sábado, 24 de enero de 2015

El alma destemplada

Llevo toda la semana con el alma destemplada. Por diferentes motivos que son todos el mismo.
Es una destemplanza que no logra ubicarse, no logra reconciliarse con algún calor que la difumine, la haga más llevadera.

Todos, cuando perdemos pie, cuando sentimos que la vida nos cuesta, nos resulta pesada y dolorosa, nos sentimos niños frágiles y desprotegidos y nos gustaría rescatar, de algún modo, la mano suave y esperanzadora de una madre o un mayor que te devuelva al camino, a la ilusión.  Y con la esperanza de que esa mano llegue, podemos ir sobreviviendo. Podemos buscarla e incluso hacerla nacer de nuestro propio interior, aferrarnos a esas fortalezas que hemos ido construyendo como puntales para los malos tiempos. Aunque se nos resbalen de las manos.

Me pregunto qué siente un niño, un joven, cuando la oscuridad y la desazón entran en su vida y se la desbaratan. Cuando con pocos años, sin tiempo para haber tejido redes de salvación, se encuentran perdidos en la angustia de no entender el sufrimiento en el que se ha convertido su vida. Saberse perdidos sin entender cómo ni porqué. Al otro lado de la verja de la vida, sintiendo que la mano  de sus mayores, cálida y protectora, no les sirve para volver a la senda de la "normalidad", de la alegría y las ganas de futuro. Entregados a un monstruo despiadado que les ha lanzado a un mundo de sombras e inquietud que no saben manejar y ante el que se rebelan destruyendo su propio rastro tras el que nadie les puede seguir. 

Me pregunto cómo luchará un niño cuyas únicas armas son la perplejidad, el dolor y la incomprensión. 

Esta semana, por diferentes motivos que son todos el mismo, he buceado en la mirada pétrea, húmeda, aterrorizada, fría, acerada de niños perdidos. Miradas duras que, durante segundos, se deshacían en gritos de auxilio y de tristeza cuando las conjurabas con un abrazo o una sonrisa. Pero que recuperaban su escudo protector cuando comprobaban que ese abrazo o esa sonrisa o esa palabra conciliadora no podrían sacarles de esa pesadilla que constituye la sucesión de segundos de desasosiego pesados, recurrentes.

Después de nadar a contracorriente en esas miradas, es difícil consolar al alma.No se encuentran grandes motivos. Por eso, llevo toda la semana con el alma desentonada con la necesidad de poder hacer algo. Algo más que dar amor y escuchar.

Ayer pude calmar esa necesidad un poco. Levemente. Gracias, de nuevo, a Música en Vena. Y en particular, gracias a Rafael Alves
que con su voz impresionante y su guitarra, caldeó las salas del hospital Niño Jesús de siquiatría infantil.
 Rafa, entregado a su guitarra, nos regaló unas melodias dulces y electrizantes que nos presentaba intercaladas entre su propia biografía. Con su voz tan amable y cálida nos llevaba de la mano por paisajes emocionales que nos permitieron abandonar un poco la reclusión del hospital y la propia cárcel de nuestros corazones abatidos. 


Llegada la hora de marchar, Rafa enfunda su guitarra y el alma se vuelve a enfundar en ese frío en el que lleva días instalada. Nos vamos, pero ellos se quedan allí. Sólo me reconforta pensar que se quedan un poco más fuertes y más llenos de esperanza después de dejarse mecer por esos otros sonidos diferentes a los desacordes que los han llevado hasta allí.

Vuelvo a casa andando por el parque de EL Retiro. De noche,Por un parque desnudo y solitario. Y encuentro en la luna menguante  un hilo de belleza que me ata a la confianza. Veo el estanque, cuajado de reflejos luminosos,  me acompaña la luz tenue pero acogedora de las farolas.
El silencio y la calma me hacen bien. El frío me mantiene avivada.
Y todo ello refuerza ese hilo que me conecta con la promesa de la resistencia y de la victoria de pequeñas batallas que permitan construir puentes para salvar tanto desasosiego. El de ellos.