y se haya cortado las venas. Así es como ellos mismos viven esa comunión en el líquido elemento: como un callejón sin salida. Asfixiante. 

Para mí todo encaja. El mensaje es demoledor. El grupo no nos salva. La búsqueda del otro, la única esperanza, no nos ayuda a encontrar la salida. Nos precipita a más vacío. Sin futuro. No nos queda nada. 
Hay una frase que preside la obra:
"Cuando oscurece siempre se necesita a alguien"
que cuando "cae el telón", se siente como incompleta y debería añadir, "aunque nunca aparezca".

Espero el debate con interés. Somos pocos. Hablamos. La voz de una chica, rota por la emoción, les da las gracias por ese espejo doloroso en el que algo de ella se ha visto reflejado y en el que se ha sentido acompañada renovando, así, sus ganas de salir de ahí, de bracear, de luchar. De buscar ese futuro, esa salida que la obra no nos ofrece. Es otra forma de verlo. Y, sin compartir su esperanzada experiencia, agradezco esa desnudez de emociones, ese llanto que tanto entrega y tanto desvela. Un tierno abrazo por parte de un actor es el galardón a su desnuda generosidad.


El teatro. Siempre el teatro. La palabra. Personas hechas de palabras, poniéndolas en pie y sosteniéndose en ellas. La vida encaramada a unos cuerpos que se tejen en palabras y nos arropan con ellas. El teatro. Siempre tan hermoso. Incluso si es fallido. El teatro rellenando ese zanja onerosa y viscosa que a veces resulta la vida. Un magma que nos arma y nos fortalece aunque no nos dé respuestas.





A la salida no pude por menos que saludar a mi tocaya-tocaya: "Esther Ortega" era una de las actrices del elenco y me resultó imposible no compartirlo con ella.
Nos abrazamos divertidas, echando el telón a ese encuentro con esas casualidades que son como un guiño en el camino. Para seguir avanzando porque quién sabe qué otros guiños nos esperan, traviesos,  más adelante.

Ventanas

Siempre que veo un cuadro con una casa en la noche, con ventanas encendidas, pienso que encierran toda la paz y el calor del mundo.
Edvard Munch. La tormenta. 1893. Óleo sobre lienzo. © The Museum of Modern Art/Scala, Florencia

Night Rain Under Willows - Terauchi Fukutaro (1891-1975)

Como en estas dos joyitas. Casualmente ambas se enmarcan en una tormenta. Y quiero pensar que es posible refugiarse en el resplandor de esas ventanas amables. No sé por qué.


Compañeros

Cuando me preguntan que por qué no escribo, siempre digo que porque no soy escritora. Y pensándolo bien, algo soy. Porque necesito escribir y por eso lo hago. Seré "escribidora" o "escribiente" o algo seré. No me siento escritora como se entiende una escritora al uso porque yo no sé escribir sobre nada que no pase por mí, por mi corazón. No soy capaz de ninguna ficción. Escribo sobre lo que me pasa por dentro incapaz de excursiones más allá de mis emociones.

Ayer reconocí a un compañero de viaje. Eduard Munch. La ingenuidad de los trazos de sus cuadros, sus colores planos, su bidimensionalidad...contrastan brutalmente con todo el dolor que transpiran sus cuadros.












Y pensé,viéndolos, que nadie puede pintar algo así si no lo siente profundamente. 

La larga vida de Munch
no debió de ser fácil. Sí intensa. En eso también lo reconozco como compañero. Intenso en sus emociones, en sus pasiones y sus fantasmas. 






Salí de la exposición con ganas de hablar con él y por eso me lancé a sus escritos. Y allí estaba también mi compañero de camino.

"Un ave de rapiña se ha aferrado a mi interior. 
Sus garras se han abierto paso hasta mi corazón. 
Su pico me ha taladrado el pecho y el batir de sus alas me ha nublado el entendimiento."

lunes, 2 de noviembre de 2015

La vela

La vela era poderosa. Soberbia. Tanto que, ajena a su poder o ensimismada en él, no le preocupaba si quemaba al que se acercaba. Y a veces, más que iluminar, deslumbraba y era necesario cerrar los ojos y obviarla.


Con el tiempo, la vela, templó su bravura y se olvidó de su dominio para entregarse a unos ojos recién nacidos y así, se hizo cálida y algodonosa. Firme sin abrasar. Generosa, complaciente sin pedir nada a cambio. Sólo quería iluminar su camino. Como él quisiera. Estar era ser feliz.



Ahora la vela se curva. Mira con ojos aguados y tristes de incomprensión. Sin entender que es esa misma vela que iluminaba feroz y tiernamente. Sonríe perdida. Nadie podía decir que es la misma vela. Ella tampoco. Y se pierde en esta otra vida que le está tocando vivir sin aprender a adaptarse. Sin armas para luchar una batalla que no comprende. Empeñada en enrocarse en una realidad ficticia en la que cree seguir alumbrando cuando ya sólo mantiene una mecha abrasada.




