sábado, 11 de mayo de 2013

Sin palabras

Este invierno largo y riguroso ha tenido su recompensa: una primavera como yo no recuerdo. El campo está cuajado de flores y es un regalo permanente para todos los sentidos. Cualquier momento es bueno para disfrutar de él porque en cada ocasión aparece como distinto y sorprendente. Cada día que paso sin poder visitarlo me parece una pérdida irrecuperable, como así es; puesto que cada ocasión que lo visito se me aparece como distinto y sorprendente. Por eso intento pasar algunos minutos cada día  por sus caminos sosegados, paseando o corriendo. 

Ya hemos comentado en alguna ocasión que la palabra no es suficiente. Este es un buen ejemplo. Las palabras no pueden abarcar esta experiencia tan estimulante para todos los sentidos. No es posible explicar el goce del sol dándote calor al mismo tiempo que la brisa te acompaña y te trae el olor de flores y plantas en un festival de vida y de esplendor. No es posible trasladar la belleza de un suelo tapizado de flores de mil tonos e intensidades, ni los manchones rojos, morados, amarillos que destacan de repente en una especie de confraternización del color, desbordante. 

Tampoco nos sirve ahora ese adagio de "una imagen vale más que mil palabras".

Y dudo que mil imágenes nos pudieran dar una idea de la maravilla de la que hablo.








Son esos momentos de plenitud intransferibles y únicos; tesoros mágicos que hay que conservar y vivir intensamente. 

Es imposible explicar la sensación que hoy me acompañaba mientras corría, al mediodía, por este campo. Al correr puedes recorrer más trecho y disfrutar de cuestas, riberas,planicies, rincones, en poco tiempo. Iba corriendo concentrada en cada uno de los estímulos que recibía: el sol  y la brisa, los mil olores que se agolpaban y sucedían a cada paso, unos dulzones y suaves, otros intensos y audaces. Sentía mi cuerpo vivo, latiendo, mis pulmones abiertos, mis músculos trabajando, mi corazón danzarín y la respiración controlada y vigorosa. La naturaleza y mi cuerpo en una comunión gozosa cercana a la felicidad. Así lo sentía al posar la vista en esos lienzos imposibles que ninguna paleta de colores podría abarcar.

          Sin embargo, embriagada y feliz, no podía evitar la compañía insidiosa de una sombra inevitable siempre que paseo por un sitio alejado y despoblado. En medio de ese paraíso era consciente de que esa "arcadia feliz" escondía también el peligro y el desamparo. Una consciencia que no me impedía disfrutar como lo estaba haciendo pero que empañaba mi alegría casi infantil.
         Porque iba corriendo, absorbiéndolo todo pero iba acechante a posibles peligros. Estaba en medio de la naturaleza y sé que puedo encontrarme desagradables sorpresas. Sorpresas naturales como las culebras que ahora abandonan sus escondites para salir a calentarse al sol e incluso jabalíes oscuros e imponentes como alguna vez nos encontramos.  Pero estos encuentros naturales no son los que más me atemorizan. 

     Hay otro tipo de sorpresas mucho más inquietantes y peligrosas. Siempre me siento indefensa cuando estoy sola en mitad del campo por si alguien aparece con no muy buenas intenciones. Alguna vez nos hemos encontrado con hombres de aspecto no muy amigable que me hubieran acelerado el pulso de haber ido sola. No sé si es un miedo atávico de las mujeres o es un tema personal mío. 
En mi caso, sé muy bien de dónde nacen estas precauciones que a veces me paralizan. Desde pequeña, bien pequeña, me he sentido acosada (palabra muy actual) por los chicos. Tal vez ser rubia con ojos azules suponía tener que pagar ese peaje. No sé. Pero desde que yo recuerdo me he sentido violentada por los chicos de una manera nada lisonjera; más bien todo lo contrario: me he sentido violentada y agredida. Esto explicaría muchas cosas de mi vida y de mi carácter posiblemente.En cualquier caso, no ha sido nada agradable; ni sus consecuencias, tampoco. 

         Pero mi reflexión iba mucho más allá. No se trataba de mis miedos y mis inseguridades ni su origen, se trata de que parece que el mal existe. El ser humano puede hacer daño sin más, gratuitamente.Y por supuesto, siempre es más fácil hacer daño a quien está en inferioridad de condiciones físicas o de poder. Siempre pienso que ese paseo feliz puede convertirse en una tragedia si me encuentro con un desalmado para quien la vida del otro no tenga mucho valor. Sería una presa fácil y sin escapatoria. Y me vienen a la cabeza episodios de maldad extrema realizada sobre mujeres; peor aún, sobre niñas. Las niñas de Alcácer,Natascha Kampusch, la hija del  

monstruo de Amstette y ahora el último episodio de las tres chicas secuestradas como esclavas sexuales en Cleveland, EEUU.

 Sé que rápidamente pensamos que son seres enfermos, locos, capaces de cualquier cosa; pero que no se puede extrapolar a todos los seres humanos. Y aquí es donde entro en conflicto: no estoy tan segura. Estos casos son extremos, es cierto, pero qué pensar frente a los casos de violencia contra las mujeres que conocemos día tras día en un goteo perturbador y cruento. 



         Hace tiempo vi una obra de teatro en la sala Youkali sobre el feminicidio en Ciudad Juarez, México
Manifiesto contra el feminicidio, Madrid, Centro de Documentación Crítica, 2008. Precio: 3€

 Es un caso lacerante de exterminio de las mujeres de forma sistemática, brutal y despiadada. Como siempre en la sala, la obra era impactante, pero el debate posterior abría postigos que ni siquiera yo había previsto al ver la obra. En ese debate se puso de manifiesto que, de algún modo, en Oriente y Occidente, en el Sur y el Norte la mujer es considerada por el hombre de manera infrahumana.
Una especie de posesión que pueden manipular a su antojo hasta el punto de decidir, no sólo cómo deben vivir, sino si han de vivir. El sexo es un componente de dominación, claro. Pero el tema va mucho más allá. Fue un debate espeluznante y muy clarificador.

       ¿Y qué podemos hacer las mujeres? Las mujeres que vivimos en un mundo "libre" sin burkas ni dogmatismos. No permitir ni la más mínima agresión por simbólica que sea y dar ejemplo a nuestros hijos en nuestras relaciones de respeto a los demás. A todos los demás sean de la clase, religión, identidad sexual, origen, naturaleza... que sean. Y cruzar los dedos para no encontrarnos con un bárbaro que nos vea como una presa a derribar en total desventaja.
                              Una hermosa canción que anima a salir de cárceles 


Al salir del campo,he mirado atrás y una flor morada iluminada por el sol me sonreía como emplazándome para mañana. Si puedo, no faltaré.
He vuelto a casa satisfecha y feliz, con la sensación de ser una persona afortunada por tantas cosas...