domingo, 15 de noviembre de 2020

Barrio

 Es un barrio humilde. De gente trabajadora.

Es un barrio viejo, nacido al frío del boom inmobiliario franquista de los años sesenta y a la medida de la estatura, la moral y la intelectualidad del dictador. Pisos pequeños como espejismos de comodidad y progreso que lo fueron para quienes venían de compartir habitación para sobrevivir.

El barrio es humilde y viejo. Como una gran parte de los habitantes que lo inauguraron. Edificios de ladrillo de cincuenta metros cuadrados donde llegaron a vivir familias numerosas y donde nos reuníamos en celebraciones montones de personas sin entender ahora cómo lo conseguíamos.

Los muros de las calles del barrio, construidos con piedras engarzadas en perfecto equilibrio, como murallas romanas , mantienen y separan calles peatonales donde de niños jugábamos horas y horas sin peligros y como en una prolongación de nuestro propio hogar.

Años más tarde, estas viviendas municipales del régimen se vieron rodeadas de construcciones más modernas, con pisos de más metros, con ascensor y calefacción que, abrazan al barrio inicial como intentando esconder su pobreza.

Ese barrio humilde y viejo, era un barrio lleno de tiendas, bares...de vida. El barrio encerraba todo un mundo del que no era necesario salir para vivir y ser feliz.

Este barrio, humilde y viejo, abandonado por el municipio y demasiado sucio, "hormigueado" por gente trabajadora que sabe lo que es llegar a fin de mes con estrecheces, se desangra hace años. El mundo ha cambiado. Ha cambiado la forma de vida y la forma de vivirlo y, en un goteo incesante, las tiendas han ido cerrando una a una para sobrevivir  alguna sola como un islote en el ártico. Las demás o están cerradas o se han convertido en casas bajas accesibles para aquellos jóvenes que ahora ya no pueden subir las escaleras que los separaba de la vida en su piso sin ascensor.

Este barrio, así, viejo, desangrado, humilde, sucio...se salva. Lo salvan los árboles y los jardines que lo salpican. El barrio sin árboles sería un fantasma, un remedo de hogar. El verdor, sus pájaros, sus colores, sus brisas...hacen de este rincón un paraíso perdido de la mano de dios.

O quizá sea el cariño de mis primeros veintisiete años vividos en él lo que me hace sentirlo así.


Nunca pensé que volvería a vivir en él como lo he hecho durante nueve meses. Meses muy difíciles para todos. En este nuevo tiempo de miedos, confinamientos e infecciones que , como no podría ser de otro modo, lo han asfixiado tenazmente. 

Mis primeros meses en el barrio fueron meses ciegos, meses sordos, meses de hojalata con la única premisa de sobrevivir, de cerrar la puerta por la noche, un día más sanos y salvos.

Después, poco a poco, volví a la vida y pude contemplarlo, respirarlo, escucharlo, verlo...y allí estaba él. Viejo, humilde, sucio, cansado, pero verde y tranquilo como el remanso de un torbellino incomprensible.

El barrio. Cada esquina, un recuerdo. Cada acera, una risa. Ventanas con nombres. Huecos, muchos huecos... vacíos, ausencias...Cuánta amarga dulzura punteada de ancianos que conocí vigorosos y que ahora son los mismos pero muy anochecidos.

El barrio. Caras amigas, caras nuevas...gente. Gente...gente del barrio. Buena gente. (La habrá mala también. Como en todas partes)

Papelería Maruja, un viaje a mi niñez. Entro. Está su hijo, amable como ella, que me recibe como si nos conociéramos de siempre. Y de pronto, la voz de Maruja. La misma voz que me regalaba un borrador cada vez que compraba algo. Esa voz amable, cantarina, serena. ¡Maruja! qué maravilla verla! El 1 de octubre hizo cincuenta y cinco años que abrió esa papelería. Y nada ha cambiado en ella. Toda amabilidad y acogida. El mundo recobra cierto equilibrio gracias a ella y ella ni lo imagina

Lupe, la farmacéutica. Una mujer generosa. Una pura terapia con ojos vivarachos, siempre sonriendo. Y Lupe nada sería sin Aldol y sin Inés. 

 Luis Alfonso, que me ha sacado de más de un aprieto con su escáner y  la rapidez con la que me consigue los libros que le encargo.

Los fruteros José y Fernando. Diligentes. Fruta buena, al lado de casa. Siempre con una sonrisa

Mi dentista. Mi argentino favorito. Acunándome con su melodiosa conversación a pesar de mi terror a esos sonidos y prácticas.

Herminio, la seguridad de tener en la puerta de casa "un amigo".

Y toda la gente nueva que he conocido. Gente hispana. Con un viaje lejos de su casa siempre cargado de tristeza y esfuerzo. Es la nueva gente de este barrio que lo hace más vivible. Especialmente para todas las personas mayores que ahora lo van habitando y despidiendo.

Este barrio así, viejo, desangrado, humilde, sucio...se salva. Lo salvan sus gentes. 

Y todos los perros que saludamos cada día y que se han convertido en parte de nuestra rutina y nuestros juegos, ¿verdad, Miko? La panda perruna que nos acompaña en nuestros paseos.


El barrio... Cada uno de los días pasados en él , me ha regalado un destello de belleza. Viejo, desangrado, humilde, sucio...

 Esas hortensias hermosas y exhuberantes con sus colores rosados como intactos. 

Un precioso gato, "malabareando" en una ventana.

 El otoño pintando las hojas , las hojas pintando el suelo...Suelo y cielo reflejando la maravilla de los colores imposibles de esta estación. 


El barrio. Que me vio crecer y que vi envejecer. 

El barrio, viejo, desangrado, humilde, sucio...,como el útero materno, me ha acunado nueve meses en medio de la total oscuridad.