Miro la vela y casi no soporto verla apagarse y quisiera arroparla y mecerla y que un viento suave la apagara sin sentir el dolor de no ser para ser lo que no quieres ser. La miro doblada, extraviada y me gustaría abrazarla y encender su corazón con las brasas de un cariño que siempre ha estado ahí y nunca nos hemos dado.


Miro la vela y pienso en su cera derritiéndose ya para siempre, resbalando sobre lo que fue y quemando las últimas esperanzas de un futuro bondadoso. Y esa cera me quema como si algo dentro de mí se fundiera ya para siempre, dejando un rastro de cicatrices, calcinado.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Yo soy la locura (también)

Salgo, feliz. Encantada. He terminado de trabajar. Tengo dos horas para , paseando, llegarme hasta el auditorio donde me espera el disfrute total. Es un concierto largamente esperado. Desde que hace semanas compré la entrada y organicé todo para esta tarde. Para tenerla para mí. Para hacerme ese regalo.
Quiero llegar hasta allí andando. Disfrutando de la ciudad que tanto me gusta al atardecer.
Encendidas ya sus farolas que destilan tranquilidad y aromas de otros siglos. De pequeña ciudad sin prisas. La temperatura acompaña y sigo deleitándome. 


Anochece pronto por el cambio de hora pero decido adentrarme en el Retiro, casi desierto.

Qué placeres tan simples y tan completos...

Últimamente, la pinza, la olla, la cabeza y el santo al cielo han decidido "irseme", abandonarme insistentemente. Sin entender cómo ni por qué, me dejan en tierra de nadie y casi me perturba encontrarme con alguien que no soy yo , varada en una deriva que me sorprende como si no fuera mía.
Por eso se me ocurre pensar este día en medio de mi gustoso pasear, si hoy también será un día de esos en los que todos ellos se confabulan y me trastabillan los planes y los desbaratan. "¿Y si me he equivocado de día o de hora?" Son las 19:05. Estoy en la parte baja de El Retiro, en la entrada del Casón. Miro la entrada y ...efectivamente. La pinza, la olla, y todas mis neuronas menos una se han ido de viaje del inserso: el concierto empieza a las 19:30 y no a las 20 como yo pensaba. ¿Qué puedo hacer? 25 minutos. Tengo 25 minutos. Me toca volar. Y vuelo. No sé cómo. Ni por dónde. Pero vuelo. Y cojo el metro y vuelo. Y salgo del metro volando, sin fuerzas. Empapada de todo lo empapable. Y vuelo. Y llego sin aliento. Pero llego. Me pierdo una pieza y hago lo que más detesto: molestar a mis compañeros de filas. Pero no tengo otra opción. Entre los aplausos, me siento en la fila 4. Temblando. Exhausta. Pero feliz. Después de esperar tanto tiempo estar allí, escuchando a esa maravillosa voz, de esa maravillosa persona, finalmente lo estoy.  Y me abandono. Como una niña con un pirulí delicioso, lo gozo plenamente con miedo de que se acabe. 

El concierto es arriesgado, divertido, sútil. Jesús disfruta como no lo he visto otras veces. La percusión es certera y muy fina. Como una filigrana. El arpa nos mece sin darnos cuenta. Las cuerdas nos conducen firmemente. Y Raquel juega con su voz y nos lanza en un columpio de variadas emociones que nos lleva a los aplausos como a respirar. 
Impecable. Único. Como yo sabía que sería.

Acabo el pastel con la guinda del abrazo de Raquel que deja prendado en mi disco unas palabras de cariño más grande que toda la admiración que siento por ella. ¡Una locura! ¡Ay no! Dos.


Fiebre

Raúl se acerca a mí, señalándose la garganta. Con sus ojitos tristes y su vitalidad disminuida. Le duele. Y le debe de doler mucho cuando se para así. Tiene fiebre.
Estamos fuera de casa pero yo siempre llevo algún alivio para el dolor de garganta que a mí me acompaña cuando menos me lo espero, de forma rabiosa. Le doy una pastilla que sé que le calmará el dolor momentáneamente. 
Se sienta en mi regazo y se acurruca contra mí. Puedo olerle, besarle, cuidarle y protegerle. Sentir el calor de su piel; y su cuerpo, engarzado en el mío, debe de estar sintiendo un redoble que no entiende: es mi corazón emocionado y pleno. 
Pasamos así mucho tiempo. Acariciándole, meciéndole, haciendole sentir mejor en su malestar. Estoy deseando llegar a casa para preparle la cena y poder darle la medicina que le dé un respiro.


