Ayer me regalaron un cuaderno precioso. Y bolis.
Y me regalaron mucho más sin saberlo.
Ellas me empujan a escribir. Como si fuera su necesidad y no la mía la razón de hacerlo.
Me empujan al mundo en el que logro respirar.
Me empujan a vivir a letras llenas.
Me empujan a realizar lo único hermoso de lo que me veo capaz. Lo único con sentido.
Me empujan a ese universo en el que mi corazón deja de doler para ser y encontrarse con su verdadero latido.
Me empujan y miman mi yo más auténtico y vulnerable.
Las palabras a veces se me atragantan. De pura angustia e impotencia. Hay muchos agujeros con los que no pueden las palabras. Se arremolinan a su alrededor y se agarrotan aterradas ante ese precipicio.
Otras veces me salvan. De mi misma, sobre todo. Y por ello, frecuentemente, son un espejo dolorosísimo. Cuánta emoción encapsulada en palabras cuando en la vida soy incapaz de demostrar cuánto siento y cuánto quiero.
A veces las palabras me señalan como una impostora de la vida o al menos así me siento.
Mis fieles compañeras, las palabras....
Ayer dos personas me hicieron un regalo. Enorme. Me empujaron.
Gracias Boli e Inma por creer en lo único bueno que descubro en mí. Con enormes dudas de que sea realmente bueno.
Gracias Rosa y Viquilandia por empujarme también.