jueves, 13 de junio de 2013

CONTRADICCIONES

Me anticipo ya, de entrada, la frustración total que sentiré al terminar esta necesidad hecha reflexión. Seré incapaz de trasladar aquí todo el cúmulo de emociones que me resulta imposible asimilar y que en este caso tampoco sabré, podré, canalizar a través de la palabra escrita. De poco me servirá en este caso enfrentarme a ello, sacarlo de mí. Pero me resulta absolutamente necesario a pesar de la previsión.

Porque es muy difícil explicar, entender, cómo se puede vivir amando desesperadamente a una personita de dieciseis años y no soportarla al mismo tiempo. Es muy desestabilizador vivir en esta especie de esquizofrenia en la que tienes que compartir la necesidad de abrazar a alguien, de sentir su calor, su compañía, su cariño; con el sentimiento urgente de querer estar a miles de kilómetros de él. Así que paso de la tristeza más profunda, esencial, a la rabia y la indignación más violentas. Mi cara, mi alma, mi corazón, se convierten, así, en una desagradable mueca que intenta conjugar la sonrisa y el afecto con la ira y la exasperación. ¿Se puede vivir así? ¿Se sabe dejar de sentir toda esa deyección que  convierte la vida en una batalla sin mapas ni trincheras? Lo llaman inteligencia emocional, creo, y yo soy completamente límite en ese campo.


¿Se puede vivir en la contradicción y sentirse bien? ¿Hay alguien que viva sin contradecirse o que no le afecte saberlo así? ¿Hay diferentes tipos de contradicciones más o menos "vivibles"? ¿Ser feliz es vivir sin contradecirse?


Yo me doy cuenta de que soy una pura contradicción.


Soy agnóstica, por supuesto estoy en contra de la Iglesia católica como institución; no me he casado, por supuesto, pero... me encantan los vestidos de novia.


Estoy a favor de la escuela pública, sin fisuras,pero...mi hijo va a un colegio privado.


Me encanta conocer sitios nuevos, disfruto mucho simplemente paseando por las ciudades, pero...odio viajar: tengo pánico a volar, detesto hacer las maletas, tengo problemas para sentirme a gusto en las habitaciones de los hoteles, me molesta el ruido...


Me aburre la monotonía, me gusta que algo diferente ocurra,pero...los cambios me desestabilizan y los rehuyo en cuanto puedo.


Me gusta ser independiente, que no me encorseten ni me compriman. Hacer las cosas a mi aire, pero... necesito contrastar lo que pienso y hago con los demás; y necesito saber que están ahí.


Y la enumeración continuaría...



Podría intentar justificarlas y  explicar que me encantan los vestidos largos, con tejidos vaporosos o bordados con pedrería, los velos... quizá tenga que ver con que me gustan las cosas bellas.


O que el  colegio de mi hijo es el que es porque quería una educación bilingüe y solo era posible en la privada.


O que necesito que se invente la teletransportación y que alguien se ocupe de esas menudencias de los viajes que me agotan y deprimen antes de comenzarlos 


O que  quiero una monotonía aderezada por algunas sorpresillas  y que esas sorpresas me digan que las personas que las hacen piensan en mí y me quieren contenta


O que quiero ser libre pero que me acompañen en ese camino para que sea más rico e interesante.


Podría explicarlo, digo, pero no sé si eso haría que  la contradicción  dejara de serlo y se convirtiera en una paleta de matices con la que pintar una vida mucho más viva y brillante. Es posible que con esas y otra deducciones pudiera llegar a la conclusión de que sí, parece que sí que se puede ser lógico en las propias contradicciones.


Lo que no podrán explicar ni difuminar esas reflexiones es la sensación de fracaso íntimo, vital, cuando siento que nunca más podré recuperar un abrazo sincero de mi hijo que es lo que más necesito cada día.