Me despierto. Son las 6. Muy pronto. Me despierto sin sentir la losa que cada mañana me recibe al abrir los ojos. Ligera, sin ese nudo en el estómago. Con una sensación de bienestar que hacía mucho no sentía. Aterrizo en el mundo real poco a poco y reconozco el motivo de mi placidez, de mis ganas de vivir. 
Tengo todavía una hora para poder dormir. Lo intento. Intento volver a ese epicentro en el que he sentido las ganas de vivir porque tenía lo que más quiero y necesito. No puedo. Me levanto rauda a este teclado para volver a estar con mi hijo,para intentar retener  ese peso en mi regazo que me ancla a la vida. Para poder embriagarme del olor y el calor de su cuerpo, para poder estar cerca de él y sentir que me quiere, me busca, me necesita.Para poder cuidarlo otra vez. Para sentir que no hay distancia entre nosotros y nunca podrá haberla.  Para volver a recibir la emoción de su amor que da sentido al sinsentido y al amargor de vivir. Antes de que se desvanezca y se diluya en una ráfaga, en un fogonazo.
 Antes de que los sueños vuelvan a su refugio de niños de perdidos.

sábado, 17 de octubre de 2015

Abre la ventana


Levántate. Camina. Abre la ventana.
Aunque no puedas ni sepas para qué.

Levántate. Camina. Abre la ventana.
Respira.
Con tu costado agolpado de dolor
Y el aliento jadeante, inabarcable la pena y la que vendrá.

Levántate. Camina. Abre la ventana.
Respira.

Porque si tú no lo haces nadie vendrá a cogerte de la mano
Nadie echará en falta tu risa cantarina, tu corrosivo humor o tu confusión.

Nadie saldrá a buscarte ni pensará por qué no apareces, ni eres ya la misma.

Levántate. Camina. Abre la ventana
Abre tus ojos. Respira.

No llores por saberte sola. Aprende que es así y que estabas equivocada.
Se vive solo , como se muere.

Levántate. Camina. Abre la ventana
Respira. Y aprende

Aprende a vivir en esa nueva piel
Protégela de la esperanza y la necesidad
Perfúmala de emociones y amor que no dependan
De nadie tras la ventana.

Pero ábrela y deja que la brisa o el vendaval sequen tanto vacío
Y lo llenen de impulso para seguir.

Aunque a ti ahora te parezca imposible y casi innecesario.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Con la miel en el corazón

                                         Para todas las voluntarias de MeV  y en especial para su capitana que nos                                                     permite ser parte de milagros que su enorme corazón propicia.

Muchos de nuestros jóvenes van a otros países buscando un futuro. No como una experiencia enriquecedora más. Como auténtica necesidad. Llegan a un país del que no conocen mucho y tienen que adaptarse y encontrar un sitio en medio, muchas veces, de una gran soledad y frustración. 

Imaginaos, madres (y las que no lo seáis imaginaos como hermanas, amigas,tías...) con vuestro hijo al otro lado del océano, solo, buscando un trabajo. Solo. Y lo encuentra. Y se enamora. Y empieza a ser feliz. Y tú, desde casa, te sientes también tristemente feliz de sentirle a él pleno a miles de kilómetros de distancia. Separándose de la pobreza de la que huía y que sigue siendo el latido de tu propia vida.

Y un día recibes una llamada. Tu hijo, en otro país a miles de kilómetros, no podrá ir a trabajar porque está ingresado muy grave en un hospital de ese país a miles de kilómetros. Ayer hablaste con él, estaba bien. Feliz. Hoy entubado, en estado grave con una hemorragia cerebral que inopinadamente le ha truncado la vida.

 Imagínate, tú, madre, que enloqueces de dolor y que quieres estar en el único lugar posible ahora: al lado de tu hijo, al borde de su cama en ese hospital que está a miles de kilómetros. Tu corazón ha dejado de latir para galopar al ritmo de las máquinas que logran estabilizar a tu hijo y mantenerlo con vida. Y estás al otro lado del océano y no entiendes cómo. Cómo la desesperación no te ha hecho volar y atravesar esos miles de kilómetros arrastrada por todas las lágrimas que no te permites soltar porque no tienes tiempo. Tienes que buscar la manera de pagar un vuelo para el que no tienes dinero. Y no la encuentras. Y entonces, ya, sientes que el mundo se abre bajo tus pies y que la vida es una concatenación de injusticias que permiten que una madre esté lejos de su hijo moribundo porque no tiene dinero. Y quieres gritar y romper y aullar mientras sigues buscando la manera de estar donde debes estar y no puedes, al tiempo que las horas pasan y no sabes realmente el estado de tu hijo ni qué estará pasando ni que irá a pasar en las próximas horas.

Imagínate, tú, madre que en medio de la rabia y la desolación recibes el billete gratis porque una compatriota a la que no conoces, ha movido cielo y tierra hasta conseguirlo. Y gracias a ella, embarcas para ese país que está a miles de kilómetros para llegar al único sitio donde tu sangre dejará de arder. Y llegas. A ese hospital de ese país que está a miles de kilómetros, después de un largo viaje y a una ciudad que no conoces y en la que no tienes a nadie, excepto el cuerpo inconsciente y grave de tu hijo. 

