miércoles, 28 de octubre de 2015

Yo soy la locura (también)

Salgo, feliz. Encantada. He terminado de trabajar. Tengo dos horas para , paseando, llegarme hasta el auditorio donde me espera el disfrute total. Es un concierto largamente esperado. Desde que hace semanas compré la entrada y organicé todo para esta tarde. Para tenerla para mí. Para hacerme ese regalo.
Quiero llegar hasta allí andando. Disfrutando de la ciudad que tanto me gusta al atardecer.
Encendidas ya sus farolas que destilan tranquilidad y aromas de otros siglos. De pequeña ciudad sin prisas. La temperatura acompaña y sigo deleitándome. 


Anochece pronto por el cambio de hora pero decido adentrarme en el Retiro, casi desierto.

Qué placeres tan simples y tan completos...

Últimamente, la pinza, la olla, la cabeza y el santo al cielo han decidido "irseme", abandonarme insistentemente. Sin entender cómo ni por qué, me dejan en tierra de nadie y casi me perturba encontrarme con alguien que no soy yo , varada en una deriva que me sorprende como si no fuera mía.
Por eso se me ocurre pensar este día en medio de mi gustoso pasear, si hoy también será un día de esos en los que todos ellos se confabulan y me trastabillan los planes y los desbaratan. "¿Y si me he equivocado de día o de hora?" Son las 19:05. Estoy en la parte baja de El Retiro, en la entrada del Casón. Miro la entrada y ...efectivamente. La pinza, la olla, y todas mis neuronas menos una se han ido de viaje del inserso: el concierto empieza a las 19:30 y no a las 20 como yo pensaba. ¿Qué puedo hacer? 25 minutos. Tengo 25 minutos. Me toca volar. Y vuelo. No sé cómo. Ni por dónde. Pero vuelo. Y cojo el metro y vuelo. Y salgo del metro volando, sin fuerzas. Empapada de todo lo empapable. Y vuelo. Y llego sin aliento. Pero llego. Me pierdo una pieza y hago lo que más detesto: molestar a mis compañeros de filas. Pero no tengo otra opción. Entre los aplausos, me siento en la fila 4. Temblando. Exhausta. Pero feliz. Después de esperar tanto tiempo estar allí, escuchando a esa maravillosa voz, de esa maravillosa persona, finalmente lo estoy.  Y me abandono. Como una niña con un pirulí delicioso, lo gozo plenamente con miedo de que se acabe. 

El concierto es arriesgado, divertido, sútil. Jesús disfruta como no lo he visto otras veces. La percusión es certera y muy fina. Como una filigrana. El arpa nos mece sin darnos cuenta. Las cuerdas nos conducen firmemente. Y Raquel juega con su voz y nos lanza en un columpio de variadas emociones que nos lleva a los aplausos como a respirar. 
Impecable. Único. Como yo sabía que sería.

Acabo el pastel con la guinda del abrazo de Raquel que deja prendado en mi disco unas palabras de cariño más grande que toda la admiración que siento por ella. ¡Una locura! ¡Ay no! Dos.


Fiebre

Raúl se acerca a mí, señalándose la garganta. Con sus ojitos tristes y su vitalidad disminuida. Le duele. Y le debe de doler mucho cuando se para así. Tiene fiebre.
Estamos fuera de casa pero yo siempre llevo algún alivio para el dolor de garganta que a mí me acompaña cuando menos me lo espero, de forma rabiosa. Le doy una pastilla que sé que le calmará el dolor momentáneamente. 
Se sienta en mi regazo y se acurruca contra mí. Puedo olerle, besarle, cuidarle y protegerle. Sentir el calor de su piel; y su cuerpo, engarzado en el mío, debe de estar sintiendo un redoble que no entiende: es mi corazón emocionado y pleno. 
Pasamos así mucho tiempo. Acariciándole, meciéndole, haciendole sentir mejor en su malestar. Estoy deseando llegar a casa para preparle la cena y poder darle la medicina que le dé un respiro.


