martes, 23 de agosto de 2016

Paseo por la felicidad








Salgo a la luz de un día caluroso de verano. Recibo el calor y el resplandor como un regalo. Respiro hondo. Disipo las sombras de la enfermedad que no quiero tener.
 Me sacudo de esos temores que el ecógrafo me ha grabado en la piel. 
Acojo todo lo que mis sentidos atrapan, con agradecimiento. Quiero abandonarme a un paseo y me abandono. 

La comba... No veo jugar a los niños a la comba. 
Yo pasé muchas horas de mi infancia saltando una comba. 
La comba...Un cordel emocional. Otra bomba de racimo.

Salgo de hacerme una mamografía y una ecografía. La doctora se emplea con empeño. Cada parada, cada pulsación en el ordenador, cada pase insistente, levanta la duda, el miedo, la incertidumbre.Es una hora larga de pruebas por pura revisión.







Paso por una tienda que es regocijo para mí. En ella he pasado muchas horas eligiendo ilusiones para mi hijo y para todos sus amigos y primos. Una tienda llena de estímulos, alegría y magia. Paseo por sus estantes
y me encuentro con momentos únicos de mi vida. Momentos ligados a la fiesta y la emoción de mi hijo. Como migas de pan me llevan de paseo por la felicidad perdida. 
Encuentro, una vez más, lo que busco para otro bebé. Me cuesta elegir. Hay tanto y tan hermoso...

Me duele ver en esas estanterías los ojos abiertos de sorpresa y alegría de mi hijo, que ya no están. Los míos, estremecidos al ver su inocencia, su júbilo; que tampoco están. Salgo conmovida de ese recorrido por un mundo perdido y tan añorado.

Camino por el sol y por todos esos recuerdos de vuelta a casa. Mi corazón, encogido, se instala en aquellos años en los que abrir paquetes era estrenar el cariño que se agrandaba de pura emoción. 

Paseo al atardecer ya y me encuentro con La Comba
y saltan de nuevo todos los sentimientos que despierta ver crecer a tu bebé y sentirle descubrir el mundo y sus propias emociones. 

La Comba fue la segunda casa de Raúl durante dos años y medio. Allí estaba su otra familia y con ella pasó muchas horas de aprendizaje y disfrute. Decidimos llevarle porque buscaba niños, eran como un imán para él. Era feliz con los suyos, con sus iguales.
El primer día que  llevé a Raúl fue durante el recreo.
Como una prueba de adaptación. Llegamos y en la puerta vio los columpios, a los niños jugando y comprendió que era su sitio y no era el mío. Se giró, me empujó y me dijo: " aios, mamá".

Raúl tenía poco más de año y medio. A mí se me arrugó el corazón al dejarlo allí solo y me emocionó verle tan contento en ese nuevo mundo.
Me impresionó cómo lo interpretó él: era su universo lejos de mí. Era su mundo para crecer y hacerse al margen de nuestro cordón umbilical. Allí fue feliz y allí me recibía corriendo cada vez que iba a buscarlo. 


Allí descubrimos cómo era Raúl con los demás. Siempre se quedaba el último, nunca peleaba o discutía.



Era generoso, tranquilo, solidario, colaborador. Era maravilloso. Como imagino que sigue siendo. 



Creo que no hay momento más especial que recoger a tu hijo de la guardería. Recibir todo su cariño, su alegría, sus experiencias vividas sin ti en ese abrazo que te esperaba cada día en la puerta de La Comba.

Recojo hoy más migas de pan que me llevan de paseo por la felicidad perdida y me hacen aferrarme a esa manita que se apretaba a mí camino de La Comba o de nuevo a casa. 
Hoy sé que no hay recuerdo más dulce que ese paseo de la mano de mi hijo y el beso con que cada día me despedía y me recibía al entrar y salir de su universo de niño donde conoció a amigos que todavía lo son.

Vuelvo a casa. Sola. Sin nadie agarrando mi mano. Sin nadie que me espere y me dé un beso.
Vuelvo llena de emociones y recuerdos tan hermosos como acerados. 


Ha sido un día intenso. 
He caminado por una sala de oncología, donde se puede palpar la lucha y el sufrimiento y también la esperanza. 
He caminado por mi propio miedo a la enfermedad de la que nadie está exento. 
He caminado por la felicidad. No sé si todo el mundo puede hacerlo. Por eso, quizá, debo sentirme privilegiada y afrontar su pérdida con resistencia.