Vas derecha a la UCI donde él se encuentra y antes de verle a él, ensartado en catéteres, sin ninguna vida aparente, te encuentras con dos personas con bata blanca y mascarilla que le cantan, le tocan música y le arrullan para recordarle que no puede dejar de luchar ni un solo segundo. Que no está solo y que le toca aferrarse a las cosas hermosas de la vida que le acompañan en esa sala tan dura. Y esas dos personas con bata blanca, ahora ya lo sabes, tú, madre, son dos ángeles que hacen de esa vida injusta e insoportable un lugar de esperanza y calor donde todo es posible. Incluso el milagro de la curación de tu hijo que está muy grave. Y ese ángel que ha hecho posible que tú, madre, estés en el único lugar donde debes estar, depliega todo su corazón y hace una llamada a todos los ángelillos de los que ha sabido rodearse para no abandonarte. Para hacerte sentir que no estás sola y que mucha gente, una legión de ángeles, piensan en tu hijo e intentarán ayudarte y acompañarte en el viaje más amargo de tu vida.

Y algodonada por esas presencias que no conoces pero que te arropan con dulzura, se da el milagro. Y tu hijo reacciona después de la operación de cabeza que le permite liberar la presión del derrame. Y reconoce, y se mueve y lo que parecía imposible, sucede. Y el aire vuelve a entrar en tus pulmones, madre. Y vuelves a vivir. Como tu hijo. 

Imagínate, tú, madre, que con la boca llena de miel, el destino de nuevo te arrebata la vida y se lleva a tu hijo a la oscuridad de la que, milagrosamente, había salido. Y necesita otra operación, esta mucho más agresiva, para poder parar esa lesión que de tan profunda se hace inaccesible. Imagínate, tú, madre, perder de nuevo a tu hijo y saber que esta vez la recuperación será mucho más difícil y dura.

Imagínate, tú , madre, a tu hijo sedado. Con una herida en su cabeza de la que le costará mucho recuperarse. Inerte. Inerme. Atado a máquinas que le mantienen vivo. Imagínate, tú, madre, perder la conciencia del tiempo. Ver pasar horas, días, semanas, con tu hijo entre la vida y la muerte. Sin avances. A la espera de otro milagro. Imagínate el dolor, la soledad, la desesperación. Tanta que quisieras que te sedaran para dejar de sentir tanto horror por unos instantes. Para dejar de sentir la nausea que acompaña cada despertar cuando logras dormir unos minutos y vuelves a esa pesadilla que parece no tener fin. 

Pero no puedes Lorna. Debes seguir ahí. Arrullando a tu hijo. Aferrando su mano para que él pueda agarrarse a la vida. Como otro cordón umbilical. Este ahora invisible pero más férreo, más decisivo.
Y sabes que cuando no puedas más, cuando sientas que es imposible soportar más, ese ángel que te llevo en volandas a los pies de su cama estará a tu lado. Tirando de ti y de tu corazón. Porque los milagros son posibles gracias a personas como ella.


                                             Yo no puedo imaginar ese infierno.Y me produce tanta desazón                                                                         intentarlo que he necesitado escribir esto. En homenaje a Lorna y                                                              todas las angelillas que se han movilizado para no dejarla sola                                                                     en este momento tan dramático, donde lo más grande no                                                                                cambia nada y lo más pequeño te sostiene.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

El dolor del dolor

Una lee este titular y se queda clavada
Tienes que leer esta noticia para poder asimilar lo que significa. 
Porque es antinatura. Porque la muerte siempre lo es. Inaprenhesible. Absurda. Devastadora. Pero la muerte de un hijo no tiene ninguna cabida, ningún asidero. La vida con un hijo muerto no es vida. Debe de ser otra cosa. Pero vida no. Estoy convencida. No puede haber nada más terrible.
¿O sí? Tal vez sí. Bueno, al hilo de esta noticia, de la petición desesperada de estos padres es seguro que hay algo más horrible que la muerte de un hijo. El sufrimiento sin futuro y sin descanso. 

Ver sufrir a un hijo sin esperanza es peor que la muerte. Porque no sabemos mucho de la muerte salvo  que no hay nada y con la nada, sabemos que no hay tampoco dolor. Y el dolor de perder un hijo se amortigua si ves que él no sufre y que puede descansar.

Descanse y se vaya en paz Andrea . Aquí se quedarán unos padres rotos, que nunca más serán los mismos y que verán en la muerte de su hija la puerta hacia otra vida menos dolorosa. Por lo menos, la del dulcísimo recuerdo que ellos tendrán de ella. Esa vida en su corazón no se la arrebatará nadie y allí, ella estará siempre viva y sin dolor.

jueves, 17 de septiembre de 2015

La patria

Sintiendo repugnancia por lo que somos, vemos en las últimas semanas, cadáveres de niños ahogados en la playa; rios de personas, huyendo a pie, sin nada; zancadillas inhumanas que humillan gratuitamente; vallas, gas pimienta...el horror.

