jueves, 16 de mayo de 2024

Mi madre

 Veo a mi madre, coloreando concentrada, serena. Tranquila en su sillón.

Veo a mi madre cosiendo, con buena cara, bordando una ovejita amarilla saltando un valla o un cafeterita ribeteando ese paño que deja de serlo para convertirse en un prodigio.

Veo a mi madre, tranquila, en su habitación donde se ha atrincherado contra la soledad, los dolores y la vejez. Armada con su punto de cruz, de su costura, de sus mandalas, de sus sopas de letras, sus libros, sus deberes...

Veo a mi madre y la contemplo conmovida. Sabiendo que no hay más milagro que este: un poco de buena vida después de tanto sufrimiento y al cabo de la vida.

Veo a mi madre y siento que cada uno de esos segundos son un regalo que me bebo como las lágrimas que no brotan, pero que riegan mi corazón.

Veo a mi madre y descubro tan tarde la plenitud.

Las ganas de vivir.

 

    Hace frío ahí afuera y nos vamos quedando sin casas, sin refugios. 

    La respiración se entrecorta cuando echas mano a aquel agarre y te despeñas.

 Se difumina la realidad al tiempo que la ilusión, a fuerza de atragantarse con una respiración incompleta.

 Quizá sea eso envejecer, aprender (¿se puede?) a vivir en la intemperie.

Los nudos del corazón estrangulan las ganas de vivir. 



Cada vez están más presentes los muertos que lo vivos. Cada vez los muertos viven más en mí.