Veo a mi madre, coloreando concentrada, serena. Tranquila en su sillón.
Veo a mi madre cosiendo, con buena cara, bordando una ovejita amarilla saltando un valla o un cafeterita ribeteando ese paño que deja de serlo para convertirse en un prodigio.
Veo a mi madre, tranquila, en su habitación donde se ha atrincherado contra la soledad, los dolores y la vejez. Armada con su punto de cruz, de su costura, de sus mandalas, de sus sopas de letras, sus libros, sus deberes...
Veo a mi madre y la contemplo conmovida. Sabiendo que no hay más milagro que este: un poco de buena vida después de tanto sufrimiento y al cabo de la vida.
Veo a mi madre y siento que cada uno de esos segundos son un regalo que me bebo como las lágrimas que no brotan, pero que riegan mi corazón.
Veo a mi madre y descubro tan tarde la plenitud.