sábado, 27 de abril de 2013

Youkali


Youkali es el nombre de una canción de Kurt Weill. Una canción que habla de una tierra en la que todos los seres humanos pueden entrar para aliviar su dolor, donde todo el mundo es acogido y donde el amor es la moneda común. 


                            


         A menudo no somos conscientes de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Entonces el vacío nos recuerda que ese espacio estuvo lleno y nos asistía. El hueco se hace enorme y con él recobramos, ya tarde, la dimensión de lo que fue y tal vez por no calibralo en su medida, nos damos cuenta de que no lo supimos disfrutar, experimentar, al máximo. De nada (o de poco) nos sirve la frustración de esta experiencia para evitar repetirla.

         Desaparece la sala Youkali. Una sala en la que se intentaba pensar el mundo. La sala era un encuentro. Un encuentro permanente con la realidad de un mundo deshumanizado, violento, injusto y difícilmente "digerible". Una realidad que anda escamoteada y que hay que querer ver y buscar para encontrarla. En Youkali te dabas con ella de bruces. Se desenmascaraban las falsas apariencias y se abrían nuevas perspectivas y la esperanza de que otro mundo era posible.


        Las propuestas de la sala siempre eran interesantes, estimulantes, arrolladoras, diferentes. Es cierto que pocos pudimos saborearlas porque no acudía mucho público. La sala era pequeña y muy alternativa sin un soporte publicitario que le diera la posibilidad de expandirse. En este mundo de "marqueting", simulación y ruido, su labor callada y persistente no llegaba a gran cantidad de personas.
 


        La sala era voluntad, entrega, ilusión, lucha. La sala era ese rincón de acogida en el que el diálogo, el teatro, la reflexión nos llevaban por otros espacios que cada día se niegan y se sepultan. La sala era una isla donde respirar y aprender. Donde cuestionar y aprender. Donde emocionarse y aprender. 
                                                                                                                 
       Pero la sala era mucho más. Era un proyecto de vida. Era una vida en proyecto. La sala era la ilusión, la apuesta de un grupo de personas que batallaban con deseo para, a través del teatro, de la palabra (otra vez),  transformar y transformarnos. 

     Pero la sala era mucho, mucho más. Era el coraje,la entrega absoluta, el latido vital de una persona que puso su vida en ella y que ahora, de algún modo, la ha perdido. Casi sin entender por qué e impotente al ver cómo su anhelo se diluye y se pierde. 
Pero no se pierde, César. Ahí quedan todos los montajes, todas las publicaciones, todas las propuestas y reflexiones que la sala ha dejado en nosotros, los que tuvimos la suerte de disfrutarla y de no saberla cuidar, probablemente.La sala nunca hubiera sido posible sin ti y quizá ese sea el error: pensar que la sala eras tú, era tu creación. Siempre la entendiste como un proyecto, un compromiso, de muchos y tal vez los demás nos equivocamos.

       Nos hemos quedado sin ese cobijo de acogida y de pensamiento. Sin esa burbuja de acción y reflexión que era la sala. Nos quedamos- ahora ya nos vamos dando cuenta-huérfanos de un espacio en el que podíamos soñar otros mundos y , al soñarlos, podíamos ir construyéndolos o , al menos, no olvidar que eran posibles.

       Yo la frecuentaba cuando podía y siempre me quedaba con ganas de más. Con los enriquecedores debates posteriores donde siempre salían ideas interesantes y puntos de vista y que, a veces, no habías sabido sino capturar como intuiciones. 

A mí ya me falta algo. Y estoy segura de que a los que la hacían posible, ese vacío se les irá haciendo enorme, como un agujero negro en el que descubrirán que el hueco ocupa más que el recuerdo y la distancia.

        Gracias, Youkali, por hacernos sentir que ese otro mundo es posible y se puede construir. Lo único es que hay que ponerse manos a la obra y quizá no estemos dispuestos a tanto.



http://salayoukali.blogspot.com.es/