Nadie atraviesa países y mares a pie,o en barcazas, con lo puesto, poniendo en riesgo su vida, si no está huyendo de un monstruo mortal.

Nadie quiere usurpar la patria de nadie. Todo el mundo quisiera poder vivir en paz en su patria. 

La patria es el corazón.
Y el corazón se teje de recuerdos, de olores, de colores, de sonidos y de luces. La patria mama de las horas compartidas con los seres queridos y de los descubrimientos en cada experiencia. La patria es la mano de tu madre caminando entre la tuya y la sonrisa acuosa de tu abuela al verte. El olor a mandarina, a lapicero, a pimientos fritos. El eco de una copla o el viento entre tu pelo de camino a casa en un día otoñal. La música de un anuncio o un programa de radio. Las paredes, los árboles, las personas. 

Y en esa patria que es el corazón, hay corazones que son ángeles y amparan y dan vida. Y ponen la esperanza donde antes había miseria y asco. Y podemos volver a seguir.

Virginia  recibe la llamada de una compatriota desde un hospital: hay ingresado un chico venezolano en coma. De repente. Y está completamente solo. Su madre no tiene medios para venir.
Virginia se moviliza y no duerme y llora; y comienza a hacer llamadas. 
Y no duerme y consigue que se movilicen más personas y llora. 
Y no duerme y consigue que esas personas logren que una compañía aérea le pague el pasaje a la madre del muchacho y llora. 
Y no duerme y consigue que en el hospital la dejen entrar a la UCI con un flautista y ya no llora.Ahora extiende su sonrisa por toda la sala y blandiendo su cuatro y toda su ternura, canta y susurra a esa persona que no conoce pero por quien lleva dos noches sin dormir. La madre del chico llega en ese momento y desbordada por tanto,  rompe aguas como queriendo parir todo su amor y todo su agradecimiento y ahogar todo su miedo y su pena.

Virginia, llamada por "su patria", ha conseguido lo imposible. Ahora la madre de este chico estará acompañada por ella y por el "ejército de voluntarias" que la siguen en esa cruzada en la que ella se deja la piel, haciéndonos sentir a todas muy pequeñitas a su lado.

Virginia llamada por "su patria" ha puesto las cosas en su sitio. Ha puesto a una madre rota de dolor y preocupación, en el único sitio en el que debe estar: al lado de su hijo enfermo. Y ahora pasará lo que tenga que pasar. Pero con las cosas en sus sitio todo será diferente. Y queremos pensar que él, en su coma, sentirá el amor de su madre para despertarlo y la música que Virginia le llevará, como un lugar al que aferrarse. Y se sentirá en casa, en la única patria que debería existir: la del corazón acompañado en los momentos difíciles sin pararnos a pensar en fronteras o dificultades.

Hace tiempo se pusieron de moda unos colgantes que se llaman "llamadores de ángeles".
A mí me debe de haber tocado uno invisible con la propiedad mágica de poner en mi vida un ángel portentoso.
Se llama Virginia. Y hace milagros.



martes, 15 de septiembre de 2015

En un hermoso jardín

El nombre de esta asociación no es un nombre cualquiera. No es una forma de hablar. Música en Vena, se cuela en tu vida y estás contagiado para el resto de tu existencia. Y la llevas puesta cada día y en cada momento. En vena. 
Y como no me canso de repetir, MeV es un prodigio. Porque hace milagros. Invisibles, pequeños; pero transformadores. A cada uno de los que participamos en ella. Estoy segura.

A mí me ha regalado algunos de los mejores momentos de este último año. Y me sigue haciendo regalos cada día. Y a veces encadenados.
Como ayer que después de disfrutar de Sunnare, me llevo de la mano de un grupo de mujeres extraordinarias y divertidas a un torrente de delicadeza, creatividad y riesgo, muy afortunado. 
Estuvimos aquí
Y fue una noche increible.
A menos de medio metro de los pianos pudimos sentir el latido de las cuerdas en nuestro propio cuerpo.
Las manos de Alexis se deslizan por el teclado y Alexis se transforma.
Bach entra en él y se deja llevar; emocionada, apasionadamente. Bach, la magia de Bach, en las manos de Alexis...y todos volamos con él.




En medio de ese vuelo, el piano de Iñaki comienza a dialogar. Y Bach sigue siendo Bach pero con mil matices y colores. Nos arrebata. Hasta nos asusta. Es arriesgado este duelo en el que no hay rivales. 

