miércoles, 17 de agosto de 2016

Bombas de racimo

Parto un pepino del huerto, me lo acerco a la nariz...¡¡¡BOOM!!!

Cruzo la calle. Me para un fuerte olor. Baila por mi disco duro. No lo localizo.Es extraño. Muy lejano. Frunzo el ceño. Logro atraparlo: aceite sin refinar quemado....¡¡¡BOOM!!!

Bajo a la cueva de mi tía. Fresca. Húmeda. Protectora. Me baño en su frescor y me zambullo en otro mundo tan lejano...¡¡¡BOOM!!!

El olor a magdalena. Entrar al horno...¡¡¡BOOM!!!
La como con una sangría y ahora sí...¡¡¡BOOM!!! ¡¡¡BOOM!!! ¡¡¡BOOM!!!

Paseo por la hoz. Me dejo acunar por el sonajero acariciante en el que el viento convierte a los hermosos chopos. Cierro los ojos y escucho. Me derriba ese olor único que me traspasa: la higuera se desparrama en esa fragancia única para mí...¡¡¡BOOM!!!

Levanto la tapa de la sartén...¡¡¡BOOM!!!..unos inofensivos pimientos fritos..

Bombas de racimo que me explotan entre las manos y me llevan lejos. Adonde nunca más podré regresar. Y me laceran y me emocionan. Y me lastiman y me hacen tan feliz...








El pepino y las meriendas con pan y sal. Y mi abuela. Y las ensaladas familiares. De esos pepinos llenos de aroma y de sol.

El olor a aceite y a la cocina de mi abuela. Y a las comidas familiares. La infancia intocada.

La cueva. Ese mundo subterráneo lleno de suculencias. Esa otra forma de vida en la que la cueva era la nevera y bajar a por la sandía una aventura de escalones irregulares y oscuridad misteriosa.

El horno. El pan caliente. Ese olor a esencia y maravilla. Los bocadillos de morcilla en pan todavía caliente con los que me recibían el día y mi tía, para desayunar.
La magdalena y el "sopaenvino", la merienda que mi abuela nos preparaba, ajena a las corrientes pedagógicas que  recomiendan no dar alcohol a los niños niños: una magdalena empapada en vino tinto.

La higuera...el centro de mi universo. El centro de la casa de mis abuelos que nos regalaba higos y sombra y reuniones y conversaciones y risas y trinos y rumor de hojas cosquilleante y sereno. La higuera...

Los pimientos fritos y esos bocadillos que me esperaban en casa. Gigantes, de toda una barra de pan de la que ir cortando y comiendo. Pan empapado en pimientos con ese sabor a seguridad y paz. 



Algunas de estas bombas me han alcanzado desprevenida, sin verlas venir. 
Otras he ido yo a buscarlas. Con miedo. Sabiendo que la metralla se instala profundamente y me horada como un colador. 
Repujada de vacíos colmados de amor y melancolía.