Una tarde cálida, mojada por una tormenta tornasolada. Un viaje rápido por una hoz siempre asombrosa, cambiante, arrobadora. Un pequeño pueblo, blanco, silencioso, humilde. Su iglesia, pequeña, austera, hermosa. Un grupo de personas, sus voces, su pasión, su eco. Y esto:
Un concierto, simple, diferente; al hilo de la semana santa y de la pasión de Cristo
Y sin embargo, un momento personal ajeno a la religión y conectado a la emoción de la sencillez y la profundidad de lo esencial, de lo trascendental.
Disfrutar de una hora entre piedras milenarias y sonidos básicos, cristalinos y sublimes. Los ojos cerrados. Diluirme en el tiempo y el sonido con la conciencia de ser una mota de polvo en la inmensidad de la vida.
Polvo serás, más polvo emocionado.
La sencillez de lo sublime
Si no ponemos mirada en nuestros ojos puede que nos pase desapercibido el balanceo, ya tupido, de los majestuosos chopos.
Si olvidamos que al respirar podemos prender milagros como un lilar, colmado y elegante, puede que ignoremos el regalo fugaz de sus lilas generosas. Tanto en un delicada flor...
Si ávidos la cara entregamos al calor de este sol tan esperado, puede que desatendamos la callada explosión de colores que humildemente van poblando los todavía verdes campos y desmontes.
Puede que se nos olvide vivir intentando sobrevivir
Los chopos trasparentan ya, su promesa de frescor y placidez
Otro día de esos en los que me siento feliz y muy privilegiada.
Otro día de esos en los que aterrizo, en los que bajo de mi nube de cabreo permanente y lucha desigual para darme de bruces con una realidad mucho más tranquilizadora y amable.
Otros día de esos en los que recuerdo lo que ya sé: que mi hijo es una gran persona, que puede y sabe enfrentarse a retos que le entusiasman y los lleva a cabo con brillantez y modestia. Como es él.
Aquí van algunos aperitivos:
Aquí con la abuela Rosario (con sombrero) y la tía Ina, en el escenario , al lado de Raúl (izdo según vemos).
¿Las veis? (la foto es mala)
Y LOS PLATOS FUERTES