Y la noche y el café central se convierten en un mundo nuevo donde casi es necesario cerrar los ojos  para asimilar y absorber tanta maravilla.Y el Jazz se hizo nombre y se llamó Bach.*
 
Me he puesto a escribir sabiendo que es una entrada frustrada. Lo sé, pero escribo. Intentando capturar lo inefable con un puñado de palabras. Imposible. Imposible explicar la sucesión de  matices, encuentros, desencuentros, sorpresas y emociones que nos hicieron vivir estos dos magníficos pianistas. Inefable. Las palabras a veces son muy pequeñitas y lo saben. Pero no les importa arriesgarse y hacerse ver mínimas. Así, tal vez, puedan reflejar lo extraordinario de lo que quieren expresar y no pueden. Las palabras son arriesgadas. Como la música que ayer nos regalaron Iñaki y Alexis.*
 
 Y cuando uno arriesga, a veces gana. 
Ellos ayer ganaron por partida doble. Por todo lo que  nos hicieron disfrutar y sentir; y por la terrible envidia que sembraron en nosotros al verles crear y gozar de un mundo propio y personal, meterse "en un jardín" e instalarnos a todos en  un hermoso paraíso. Como dioses juguetones que se atreven a tocar el corazón de un puñado de agradecidos y simples mortales.

Gracias.



*Perdón por la calidad de los vídeos, pero ante lo inefable del espectáculo quería ofrecer algunos botones que dieran una muestra de lo que fue.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Las últimas veces

Rosa Montero, en su último libro, continúa con ese mundo de ciencia ficción en el que su protagonista es una replicante. Rosa,que sabe que hay otros mundos y algunos infiernos pero que están en este, constriñe a su personaje en un tiempo limitado, con fecha de caducidad. Cada replicante sabe el tiempo de vida que tiene, la fecha exacta, y la ve aproximarse  sin poderlo evitar. Terrible. Una tortura que, en general, la vida, la nuestra, ésta que tanto nos cuesta a veces vivir y entender, nos evita. 

Sería horroroso conocer esa fecha con días y segundos. Sería casi insufrible ver cómo se acerca. No sé cómo nos haría comportarnos o cambiar. Tal vez tuviera algo positivo vivir esa tortura.
El sabernos finitos pero no con fecha exacta de caducidad nos permite no ser conscientes de "las últimas veces".  Y eso, a veces, puede que nos escatime la posibilidad de empaparnos de esa última vez, de vivirla a manos llenas, de saborear cada segundo con la intensidad que se merece. Pero también nos ahorra la infinita tristeza de la despedida para siempre.

Por fuerza del calendario, yo me creo muy cerca de algunas últimas veces. Y me pregunto cuántas más podré disfrutar de algunas cosas únicas. 
Ahora recuerdo y entiendo las lágrimas de mi abuela cuando nos despedíamos del verano pasado en su compañía. Mi abuela se preguntaba si esa sería nuestra última vez y lloraba. Yo, niña, no entendía por qué se ponía tan triste cuando la eternidad de estar juntos se posaba en el horizonte cercano de seis meses, los que tardaría en llegar la semana santa. Ahora sé por qué lloraba y qué temor la acompañaba.

Ayer dí el que podría ser el último paseo con mi padre por un campo sereno y hermoso bañado de una luz maravillosa del atardecer. Mi padre está enfermo y la enfermedad avanza y se apodera de sus músculos, de sus piernas. Yo lloraba como mi abuela, pero por dentro. Viviendo cada segundo como un tesoro doloroso y único. Tal vez sea la última vez.
Miraba el campo, ajado, exhausto del verano caluroso y de tanto trabajo... Los rastrojos se entregan a la luz del atardecer y brillan como un campo sembrado de rocío. Te deslumbra uno y  lo sigues con la mirada descubriendo a todos los demás. Como en esos sueños en los que encuentras una moneda y en cuanto miras alrededor no das abasto porque todo se halla bañado de cientos de ellas.Brillos dorados que descansan en la tierra , sin preguntarse ni lamentarse.  Son los restos desvaídos de la plenitud de la cosecha, son los restos que quedan tras el final, tras la despedida. Pero son unos restos tan hermosos... Sólo hay que querer mirarlos,  dejar que el sol los ilumine, que algo mínimo y residual se convierta en un campo de dorados brillos maravillosos.


Eso quiero yo para los restos después del final. Iluminarlos con la intensidad de los recuerdos que voy recopilando. Y me pregunto si seré capaz. Si podré soportar tantas despedidas que me esperan y que harán que mi vida sea un campo de rastrojo.

Mientras tanto, vivo muchas "posibles últimas veces" y las disfruto con ansia. Me pregunto cuántas veces podré seguir viviendo esto, cómo será cuando llame por teléfono y no me conteste esa voz, cómo será cuando llegue y ya no esté su sonrisa, con qué llenaré el vacío de su ausencia, cómo podre respirar ese aire que ahora llena ella, cómo podré sentir el calor de esas paredes que están llenas de ella...
Por eso cada segundo es una vida, una emoción. Y me pregunto si tanta emoción me permitirá iluminar los rastrojos de mi alma cuando ya no me quede nada más.

domingo, 30 de agosto de 2015

Tormenta de verano

Ha hecho un día radiante. Azul, caluroso, soleado y limpio el cielo nos regalaba un domingo de fin de agosto donde ir despidiéndonos de estos días pausados y con sabor a paz. 
Día de piscina, de dejar pasar las horas al sol y saborearlas. 



