martes, 23 de enero de 2018

Gripe de miel

Un año trastabillando. Con todas las cuestas a cuestas. 
Levantándote cada mañana con el sueño entre los párpados de volverlos a cerrar.
Un bucle centrifugamente centrípeto. En bucle. Un bucle en bucle.

Al fin te derriban unos virus. Ahora sí, ya no puedes levantarte. Y te levantas. La fuerza de la costumbre.
Pero la costumbre se ha quedado sin fuerzas. La cama se hace con el dolor, lo mulle como un colchón.
Y en ese incómodo colchón, a pesar de todos los pesares, de la tristeza infinita que no es más que la vida puesta en pie, dando la batalla, te sientes tan afortunada...

Tu madre, pesada como un plomo que te saca a flote, te cuida. 
Ella no lo sabe pero ,sobre todo,te acompaña. Ella nunca lo sabrá; pero, sobre todo, carga con todo lo que te soterra y la evitas para que no se entierre también.

Te sientes estúpidamente feliz por saber que el reloj de arena ha sido invertido y arañas un poquito de miel en el barro de tu garganta.

Mi madre riendo junto a mi perro y yo siento una ternura que resquebraja todo lo que será y es ya. 
Yo siento que es posible todavía dejar de odiar y pelear.

La vida te da regalos cuando casi no puedes ni pensarlos. Me abrazo a ellos y quiero más. 
Y respirar.