jueves, 15 de abril de 2021

Hace un año

 Hoy hace un año. Parecen diez. Pero sólo hace uno.

Hace un año, hoy, salieron del infierno. Los saqué de allí para llevarlos a unas pantanosas tierras movedizas, pero nunca antes tuve tan claro que era lo tenía que hacer.

Hoy hace un año que en un día lluvioso, mis padres, los dos, salieron de una pesadilla. Una pesadilla que nadie nunca pudo imaginar en este país, en el siglo XXI. 

Hoy hace un año que se acabaron para ellos la soledad, el maltrato, el abandono, la impotencia, la humillación... y todo esto lo recibían por un módico precio de 2400 euros.

En pleno confinamiento, fueron a casa sin saber si estaban enfermos o si lo estaba yo, que era la que iba a cuidarlos.

Completamente inválidos ambos, con necesidad de una grúa para moverlos. Demenciado mi padre, deshidratado. Mi madre llena de puntos y de dolores...

Y allí , teniéndolos en casa, con todos los miedos, los riesgos, las incertidumbres pude volver a respirar.

Podrían enfermar, podrían morir... Pero no lo harían solos ni abandonados como les pasó a tantos otros a pesar de nuestros gritos de desesperación, pidiendo ayuda a todas las instancias posibles que nada nos respondieron y les dejaron a su "muerte".

Empezó una nueva vida para ellos,para mis padres. La recuperaron. Recuperaron esa vida que allí dentro, en la residencia, les habían arrebatado. Escaparon de un posible contagio, de un posible deterioro irreversible, de una posible depresión, de una posible muerte.

Empezó una nueva vida para mí. Cuidándolos, tomando decisiones a ciegas cuyas consecuencias no podía calibrar. 

Empezó una cuesta arriba dura, complicada, sinuosa... Pero llena de luz y de esperanza.

Ahora, un año después, sé que hice lo que debía. Que nunca habría soportado vivir un año como viví ese mes de marzo que casi me enloqueció. Porque sufrir la impotencia, la injusticia y el silencio y la connivencia  de los que deben velar por los ciudadanos, ante esa hecatombe que se vivió en las residencias, es una manera de instalarse en la locura. En un mundo en el que Kafka se hubiera sentido un simple aprendiz.

Fue un recorrido de gran soledad, pero apuntalada por personas sin las que no sé si habría podido salir adelante:

 Ruth y Luz, las asistentes que se arriesgaron a cuidarlos desde el primer día sin saber en qué condiciones venían y sin protección por parte de su empresa. 

Gema, mi asistente social que se involucró como sólo lo puede hacer una enorme profesional y persona.

 Joaco, mi compañero de vida, que, cuando pudo, lo dejó todo para estar cerca de mí.

Es un día que nunca olvidaré. Es un día que se abre ante mí como el precipicio en el que salve a mis padres y me salve a mí misma de una angustia de una intensidad que nunca había sentido. Escapamos de la inhumanidad y la pura injusticia.

Hace un año y parecen diez.

Dos personas salieron de ese infierno. 30.000 nunca más podrán decir lo mismo.

Y todavía no se ha hecho justicia ni estamos cerca de ella.

Hay ignominias que lleváramos todos a cuesta y mancharán nuestra historia sobre quien menos lo merecía.