De repente, muy en silencio, un manto gris ha cubierto ese cielo y el día se ha transformado en un día otoñal cargado de viento, lluvia, rayos y truenos. Como si los madrileños, enfurruñados, hubieran sacado a pasear la frustración de volver a la vida normal y de tener que despedir a las vacaciones.


Me ha pillado desprevenida, casi como una especie de trasvase. Andaba yo perdida en una tormenta personal, embrollada en nubarrones que no me dejaban respirar, sorteando las agujas de rayos dolorosos que retumbaban en mi corazón con impotencia, cuando el día, la naturaleza, ha querido acompañarme y, tal vez, decirme algo. 

Sigo pensando en ese mensaje encriptado mientras mi tormenta continúa. 
La otra, la que me ha acompasado dulcemente, ha dejado una noche fresca y apacible. 
Lástima que las tormentas del alma no refresquen así ni reconforten.

sábado, 29 de agosto de 2015

Esos días azules y ese sol de la infancia...

Me levanto y salgo a la terraza a dar los buenos días a mi chopo iluminado por el sol.
Me recibe la calle adormecida, como con sordina, y lo disfruto despidiéndome de ello.Estos días, la ciudad respira con un ritmo lento que la humaniza y la hace querible. Las lenguas de asfalto descansan solitarias. Nos rodea un silencio que, como un celofán de calma, nos preserva de las prisas y la incomodidad.

Tengo la sensación de ir despidiéndome de tantas cosas...
Me despido de las vacaciones. Han sido unas vacaciones renovadoras. Simples y alegres. Disfrutando del momento. Sin querer pensar en nada más que en el minuto en el que estaba ¡Y eso es tan difícil para mí! 

Han sido simples y alegres porque he dejado a un lado lo que me amarga la vida y me he zambullido de lleno en lo que me hace feliz y tanto me gusta. De manera un poco ingenua, tal vez, esperando que al llenarme de luz, de descanso y de optimismo, todo lo que me hace infeliz se diluyera o difuminara un poco y perdiera su intensidad y me diera un respiro. Y no es cierto, claro. Las sombras vuelven más vigorosas, quizá, cuando has estado bañada de luz y optimismo. Tal vez pueda hacerlas frente con más firmeza, aferrándome a las maravillosas sensaciones que me han acompañado todos estos días de paz y gozo.

Volveré a la huella que han dejado este verano el sol, el viento y el mar sobre mi piel. 
La maravillosa experiencia de lanzarme a correr por la arena en la temprana mañana; sintiendo la brisa conmigo y posando la vista en ese mar cambiante lleno de luz. Como si el sol saliera de sus aguas. Empapada en sudor, con las piernas muy cansadas por la arena, sumergirme en él con una sensación de alivio y frescor que no quería que terminara nunca. Sola, en el agua, bañada por el reflejo del sol, sorteando y jugando con las olas.

Paseos interminables en la orilla de ese mar cambiante. En cada camino, el mismo mar y un mar diferente, de color diferente, de reflejos y movimientos diferentes. Buscando con la vista el sol caracoleando en la espuma alegre de la ola al romper, cabalgando sobre ella, hasta hacerle descansar como una puntilla de encaje perlada en la arena agradecida que, empapada, cambiaba de color. El encaje se diluía marcando el paseo de tatuajes tostados y  brillantes que parecían querer perseguir a esa ola en retroceso para no perder su caricia y no romper la magia. Como en un vals constante y siempre diferente.
Horas disfrutando de ese espectáculo. Siempre el mismo  y siempre diferente.
Y entre paseo y paseo, lectura. Leer, levantar la vista, el mar, volver a leer. Zambullirme en libros, en el mar, en paseos maravillosos. Leer, levantar la vista, pasear...

Aprovechar los días de oleaje fuerte, transgrediendo esa bandera roja que te advierte del peligro, para jugar con las olas como la niña que aprendió a interpretarlas, a buscarlas, a evitar sus embates y sus sacudidas. Y dejarme llevar por ellas, por su poder y su fuerza; en un hermoso tobogán  que rugía entre nuestros gritos alborozados.


Al atardecer, caminar por un mar cálido sin profundidad. Sentir en tu cuerpo el masaje del agua al adentrarte metros y metros en él, sin perder nunca pie en esa extensión de agua sin movimiento. Caminar, nadar, despojarte de toda la ropa que impide sentir esa naturaleza sin intermediarios ni fronteras, ni tirantes ni ropa mojada pegada a ti. Sentir en tu cuerpo la caricia de esa agua cálida y abandonarte a ella.
Y casi cuando el sol se va, salir y despedirlo
para disfrutar así del lienzo imposible de rojos, morados, violetas en que se convierte el horizonte y que se precipita sobre el mar; mientras la oscuridad toma la playa y nos convierte en sombras que, a nuestras espaldas, saludan a la luna como en un relevo de prodigios y tonos.

