lunes, 10 de noviembre de 2014

¿Qué debo hacer?

Esto es un problema
http://www.elmundo.es/madrid/2014/10/08/543446d722601d81268b456d.html

Y ante eso debería pensar que no poder dormir, que mis sofocos, mi malestar es una minucia ante la que no debo quejarme ni someterme


Esto es una desesperación
http://economia.elpais.com/economia/2014/08/03/actualidad/1407092822_450106.html
Y ante eso, yo debería sentirme afortunada por mi inestable trabajo, que cada semana es diferente y cuya variabilidad me agota y me desanima.


Esto es el infierno, no es vida, es la antivida y la prueba de que el abismo puede ser inmenso

¿Dónde debo yo meter mi soledad, mi miedo, mi oscuridad ante las lágrimas y la injusticia que viven  todas estas personas?


MI TREN EN MARCHA

Nunca había ido en otoño al pueblo. Cuando lo pensé, cuando me di cuenta, no me cabía en la cabeza. ¿Cómo era posible? Me prometí a mi misma que este año iría cuando la hoz se vistiera de colores para festejar su inevitable desnudez. Siempre se interponen cosas cuando no hay necesidad. Que si estamos cansados, que si no tenemos tiempo, que si jo qué pereza... Este año nada me lo iba a impedir.

Coincide mi viaje con el 1 de noviembre. Me hace ilusión participar del JALOGÜIN puramente español.

El cementerio se engalana de flores y aromas y por unos días parece un lugar alegre y agradecido.  



Un paseo por el cementerio es siempre una experiencia vital intensa. Un paseo durante esta festividad, lo es mucho más. El cementerio, este día, es un lugar de encuentro, donde la gente se arremolina alrededor de las tumbas de sus seres queridos y se abandona entre el silencio y los recuerdos.

Se recorre en un via crucis personal, acariciando lápidas de seres queridos y haciendo la visita a familiares más o menos lejanos.





Pero también es un lugar de reunión. La gente habla con otras personas y , de algún modo, se sienten más acompañados que nunca en esa soledad que supone el dolor de la ausencia de quien amaste.


El cementerio del pueblo de mi madre (no sé si todos) alberga tumbas con las fotos de las personas que están enterradas en ellas.
Es un auténtico baño de realidad y de sentido de la vida ir descubriendo, sin buscarlo, que mucha gente que veías por la calle ya no la paseará nunca más. 

Yo no conozco a nadie por su nombre, ni sé dónde vive o de quién es familia, excepto mis familiares más cercanos. Pero he reconocido a muchas personas que he visto durante toda mi vida y que no sabía que habían muerto. Un escalofrío te recorre al ver cómo avanza la vida hacia ese final inevitable. 

La mente se dispara y se azara entre pensamientos que hace tiempo se empeñan en inquietarme y hacer de la nostalgia anticipada una tristeza impertinente. Pienso en mis seres queridos tan mayores y me hiela el alma ponerme a echar cuentas. Porque no quiero que me cuadren. 
Se me cruza como un escalofrío la idea de qué pensarán ellos , que frío helador les recorrerá  el alma al ver que ellos están ya muy por encima de la media de ese cementerio. Mi tía Nieves, que es única y dicharachera y que en su auténticidad  a veces hace de coro o bufón y dice lo que todos piensan y nadie quiere oir, salía del cementerio diciendo: "Pero si es que yo no quiero estar ahí. No quiero." (Tiene un nicho reservado al lado del de su marido) "Con lo que a mí me gusta salir y hablar con la gente y ver a mis hijos y mis nietos. Que no quiero!"  
Me resulta aterrador pero debería empezar a sentirlo como algo natural que me enseñe mucho más sobre la vida.

Y creo que , de algún modo, ya lo hace. Nunca hasta ahora me he sentido con la necesidad de pasar tiempo con ellos. De sentir que todo esta bien si estoy a su lado. Hablándoles, preguntándoles, haciéndoles reir y compañía. Nada me parece más urgente ni más enriquecedor y tierno para mí. 
Siento que me he subido a tiempo en un tren en marcha. Un tren que antes no me preocupaba coger, al que hacía oidos sordos en su traqueteo inevitable. Ahora que sé que no lo he perdido, vivo cada segundo del trayecto con una intensidad que nadie sospecha. En una cuenta atrás dolorosa que da a cada sonrisa y cada segundo el valor incalculable de lo efímero y escaso y , por ello, doblemente esencial.


En ese tren que me lleva demasiado rápido a donde no quiero llegar, voy saboreando cada minuto con el corazón henchido y emocionado. Y nadie se da cuenta de todo ese bullir interior que a veces creo que me va a delatar en lágrimas de intensidad. 


Salgo a la calle, busco respirar, interiorizar todo eso que se ha convertido en una forma de vida, mi forma de vida. Mi vida interior que solo yo conozco. Salgo y me encuentro con otro mundo que también he hecho mío a tiempo. Una naturaleza sencilla pero inabarcable. 

La hoz siempre hermosa me perturba de belleza. Simple, abarcable pero imposible de describir. Las palabras y casi las emociones no dan para tanto y me siento desbordada sintiéndome privilegiada por poderlo disfrutar. 
Paseo aspirando olores, me paro para escuchar el silencio, mi vista se pierde entre ocres, amarillos, dorados, rojizos...
Se me escapa un gemido. De repente me encuentro con unos chopos brillantes al sol, regalando sus tonos imposibles enmarcados por la sombría roca de la hoz que enfrente los contempla. Aturdida pienso que hace mucho que no disfruto de algo tan hermoso y no sé cómo disfrutarlo más, cómo llevármelo conmigo para caldear con su recuerdo esos otros malos momentos que llegarán. ¿Pero nadie más se da cuenta de este milagro fugaz? ¿Por qué he vivido tanto tiempo sin gozar de esta maravilla?
Me prometo volver cada año aunque tal vez no vuelva a tener la suerte de verlo con un azúl tan límpido y un sol acariciante que hace doblemente gozosa la sensación.









Tengo que partir. No me resisto a dar otro paseo por el campo. En este caso no es un sinuoso desfiladero sobrevolado por buitres y otros pájaros que se camuflan entre  pardas y milenarias  rocas.
Son simples campos de cultivo que roturados o en barbecho descansan apacibles y con una humildad majestuosa salpican el paisaje con tierras rojizas algunas, verdosas otras por las últimas lluvias; vides enrojecidas como ebrias del propio jugo que han parido... y el silencio.



El viento como acallado y creando una burbuja de serenidad que te acerca al paisaje, como un cuadro en el que nada desentona y yo soy una motita que se aproxima a descubrir el misterio de la sencillez y de las raíces. La tierra como lo único que tenemos y que cada vez miramos menos. 

Vuelvo a casa. Nunca me he sentido tan triste ni tan asustada por la vida como ahora. Nunca he tenido más miedo y menos ilusión. Y me aferro a esos mundos que me esperan y me regalan lo que son. Busco la compañía de los que me quieren y  no me acompañarán siempre; y para soportarlo me voy diciendo que , pase lo que pase, siempre estará allí, esperándome, esa naturaleza simple y llena de sabiduría que intenta explicarme lo poco que somos y lo mucho que hemos de querer y regocijarnos en ello.