sábado, 8 de junio de 2013

UNA MILÉSIMA DE SEGUNDO

Esta semana casi atropello a un ciclista. En un paso de cebra de incorporación, en la M-40.No lo vi, ni siquiera me habría dado cuenta de lo cerca que le pasé si no hubiera sido porque tuve que esperar después un ceda el paso y escuché a mis espaldas unas increpaciones. Empecé a temblar de arriba abajo. Me paré, me disculpé y él, muy enfadado-con razón- me decía que las disculpas no le hubieran evitado el golpe  que le podría haber arruinado la vida.

 No quiero justificar lo que pasó, ni explicar que esos pasos de cebra tienen mala visibilidad y son peligrosos en sí mismos; ni hablar de que últimamente, estoy tan cansada y mi insomnio me tiene tan aturdida, que la cabeza no me va bien y no sé bien lo que hago ni lo que digo. No quiero hablar de todo lo que sentí, del miedo y la vulnerabilidad que se apoderaron de mí. 


Aquel día, a mí se me reveló otra realidad mucho más impactante.

No hace mucho incluía en mi blog esta frase: 
"Un golpe que me ha recordado algo que sé muy bien: la vida puede cambiar en un segundo y podemos perder lo que casi no apreciamos cada día y que es lo más valioso que tenemos" 
Sin embargo,nunca me había planteado, hasta ese momento, cuántas veces rozamos la tragedia sin darnos cuenta. Cuántas veces podría cambiar nuestra vida de golpe de forma dramática, y lo esquivamos sin ser conscientes. Qué decisiones tomamos que nos evitan desastres impensables.Con qué frecuencia jugamos con fuego sin saberlo y salimos indemnes en la más absoluta ignorancia. 

La vida es una lotería y frecuentemente los mazazos nos la desbaratan  para siempre y la transforman en algo opaco, doloroso. 

Pero esa lotería también nos regala con sombras que, aunque están muy cerca, pasan livianamente de largo y nos permiten seguir con nuestra denostada cotidianeidad. 

Mi vida pudo cambiar en una milésima de segundo para nunca ser igual. La vida del ciclista peligró, algo mucho más importante. Ambos nos salvamos por milésimas de segundo de vivir,de algún modo, una pesadilla. Mínima o inmensa, pero pesadilla. Una milésima de segundo habría sido suficiente.



No pasó nada pero fui consciente de lo que podría haberse desencadenado y esa consciencia me alertó y me asustó en partes iguales.Y volvió a corroborar algo que sé y que se me olvida con frecuencia, perdida en decepciones o malestares que me llevan a la queja y al descontento infantiles: soy una privilegiada. Por muchas cosas. Por todas.

Después de aquello sólo una palabra y una sensación me acompañaron ese día. Todavía me acompaña: gracias. Gracias al destino, a la vida, a la providencia, a la simple casualidad.A la vida. 

                                                              Gracias a la vida

Ahora me toca a mí corresponder y cuidar más y mejor cada milésima de segundo. Porque cualquiera de ellas es la más importante, la definitiva; y porque todas son, por igual, primordiales y únicas.




El chopo



Ocho de la mañana. Sábado. Los fines de semana mi calle se despierta lentamente y, adormecida, va  saludando a la mañana. Como yo. 
Salgo a la terraza y me recibe un cielo azul intenso que pronto acabará desvaído, anulado por nubes que se acercan. Pero ahora está exultante, coronado por un sol decidido y pleno que nos regala esa luz dorada, vehemente, que impregna los colores y los despierta en mil matices. 

La luz... y el silencio. Un silencio estrepitoso, poblado del alegre canto de los pájaros que acogen entusiasmados el nuevo día. 

En medio de ese milagro diario,busco un prodigio que sé que me espera humilde, imponente, desapercibido. Y ahí está. Alto, majestuoso, generoso y entregado. Como tantas maravillas que nos rodean, quizá pasen desapercibidos estos hermosos ejemplares: los chopos.

 Su desnudez invernal, aparentemente quebradiza, ha sabido esperar, paciente y vigorosa, que la primavera la fuera engalanando; discretamente, con sus alegres y recias hojas de clorofila penetrante. Y ahí están, cuajadas de vida y de templanza. 

Los chopos nos rodean modestos y nos regalan un espectáculo que, como ellos, de manera incomprensible, nos pasa desapercibido.
 Lo chopos, entregados, se dejan acariciar por la más pequeña brisa y en su balanceo grácil y generoso, el verde intenso de sus hojas recibe el brillo del sol en un juego de reflejos cambiante y turbador. El sol juega en sus hojas cabrilleando jubiloso y el chopo ya no es un árbol. Es una fiesta generosa en la que cada movimiento de sus hojas es una demostración de que la belleza se encierra, a menudo,en las cosas más pequeñas.


En ese juego de reverberaciones me mezo y cierro los ojos para sentir el sonido que sus ramas -flexibles y juguetonas- provocan, también, calladamente.Una música tenue y refrescante que me susurra insistente que todo es posible, que la esperanza y la vida son una misma cosa. Que vivir consiste en aceptar lo que eres y en  crecer acogiendo lo que te rodea, entregándote a ello y haciéndolo tuyo, transformándolo en algo hermoso y diferente. Con fortaleza y serenidad. Calladamente. Y en compartirlo a manos llenas sin esperar nada a cambio. 

Como el chopo de mi calle que, sin proponérselo, es un regalo generoso, único, incansable.  Que esta mañana me saluda brillante y apacible, en una melodía sinuosa,tintineante de sol,como una bengala sosegante; dándome los buenos días. Buenos días.