sábado, 8 de junio de 2013

El chopo



Ocho de la mañana. Sábado. Los fines de semana mi calle se despierta lentamente y, adormecida, va  saludando a la mañana. Como yo. 
Salgo a la terraza y me recibe un cielo azul intenso que pronto acabará desvaído, anulado por nubes que se acercan. Pero ahora está exultante, coronado por un sol decidido y pleno que nos regala esa luz dorada, vehemente, que impregna los colores y los despierta en mil matices. 

La luz... y el silencio. Un silencio estrepitoso, poblado del alegre canto de los pájaros que acogen entusiasmados el nuevo día. 

En medio de ese milagro diario,busco un prodigio que sé que me espera humilde, imponente, desapercibido. Y ahí está. Alto, majestuoso, generoso y entregado. Como tantas maravillas que nos rodean, quizá pasen desapercibidos estos hermosos ejemplares: los chopos.

 Su desnudez invernal, aparentemente quebradiza, ha sabido esperar, paciente y vigorosa, que la primavera la fuera engalanando; discretamente, con sus alegres y recias hojas de clorofila penetrante. Y ahí están, cuajadas de vida y de templanza. 

Los chopos nos rodean modestos y nos regalan un espectáculo que, como ellos, de manera incomprensible, nos pasa desapercibido.
 Lo chopos, entregados, se dejan acariciar por la más pequeña brisa y en su balanceo grácil y generoso, el verde intenso de sus hojas recibe el brillo del sol en un juego de reflejos cambiante y turbador. El sol juega en sus hojas cabrilleando jubiloso y el chopo ya no es un árbol. Es una fiesta generosa en la que cada movimiento de sus hojas es una demostración de que la belleza se encierra, a menudo,en las cosas más pequeñas.


En ese juego de reverberaciones me mezo y cierro los ojos para sentir el sonido que sus ramas -flexibles y juguetonas- provocan, también, calladamente.Una música tenue y refrescante que me susurra insistente que todo es posible, que la esperanza y la vida son una misma cosa. Que vivir consiste en aceptar lo que eres y en  crecer acogiendo lo que te rodea, entregándote a ello y haciéndolo tuyo, transformándolo en algo hermoso y diferente. Con fortaleza y serenidad. Calladamente. Y en compartirlo a manos llenas sin esperar nada a cambio. 

Como el chopo de mi calle que, sin proponérselo, es un regalo generoso, único, incansable.  Que esta mañana me saluda brillante y apacible, en una melodía sinuosa,tintineante de sol,como una bengala sosegante; dándome los buenos días. Buenos días.








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