Me despierto. Son las 6. Muy pronto. Me despierto sin sentir la losa que cada mañana me recibe al abrir los ojos. Ligera, sin ese nudo en el estómago. Con una sensación de bienestar que hacía mucho no sentía. Aterrizo en el mundo real poco a poco y reconozco el motivo de mi placidez, de mis ganas de vivir. 
Tengo todavía una hora para poder dormir. Lo intento. Intento volver a ese epicentro en el que he sentido las ganas de vivir porque tenía lo que más quiero y necesito. No puedo. Me levanto rauda a este teclado para volver a estar con mi hijo,para intentar retener  ese peso en mi regazo que me ancla a la vida. Para poder embriagarme del olor y el calor de su cuerpo, para poder estar cerca de él y sentir que me quiere, me busca, me necesita.Para poder cuidarlo otra vez. Para sentir que no hay distancia entre nosotros y nunca podrá haberla.  Para volver a recibir la emoción de su amor que da sentido al sinsentido y al amargor de vivir. Antes de que se desvanezca y se diluya en una ráfaga, en un fogonazo.
 Antes de que los sueños vuelvan a su refugio de niños de perdidos.

sábado, 17 de octubre de 2015

Abre la ventana


Levántate. Camina. Abre la ventana.
Aunque no puedas ni sepas para qué.

Levántate. Camina. Abre la ventana.
Respira.
Con tu costado agolpado de dolor
Y el aliento jadeante, inabarcable la pena y la que vendrá.

Levántate. Camina. Abre la ventana.
Respira.

Porque si tú no lo haces nadie vendrá a cogerte de la mano
Nadie echará en falta tu risa cantarina, tu corrosivo humor o tu confusión.

Nadie saldrá a buscarte ni pensará por qué no apareces, ni eres ya la misma.

Levántate. Camina. Abre la ventana
Abre tus ojos. Respira.

No llores por saberte sola. Aprende que es así y que estabas equivocada.
Se vive solo , como se muere.

Levántate. Camina. Abre la ventana
Respira. Y aprende

Aprende a vivir en esa nueva piel
Protégela de la esperanza y la necesidad
Perfúmala de emociones y amor que no dependan
De nadie tras la ventana.

Pero ábrela y deja que la brisa o el vendaval sequen tanto vacío
Y lo llenen de impulso para seguir.

Aunque a ti ahora te parezca imposible y casi innecesario.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Con la miel en el corazón

                                         Para todas las voluntarias de MeV  y en especial para su capitana que nos                                                     permite ser parte de milagros que su enorme corazón propicia.

Muchos de nuestros jóvenes van a otros países buscando un futuro. No como una experiencia enriquecedora más. Como auténtica necesidad. Llegan a un país del que no conocen mucho y tienen que adaptarse y encontrar un sitio en medio, muchas veces, de una gran soledad y frustración. 

Imaginaos, madres (y las que no lo seáis imaginaos como hermanas, amigas,tías...) con vuestro hijo al otro lado del océano, solo, buscando un trabajo. Solo. Y lo encuentra. Y se enamora. Y empieza a ser feliz. Y tú, desde casa, te sientes también tristemente feliz de sentirle a él pleno a miles de kilómetros de distancia. Separándose de la pobreza de la que huía y que sigue siendo el latido de tu propia vida.

Y un día recibes una llamada. Tu hijo, en otro país a miles de kilómetros, no podrá ir a trabajar porque está ingresado muy grave en un hospital de ese país a miles de kilómetros. Ayer hablaste con él, estaba bien. Feliz. Hoy entubado, en estado grave con una hemorragia cerebral que inopinadamente le ha truncado la vida.

 Imagínate, tú, madre, que enloqueces de dolor y que quieres estar en el único lugar posible ahora: al lado de tu hijo, al borde de su cama en ese hospital que está a miles de kilómetros. Tu corazón ha dejado de latir para galopar al ritmo de las máquinas que logran estabilizar a tu hijo y mantenerlo con vida. Y estás al otro lado del océano y no entiendes cómo. Cómo la desesperación no te ha hecho volar y atravesar esos miles de kilómetros arrastrada por todas las lágrimas que no te permites soltar porque no tienes tiempo. Tienes que buscar la manera de pagar un vuelo para el que no tienes dinero. Y no la encuentras. Y entonces, ya, sientes que el mundo se abre bajo tus pies y que la vida es una concatenación de injusticias que permiten que una madre esté lejos de su hijo moribundo porque no tiene dinero. Y quieres gritar y romper y aullar mientras sigues buscando la manera de estar donde debes estar y no puedes, al tiempo que las horas pasan y no sabes realmente el estado de tu hijo ni qué estará pasando ni que irá a pasar en las próximas horas.

