martes, 9 de junio de 2015

Me hierve la sangre

Me hierve la sangre
y me consumo en ella y siento ganas de vomitar. 

Porque, quizá, yo también de pequeña hice algo así. No tan cafre ni inhumano pero similar. 

Recuerdo a una niña del barrio que era muy alta y desgarbada y también débil, claro. Y sí, recuerdo verme parte del grupo que la acorralaba solo por ¿¿¿¿el placer???? de verla perdida, de sentirnos superiores, de estar al otro lado de la frontera.
Tengo el recuerdo y también creo conservar la sensación de saber que aquello era una putada. Algo injusto y miserable. Y también creo conservar la sensación de tener la certeza de que haciendo aquello miserable, injusto, yo me ponía  a salvo de ser la víctima. Porque yo me sabía también débil y susceptible de burlas y persecuciones. Siendo parte del grupo acosador, diluyéndome en él, en su cobardía, evitaba el foco, lo desviaba hacia ella. 
Ella era una persona buena, de esas chicas ingenuas que no veían el mal en nadie y que era generosa y amable por naturaleza. Lo que he dicho: vulnerable. Ante cualquier peligro corría llorando , llamando a su madre y eso nos parecía punible y como la "santainquisición", la juzgábamos sin juicio  y la castigábamos a nuestras burlas y acosos.
No era minusválida pero sabíamos que era más débil que los demás. Y los demás, que tampoco éramos "sansones", nos pertrechábamos de la mezquindad de humillarla para sentirnos fuertes, invencibles, unidos en una causa común.

Me está costando escribir esto. Por todo lo que significa. 

Nuestros padres eran amigos y por lo tanto yo tenía mucho más contacto con ella y sabía que era una persona estupenda, una buena amiga. Pero nunca la defendí de la jauría. En algún momento dejé de ser activa en ella pero nunca la defendí con fuerza.

Reflexionando sobre los casos de acoso que cada día vemos en los periódicos (y los muchos que no vemos), indignándome como lo hago cada vez que me entero de un abuso así, me vino a la memoria, nítidamente, este recuerdo de mi infancia. Creo que es interesante haberlo conservado tan nítidamente escondido en la retaguardia de lo que soy. Quiero pensar que es así porque siempre supe que obraba mal y que era una cobarde. 
Me temo que no fui la única en participar en cosas así. Bueno, sé que no fui la única porque el grupo era numeroso y sé que había grupos así en todas partes.

Tal vez, fue esa rémora latente la que me hizo estar muy alerta con mi hijo. No tanto de que él fuera objeto de ese tipo de abusos -que también- sino de que él no se los infligiera a otros. Siempre he sido excesivamente insistente en ese tema y siempre he sido una pesada advirtiendo a mi hijo que no haga de menos a nadie y que si ve a alguien en inferioridad de condiciones lo apoye e intente integrarlo. Había una chica en su clase que no tenía amigos y que era un poco "friki" como ellos decían y le agotaba con mis requerimientos sobre ella.

Leo la noticia anterior y me hierve la sangre y me entran ganas de vomitar. Tengo la certeza de que mi hijo nunca haría algo así (¿¿¿se pueden tener certezas sobre algo???). Raúl siempre ha sido un niño fuerte, más fuerte y alto que todos los de su edad. Y jamás ha usado esa fuerza para imponerse. Nunca. AL revés. Siempre ha dejado paso a los demás ,hasta el punto de pensar que algo le pasaba porque siempre estaba en último en todo. Nunca empujaba por ser el primero y prefería quedarse sin algo antes que meter codos. Es algo que adoro de mi hijo. 
Tengo un recuerdo maravilloso de un día en el patio del cole cuando tenía 3 años. Siempre iba (yo) de incógnito a grabarles en vídeo a la salida, cuando iba a recogerlos. Estaba en ello viéndoles jugar con una casita de plástico desmontable. De repente, el techo que  Raúl estaba manipulando se le cayó a Pablo, su mejor amigo, en la cabeza y empezó a llorar. Raúl fue rápidamente a consolarlo, acariciándole la cabeza. Pablo enfadado le echó la culpa y Raúl, acaraciándole todavía, rompió a llorar con él, pidiéndole disculpas y diciendo: "Prrdón "Pabo" ha sido sin querer" Iba detrás de él diciéndole eso, llorando y acariciándole donde se había dado el golpe. Lo tengo grabado y no necesito verlo para conmoverme como aquel día lo hice. Como ahora  sólo con recordarlo.

He leído esta noticia y aunque no era necesario para indignarme y dolerme, la he leído en un día en el que todo se me enreda y colabora a que se me encoja el corazón.
Sabía al ver la foto que el chaval que lo cuenta era de por aquí, lo he visto alguna vez. Como siempre, pienso en su impotencia y también en el dolor profundo de sus padres, en su rabia. NO hay nada que duela más en este mundo que ver a tu hijo desprotegido, injustamente tratado, vulnerable, sufriendo.

Ya es suficientemente doloroso que la vida lo ponga en esa situación de desventaja como para soportar que las personas privilegiadas que tenemos salud y podemos disfrutar de la vida sin ningún obstáculo, nos mofemos de la mala suerte de los que tienen alguna limitación. 
Pero sucede. Nuestros jóvenes lo hacen. Yo lo hice de algún modo. En mi caso por pura cobardía. Lo sé. Pero me pregunto qué lleva a otras personas a hacer algo así. ¿La cobardía sólo?¿El miedo?
¿O genéticamente tenemos inscrita la banalidad del mal y la aplicamos en la menor ocasión? Da pavor y explican, ambas razones, muchas de las barbaries del siglo pasado y de estos momentos. 

Hoy mi hijo hace la PAU. Se ha ido nervioso como nunca le he visto. Frágil, desprotegido, vulnerable.
Me hubiera gustado arroparle con una armadura de fuerza y optimismo y no he podido. Se me ha encogido el corazón. 


Por eso no puedo ni siquiera imaginar el dolor de esos padres que ven sufrir a sus hijos injustamente, gratuitamente, cruelmente, inhumanamente. Que ven morir a sus hijos por algo así o que los ven vivir con miedo, sin ilusión, sufriendo. Porque sí.

Y me hierve la sangre y siento ganas de vomitar porque siento que no hemos avanzado mucho como personas y que esa parcela brutal, primitiva y sanguinaria de animales que somos se extiende ante nuestras emociones como una plaga que nos convierte en lo más odioso y despreciable.

Sólo me tranquiliza saber en la mirada de mi hijo que es una buena persona que nunca abusaría de otro gratuitamente. Hoy me acompañará todo el día esa mirada para que no se me olvide que da igual el resultado de la PAU si mi hijo es una buena persona que no pisará nunca a otro para ser el primero.