sábado, 2 de abril de 2016

"Las batallitas del abuelo"

Dos personas. Un sentido esencial de la palabra y el teatro. Ya está. Eso es todo. Casi nada.
Ayer disfruté de una obrita de teatro que fue eso. Nada más. Y nada menos. 
Una obrita que no puede ser más pertinente ni más camino a ninguna parte en estos momentos. Me preguntaba si sería bueno que se viera en los colegios. Y claro, no. Imposible. ¡Otra vez con la dichosa guerra civil....! ¿A quién le interesa? A mí. Y mucho. Y todos deberíamos tenerla muy  muy presente y vernos, ver a nuestros abuelos y nuestros padres reflejados en los refugiados tratados como animales, muertos en el mar y en las alambradas y en el fango en el que duermen.

Pero este debe de ser un camino que va a ninguna parte. Un punto de fuga por el que huyen el sentido común y el diálogo para levantar sarpullidos y cicatrices y manipular y blandir las acusaciones y los reproches y el tan nauseabundo "y vosotros más". Y entonces ya no es posible el nosotros nada más. Ya solo nos queda, otra vez, el nosotros y el vosotros. El ellos. De nuevo y para siempre las dos Españas. Casi como la vida misma y esta imposibilidad de entenderse, de llegar a acuerdos, de poder vivir y gobernar en un NOSOTROS poderoso y cuidador del bien común.

Como la vida misma, digo. Y esa es sensación que me acompañaba ayer al sentarme en mi butaca. Casi como un runrún al que que no sabía ponerle nombre y al que solo lograba acercarme con la pregunta ¿Sabe toda esta gente (yo era la más joven de la sala probablemente) lo que ha venido a ver? Porque en el fondo me senté inquieta, como sobre un polvorín. Parece que casi todos sabíamos el viaje que iniciamos excepto una pareja que al poco de iniciarse la función se levantó y se fue: no era de los nuestros. Era de los de ellos.

Y mira que la obra no pretende eso. Mira que lo dice claro: "La verdad no existe. Cada uno tiene su verdad" Y el hambre, la desesperación, la miseria, el sufrimiento sacan lo peor de cada uno y devastan los principios y la dignidad si estaban. 


Un abuelo y su nieto que hablan. Todos alguna vez hemos dicho con la mirada o en voz alta: "Otra vez el abuelo con sus batallitas..." Batallitas... Nuestros abuelos vivieron una vida que nosotros no alcanzamos ni a imaginar. Con un año de sus vidas deberíamos tener para afianzar algunos pilares de nuestra existencia. Solo un año. Sin guerra de por medio. Pero para eso, para nutrirnos de aquello, habría que haberlos escuchado. ¿Quién de nosotros lo hizo? ¿Cuántos podríamos reconstruir los avatares de las vidas de nuestros abuelos? Ahora que ya no están, no es posible. No es posible hablar con ellos de sus batallitas. Como hace uno de los protagonistas de la obra: hablar con su abuelo. El autor de esta obra nos permite hablar con nuestros abuelos en el dialogo que establece con el suyo. Meterse y meternos en un jardín que el abuelo sabe complicado, casi imposible de trasladar en palabras.

Por eso en la obra las palabras se acompañan de unas cuantas imágenes documentales. Pocas, Conocidas. Conocemos las imágenes, conocemos la historia. Sobradamente. Por eso mucha gente pensará: "Otra vez las batallitas del abuelo!" 
Sin embargo a mí no deja de emocionarme, no deja de hacerme pensar, de hacerme sentir, de entender más y mejor quién soy, quiénes somos al escuchar esos testimonios.
Un nieto que se interesa por esa parte de la vida de su abuelo que le hace tener pesadillas y de la que no puede desprenderse.
Dos personas, un baúl, cuatro objetos, luces, voces y vemos a más de 50 personajes encajados perfectamente en una historia que va y viene del presente del nieto al pasado del abuelo por el que se interesa.
Teatro en esta puro. Bien construído. Hecho con el alma. Y con el cuerpo. Cuerpos que se transforman gracias a la palabra y a cuatro elementos escénicos en diferentes personajes y tiempos. 
La palabra hecha carne en voces enfocadas por diferentes juegos de luces con fotografías al fondo o la simple oscuridad.

Las batallas del abuelo son las batallas de miles de personas en estos momentos. Son nuestras batallas mucho menores las nuestras y de las que podemos aprender tanto. A no perdernos a nosotros mismos por el camino. A ser personas. A descubrir y nunca olvidar que los demás también lo son por muy diferentes que nos parezcan. 

La obra se llama Ligeros de equipaje
y es un excelente título. Porque es el título de la historia de millones de personas que huyen de sus casas perdiéndolo todo, ligeros de equipaje. No se puede cargar una patera, o andar cientos de kilómetros cargados con grandes hatos. Hay que aligerar. Y en esa huida, la gente va dejando lo más prescindible por el camino. Como pulgarcitos impotentes dejan un rastro que tal vez algún día les recuerde el camino de vuelta a casa. Camino que, como el protagonista, nunca realizarán en muchos casos. Pulgarcitos que van dejando jirones de su alma en ese camino sin retorno.

A mí el título también me quiere hablar de esa amnesia colectiva en la que vivimos. De ese ir desprendiéndose de todo lo aprendido a lo largo de tantas luchas. Como los refugiados, nosotros por el miedo nos hemos desprendido de mucho equipaje en estos años de crisis y de presión.
Tanto que no queremos mirar atrás y atrás se quedan los más desfavorecidos. Solos. Ligeros de equipaje avanzamos en un sálvese quien pueda y nos dejamos por el camino la solidaridad, el compromiso, la ayuda, el mirarnos a los ojos como personas que se necesitan unos a otros para impedir la injusticia y la imposición de un modo de vida inhumano y vacío. 

Y el título también me habla de lo poco que se necesita para vivir. Para vivir bien. Una ilusión, afectos, el sol, la tranquilidad de poder alimentar a los tuyos y estar en paz con uno mismo.

Todo esto ayer en menos de dos horas,
en un teatro de una ciudad pequeña, ante dos estupendos actores. 

La palabra hecha carne para acercarnos a lo que somos y que se nos ha olvidado porque quizá, quieren que se nos olvide. Somos personas. No somos mercancías, ni espíritu. Somos seres humanos que quieren un trabajo digno y disfrutar de las cosas hermosas y pequeñas  de la vida. 




Hablé mucho con mis abuelas. Las tengo grabadas en sendas cintas maravillosas. Mis abuelos se fueron antes de ponerme yo en esas. Con mi abuelo paterno hablé algo más sobre la guerra. Con mi abuelo materno era complicado porque no hablaba casi. 
Ambos eran de diferentes bandos. Bien podría ser yo un ejemplo de imparcialidad y neutralidad. Lo que pasa es que sé pensar. Un poco. Sólo.

A mis abuelos, por su vida dura en cualquiera de los dos bandos. 

A los refugiados que no sabían que lo serían. Como,tal vez, nosotros mañana. Como ya lo fuimos.