domingo, 1 de junio de 2014

El hacedor de sombras

Hoy ha terminado una exposición sobre Darío Regoyos en el Museo Thyssen. Maravillosa. Aquí hay un vídeo que nos lo explica


Es difícil encontrar un cuadro de Darío Regoyos en en que no haya sombras. Unas sombras perfectas, llenas de color y en el sitio oportuno. Son sombras que pueden pasar desapercibidas pero sin las que el cuadro perdería todo su sentido. Unas sombras bien construidas que le dan al cuadro toda su  potencia y su luz.





Este artista dibuja la noche como pocos y traslada los efectos de luz a unos mundos bellos y emocionantes.


Me resulta imposible explicar la sensación que produce este cuadro, cuyas reproducciones siempre nos parecerán burdas 
Visto al natural, si te acercas a las líneas que componen el rastro de esa ola, sientes el prodigio de algo mágico cuando te separas y las recuperas en la distancia. Imposible describir esa ola que justo caracolea con el brillo de la luna cabalgando sobre su espuma. Un simple machurrón de pintura, certero, pastoso, indefinido, convertido en el portento de una ola
que casi puedes escuchar al fondo de esa distancia que has puesto entre el cuadro y tú para poder saborearla. Magia, una magia simple y majestuosa.

Me encanta este pintor por sus atmósferas naifs que me trasladan a un mundo sencillo, de sosiego.







Y me encanta porque en muchos de sus cuadros usa toda la gama de los morados, violetas, lilas que tanto me inspiran.



                 
                          





Había pequeñas joyas que reproducen rincones de Madrid y otras ciudades de aquella época.
Calle Alcalá

                                    


Segovia Y también muchas imágenes de tinte costumbrista


Me encanta cómo refleja la nieve y los reflejos de agua.

















Os dejo con esta maravilla como despedida



Y con estos dos vídeo por si queréis saber algo más y disfrutar de casi toda su obra


Un licor de guindas

Supongo que una escucha como un grito aquello que quiere escuchar, que necesita escuchar. Aquello que le palpita en el corazón como un redoble inquisitivo. Supongo que una busca esas voces que hablan de lo que llevas dentro con denuedo y cierta desazón. Y acabas escuchándolas.

Ayer vi una obra de teatro. En una hermosa sala alternativa. Hermosa por el calor humano que se sentía: gente que va a la fiesta del encuentro, gente con hambre de emociones y caricias.
 El teatro se llama:  Teatro Guindalera.
Lo lleva una familia que todo lo hace, que hace de ese espacio la prolongación del salón de su casa.

La obra  La bella de Amherst (Emily Dickinson), una adaptación.                                                
Es una obra sobre Emily Dickinson, una escritora peculiar a quien tenía muchas ganas de acercarme porque es la favorita de un amigo mío (gracias César). 

Una única actriz (impresionante) encima de un escenario con una puesta en escena simple pero muy efectiva. 
Logré estar en la casa de Amherst (Massachusetts) donde Emily decidió "encerrarse" y descubrir la plenitud de vivir en "soledad". Una cama, un sofá, una mesa, unas sillas, un candil, hojas, libros, una pluma... hierba como suelo, un árbol, un baúl y unas sillas colgando..
Es decir, la casa con los  muebles que acompañaban a Emily, la naturaleza que era la felicidad y el paraiso para ella, la escritura y la lectura que la hacían sentirse completa, la imaginación y otros mundos a los que ella viajaba sin moverse de esa pieza.

Se trata de un monólogo muy bien estructurado en el que a través de juegos de luces y  música, Emily habla con  el público y con sus seres queridos y nos lleva de la mano a un paseo por su vida, sus emociones, sus deseos, sus dolores... Un paseo vital, dinámico, lleno de fuerza y de ganas de vivir. 


Un paseo en el que salieron a mi encuentro esas voces que pueblan mi interior últimamente, que se preguntan y me pregutan y buscan respuestas o compañía. Y ayer las encontraron. Ambas cosas.

Las encontraron en frases:
"Las palabras son mi vida"
"Mi asunto es cantar" y no importa si alguien me escucha.
"Aprovecha la ternura de tus padres" porque verás que este mundo es mucho más triste y desolado cuando ya no están.
"No me imagino mi muerte" (toda una alusión a la muerte en general)
"No hay mayor arte que el de la naturaleza"

Y  en sus reflexiones sobre la magia de las palabras, el extasis de escribir, la plenitud de la naturaleza, la soledad, la poesía, la alegría, el amor, la esperanza, el arte de vivir, la infancia...