Días de agua, sol, salitre, lecturas, paseos... disfrutando de la familia, de los abuelos que están tan mayores y tan bien... Sabiendo que estoy disfrutando algo único e irrepetible y que, un día, no muy lejano recordaré como un paraíso perdido.

Del mar a la meseta. Al sol plomizo, al calor de chicharras y moscas que sabemos combatir tras los gruesos muros que jalonan el escenario de tantos años de mi vida, de tantas emociones y tantos recuerdos. Días de lectura, siestas profundas encaladas y veladas por un silencio sin tiempo ni medida. Rodeada de familia y haciendo de cada encuentro un momento para la alegría, para la risa. Aunque mi corazón llora al ver que el tiempo no pasa en balde para nadie y que los que un día me sostenían se pierden en un mundo desconocido y doloroso para ellos en el que ya no son lo que eran. 
Así que entre la tristeza profunda de ver que la casa se desmorona, que esas gruesas paredes que me sostenían ya no pueden sostenerme- algunas quebradas ya para siempre- y la inmensa alegría de poder seguir a su lado, guarecida por lo que siguen siendo, hago el esfuerzo de imponer la alegría y, así, intento estar más cerca de ellos. Nadie nunca sabrá que mis bromas y risa fácil son una simple máscara con la que cubro y trato de afrontar una tristeza profunda de pérdida y soledad.



Disfruto de los paseos vespertinos, cuando cae el sol y el calor lo permite. Kilómetros de campos segados ya que alternan su dorado rastrojo con el verde y el amarillo de girasoles alegres y esperanzadores.

Caminamos a su lado, disfrutando de este otro espectáculo, siempre el mismo y siempre diferente. Con atardeceres imposibles que iluminan con una luz casi mágica nuestros pasos y nos permiten deleitarnos con un horizonte que arde y pinta el cielo en una hoguera de tonos sobrecogedores. Cada tarde. 
Disfrutando con una alegría infantil de ese milagro simple y único que nos regala en nuestro paseo la naturaleza. 
Infantil como la emoción que siento al ver a mi padre a mi lado en esos paseos que, algo me dice, pueden ser los últimos para los dos. Y entonces la hora violeta tiñe no solo el horizonte que dejamos atrás. Mi corazón llora al tiempo que camina cantarín a su lado.

El calor insoportable de este verano nos da una tregua y me permite lo imposible: pasear, correr al mediodía por un entorno que cada día atesoro más: La hoz del río Gritos.
Y no lo dudo, me lanzo día sí y día también a recorrerla en soledad. Disfrutando de sus piedras milenarias,en tonos calizos, marronáceos y negros de musgo y tiempo; horadadas por el viento y el agua de la que un día fue lecho. Ahora discurre una carretera y una senda que me permite adentrarme por caminos solitarios y hermosos y disfrutar del silencio, el olor a higuera que se abalanza sobre mí  a cada tramo, como un abrazo que estremece mi memoria y mi corazón; del vuelo majestuoso de varios buitres que sobrevuelan el paraje y del maravilloso sonido de los árboles mecidos por el viento mientras el sol salta entre sus hojas regalando el prodigio visual de una sonata de destellos.



Y mis chopos y la sensación de que nada puede ser más hermoso que su balanceo , en un juego malabar de diamantinas hojas, rociadas de luz. En un recodo, bajo una higuera humilde y majestuosa,  me sorprende su danza centelleante mientras sus cimbreantes ramas al viento me susurran:"Estaremos aquí, Esther, cuando todo se quiebre y no puedas soportar el dolor de las ausencias, nosotros estaremos aquí. Recordándote lo que nada podrá arrebatarte y llenando tu vida de amor a lo hermoso, a lo sencillo , a las emociones" Y con ese susurro me rompo y entiendo que en esa soledad que ahora siento como nunca, en ese miedo que nunca pensé que sería mi fiel compañero a estas alturas de la vida, caben muchas cosas que nada podrá quitarme nunca.


Un verano sencillo. Sembrado de alegría casi impuesta por la fuerza de la vida. Alegría ante la desolación inevitable que se acerca pero que  todavía no está y cuyo paso firme y amenazante me espolea a disfrutar de cada momento como único. Un paréntesis de celebración de la vida.

Esos días azules y ese sol de la infancia...


Entre los papeles que encontraron en los bolsillos de Antonio Machado cuando murió exhausto, lejos de su país, puedo imaginar que como viviendo una pesadilla, hallaron uno que decía:
"Estos días azules y este sol de la infancia"
Hay muchas palabras de Machado que me parecen redondas, llenas de sabiduría y sensibilidad. Pero estas líneas me parecen una explosión de emociones, de pérdidas, de desvalimiento y de sencillez. Una lección de vida y una bandera limpia, erguida en la derrota. 
Abandonado a una realidad dolorosa e injusta, Machado descansa en la palabra, en los recuerdos, en la infancia. Donde todo es para siempre y la vida sonríe y acaricia.