El gallo de Bagdad se desgañita:
no le cabe en la garganta más horror.
Él, que supo de espectáculos de artificio
asesinos
y de daños colaterales de destrucción masiva.
Él, que habitó la mentira y se negó a callar
para seguir cantando a la verdad de la vida.
Él, que quiso ser más y mejor a pesar de los humanos
y lo logró,
hoy grita a cada amanecer
que nada de esto debería ser posible
que todo esto debería terminar
o no haber empezado.
El gallo de Bagdad canta con su canto fuera de órbita
en unos ojos extraviados por el horror y el asco
a los que muchas de nosotras no nos atrevemos a mirar
por simple vergüenza.
Está pasando y nada cambia.
La prepotencia siembra su muerte,
orgullosa
complacida.
Como si matar personas fuera el mejor de los negocios.
Como si el alma se hubiera convertido en la carroña
que debe dirigir el mundo.
El gallo de Bagdad sigue cantando, quizá porque no sabe llorar.
y porque sabe, como nosotros, que de nada sirve.
César, gracias por descubrirme El Gallo de Bagdad y tantas cosas, cada día.
César, cómo te necesito... Cómo esta sociedad cabrona y despiadada te necesita...
César, cómo sería todo más respirable contigo aquí. Lo es sólo con tu recuerdo. Imáginate, tú, dándole sentido a lo que ninguno tiene.
César, hoy El Gallo de Bagdad te parecería un cuento de hadas. Tanta miseria se ha instalado en el corazón de la humanidad...