Y en sus poesías que, como siempre, me fecundan mucho más cuando me las leen. Con imágenes tan fuertes como:
"Vigas de raso"

"Sólo sabemos toda nuestra altura
si alguien le dice a nuestro sér: ¡Levanta!
Y entonces, fiel consigo, se agiganta
hasta llegar al cielo su estatura"




No soy capaz de determinar exactamente por qué me pareció excepcional la obra de ayer. Me pregunto si el texto está tan bien entramado que engancha y no te suelta. O, quizá, es la puesta en escena con su simplicidad cargada de verdad lo que te embarca fácilmente en esa aventura. O tal vez, la propia fuerza de los poemas de Emily. No sé...

Lo que sé y lo SÉ con mayúsculas es que la actriz que da vida a Emily me atravesó el alma a pura traición. Me gustó su voz, su modulación, el dominio del gesto y de los registros.
Cómo dominaba el texto y lo hacía suyo y muy nuestro. Cómo logró instalarme desde el primer momento en esa sala y en aquel tiempo y lugar. Me gustó su pelo, su vestido, su forma de moverse y de sentir. Quise saberlo todo de ella, de Emily. 
Pero lo que no me esperaba - y de ahí " la traición"- era verme llorar con ella  en un segundo. El volcán de sus recuerdos vital, vivo, cargados de humor, se quebró en varios momentos ante la llegada de instantes no tan dulces. Sin transición ni melodramas, Emily/María Pastor se emociona profundamente, sin dramatismos, con honestidad y dolor. Y yo, con ella, me perdí, sobrecogida, en esa misma emoción. En particular, en un momento que habla de su hermano a quien adora y de cómo éste se casó con Sue, su mejor amiga. ¿O algo más? Porque ella se rompe al mirar hacia la casa donde viven y recordar cómo la quería y cómo la "perdió". En un segundo. Un segundo cargado de emoción en la voz, en los ojos (esos ojos), en el semblante, en el temblor de todo su cuerpo. Y en ese mismo segundo, que no esperas, me encontré atravesada por esa turbación y con lágrimas  urgentes acompañando a esa Emily dolida e intensa.

Con nada disfruto  más en los últimos años que con una persona defendiendo un texto encima de un escenario. Un escenario lleno de palabras que me hablan. Una fiesta del ritual de la comunicación y las emociones. Y ayer fue una fiesta impresionante. Y de lo que no tengo ninguna duda es que en gran medida lo fue gracias a María Pastor. Así que por eso, y siendo algo redundante, GRACIAS, MARÍA PASTOR.


Salí de la sala con el alma caliente y llena. Nos despidieron con una copita de licor de guindas, que me endulzó y calentó también el cuerpo. Estuve hablando con la señora de la entrada, le dije que le diera la enhorabuena y las gracias a la actriz, que había estado soberbia. "Es mi hija y el director mi marido", me dijo, orgullosa. "Pues enhorabuena, también. Han hecho un trabajo maravilloso".                                                                         
Como si no quisiéramos despedirnos de ese dulzor, la gente se quedaba en la entrada.                                                                          De pronto, más aplausos. María, que había salido a saludar a unos amigos y a tomarse una copita también,  se encontró con un público que le daba las gracias y la felicitaba y le hablaba de la maravilla que había hecho en esa hora y media intensa y sin interrupción. Ella, emocionada, nos daba las gracias a nosotros y nos pedía que los apoyáramos y siguiéramos dándoles ese calor que ahora recibía emocionada.


Por eso escribo esta entrada, por eso y porque no es frecuente sentir que la vida puede ser un festín.

Me quedé con hambre de más. Por eso ahora quedaré con Emily para escuchar esas palabras que busco y que me persiguen. Porque en su voz serán más hermosas y definitivas. 

Poema 739

Muchas veces pensé que la paz había llegado
cuando la paz estaba muy lejos-
como los náufragos- creen que ven la tierra-
en el centro del mar-

y luchan más débilmente -sólo para probar
tan deshauciadamente como yo-
cuántas ficticias costas-
antes del puerto hay-

Versión de Silvina Ocampo