miércoles, 18 de febrero de 2015

Algo extraordinario

Hoy he vivido algo extraordinario. He ido al cine. 
He visto una película sobre una profesora de Lengua, de 50 años, que ama la capacidad de entregarse en las palabras. Casada, con hijos. Le gusta correr y la  crema de calabaza.  Todas estas coincidencias podrían ya ser lo extraordinario, pero no lo son.


Es una mujer luchando por aprender a saber perder, aunque lo único que sabe es que eso jamás se aprende como ella necesita. Porque ella está luchando por aprender a decir adiós a todo lo que es. Esta luchando por aprender a despedirse de sí misma sin ir a ninguna parte. La pantalla se va a blanco, como Alice. Fin de la película.



La música acompaña a los títulos de crédito y entre sus notas escuchamos aplaudir a un hombre que rompe sus aplausos con un "gracias" desgarrado.Sorprendidos, no sabemos bien qué está pasando: "¿Otro loco más"? Escuchamos pues somos pocos...

Nos está dando las gracias por acompañarle, por haber vivido con él la comunión de esa lucha; por no haber permitido que se sintiera todavía más solo, más hundido. Necesita darle las gracias a un pequeño grupo de desconocidos que ,sin saberlo ,han vivido con él su víacrucis personal. Un grupo de personas que no sabíamos que él, durante esa hora y media, estaba realizando un viaje amargo y maravilloso al mismo tiempo. Un viaje en el que, de algún modo, ha podido acompañar a su hermano en la soledad devastadora que supone instalarse en la nada del alzheimer.
A través del cual ha podido sentir a su hermano, otra vez, acercándose al infierno que es perder los recuerdos, no saber dónde estás ni quienés son los que te rodean. Al entender que estás dejando de ser quien eres para ser un espectro rodeado de una distancia
insalvable que te aleja de todo lo que amas y que dejarás de sentir ineludiblemente. 

Ha podido acompañar a su hermano en ese tortuoso no retorno que es ser consciente del desmantelamiento de tu mundo, de tu propio desmantelamiento. 



De algún modo. A través de una película. 
Porque no es posible de otro modo. Porque vivir la devastación de un ser querido en manos del alzheimer es vivir en la impotencia
de no poder ayudar, ni acompañar, ni aliviar en el inmensurable dolor de esa persona que se va.

Y entre sollozos nos ha dado las gracias por no dejarle solo en esa bajada a los infiernos a la que sus amigos no le han querido acompañar. Quizá por no enfrentarse ellos a ese sufrimiento otra vez. Quizá porque pensaron que era malsano querer revivir la enfermedad de su hermano que se fue, definitivamente ahora, hace tan solo un mes.

El hombre sollozando se ha presentado y  nos ha seguido dando las gracias. Necesitaba hablar de su hermano, seguir teniéndolo cerca y nos ha explicado
que va abrir un restaurante en su nombre y allí nos ha convocado.

No he dudado ni por un instante de la veracidad de sus sollozos, ni de la intención de su improvisado discurso. En septiembre estaré pendiente para acercarme a ese restaurante y darle las gracias y el ánimo que hoy no he sido capaz de entregarle; anclada en mi asiento, sin capacidad de reacción. 

Iré, sin duda a agradecerle que me haya hecho vivir la emoción de sentir lo mejor del ser humano en mitad del dolor y la renuncia. Que me haya hecho sentir que no estoy sola en mi fragilidad y mis miedos, en mi necesidad de descansarlos en el calor de los demás, con la certeza de que la vida es maravillosa porque somos capaces de emocionarnos y compartirlo. Le daré las gracias por permitirme vivir,un miércoles cualquiera, algo  vívidamente extraordinario.