"¡Ay madre mía!", llorabas y acudías a tu madre. Desesperado ante tu cadera rota que complicaba mucho más tu independencia y truncaba tu libertad para siempre.
Piedras que pesan y como un salto de rana inverso, rebotan y rebotan y rebotan y me devuelven tu recuerdo y el de los últimos años que fueron tu condena y mi auténtica debacle.
"¿Y nadie se tira por aquí?" fue tu pregunta al ver la terraza de la nueva residencia que te esperaba. Una pregunta ingenua que hablaba de ti y de la razón de ser de la angustia que me habitaba sin tregua.
Nudos del alma que impiden volver a respirar como antes. Un eco en bucle que me acompaña y desbarata cada día.
"¿Has llorado? ¿Qué te pasa?" me soltaste el día que el mundo se cayó sin saberlo, cuando fui a desearte dulces sueños. Tú, que negabas los días y la verdad en tu perdida mente confusa y enferma, notaste -todavía no entiendo cómo- que algo me había arrasado.
Una fina y única caricia que me cubrió ante tanta desesperada soledad. El cariño que nunca fue hecho carne, desescamándose estrepitosamente.
¿Te llegarían las escamas del mío tan intenso, tan desvalido?