Imagínate, tú, madre que en medio de la rabia y la desolación recibes el billete gratis porque una compatriota a la que no conoces, ha movido cielo y tierra hasta conseguirlo. Y gracias a ella, embarcas para ese país que está a miles de kilómetros para llegar al único sitio donde tu sangre dejará de arder. Y llegas. A ese hospital de ese país que está a miles de kilómetros, después de un largo viaje y a una ciudad que no conoces y en la que no tienes a nadie, excepto el cuerpo inconsciente y grave de tu hijo. 

Vas derecha a la UCI donde él se encuentra y antes de verle a él, ensartado en catéteres, sin ninguna vida aparente, te encuentras con dos personas con bata blanca y mascarilla que le cantan, le tocan música y le arrullan para recordarle que no puede dejar de luchar ni un solo segundo. Que no está solo y que le toca aferrarse a las cosas hermosas de la vida que le acompañan en esa sala tan dura. Y esas dos personas con bata blanca, ahora ya lo sabes, tú, madre, son dos ángeles que hacen de esa vida injusta e insoportable un lugar de esperanza y calor donde todo es posible. Incluso el milagro de la curación de tu hijo que está muy grave. Y ese ángel que ha hecho posible que tú, madre, estés en el único lugar donde debes estar, depliega todo su corazón y hace una llamada a todos los ángelillos de los que ha sabido rodearse para no abandonarte. Para hacerte sentir que no estás sola y que mucha gente, una legión de ángeles, piensan en tu hijo e intentarán ayudarte y acompañarte en el viaje más amargo de tu vida.

Y algodonada por esas presencias que no conoces pero que te arropan con dulzura, se da el milagro. Y tu hijo reacciona después de la operación de cabeza que le permite liberar la presión del derrame. Y reconoce, y se mueve y lo que parecía imposible, sucede. Y el aire vuelve a entrar en tus pulmones, madre. Y vuelves a vivir. Como tu hijo. 

Imagínate, tú, madre, que con la boca llena de miel, el destino de nuevo te arrebata la vida y se lleva a tu hijo a la oscuridad de la que, milagrosamente, había salido. Y necesita otra operación, esta mucho más agresiva, para poder parar esa lesión que de tan profunda se hace inaccesible. Imagínate, tú, madre, perder de nuevo a tu hijo y saber que esta vez la recuperación será mucho más difícil y dura.

Imagínate, tú , madre, a tu hijo sedado. Con una herida en su cabeza de la que le costará mucho recuperarse. Inerte. Inerme. Atado a máquinas que le mantienen vivo. Imagínate, tú, madre, perder la conciencia del tiempo. Ver pasar horas, días, semanas, con tu hijo entre la vida y la muerte. Sin avances. A la espera de otro milagro. Imagínate el dolor, la soledad, la desesperación. Tanta que quisieras que te sedaran para dejar de sentir tanto horror por unos instantes. Para dejar de sentir la nausea que acompaña cada despertar cuando logras dormir unos minutos y vuelves a esa pesadilla que parece no tener fin. 

Pero no puedes Lorna. Debes seguir ahí. Arrullando a tu hijo. Aferrando su mano para que él pueda agarrarse a la vida. Como otro cordón umbilical. Este ahora invisible pero más férreo, más decisivo.
Y sabes que cuando no puedas más, cuando sientas que es imposible soportar más, ese ángel que te llevo en volandas a los pies de su cama estará a tu lado. Tirando de ti y de tu corazón. Porque los milagros son posibles gracias a personas como ella.


                                             Yo no puedo imaginar ese infierno.Y me produce tanta desazón                                                                         intentarlo que he necesitado escribir esto. En homenaje a Lorna y                                                              todas las angelillas que se han movilizado para no dejarla sola                                                                     en este momento tan dramático, donde lo más grande no                                                                                cambia nada y lo más pequeño te sostiene.