lunes, 2 de septiembre de 2013

SABORES

Hoy, en medio de una tregua en este  malestar septembrino  que me he regalado porque sí, me ha asaltado, sin venir a cuento, la evocación de un sabor. Un sabor que traía enmadejadas muchas emociones intensas.

El sabor de los sándwiches que mi madre me preparaba cuando con ella iba a una sesión continua de cine. Sándwiches de foie gras y de chope que se deshacían en mi paladar entre el pan de molde que nunca, salvo en estas ocasiones, yo tomaba. Y en un tupperware amarillo - que todavía se conserva rodando por el pueblo- una Fanta de naranja rica como ninguna otra que haya probado en mi vida. 
Un ritual que me hacía más feliz que la propia fascinación del cine y la gran naturalidad con la que nos sumábamos a una película ya comenzada (en ocasiones a punto de terminar) y la exactitud cómplice con la que nos mirábamos cuando llegábamos al momento de la película en el que nos habíamos incorporado y que nos indicaba que debíamos irnos a casa. En nada nos perturbaba ver la película ya empezada y desentrañar su argumento sabiendo ya su desenlace. 
Y la terrible ilusión de saber que podría disfrutar de  ese manjar que no era el habitual de mis meriendas: el sandwich con pan de molde, suave, blandito y con un sabor que ha llegado hasta mí, cuarenta años después. Y con él, el regocijo de una niña ante un mundo por estrenar y la magia de un día diferente, lleno de imaginación, oscuridad, pan de molde y fanta, al lado de mi madre.

Emocionada, al sol, he recobrado toda esta liturgia tan especial con hormigueo en el estómago y me he preguntado qué otros sabores tendría agazapados en mi corazón con tanta intensidad y significado. Y han aparecido ordenada y obedientemente dos más que, como el anterior, son muy simples pero igual de  significativos.

El sabor indefinido pero muy cremoso de un helado que preparaba mi abuela Eulalia y que me encantaba. A mí y a mi tío Mariano. Era un helado con sabor como a crema y coco, con una textura especial y las manos de mi abuela acariciándonos. Y con ese sabor han llegado hasta mí la alegría de mi abuela al verme disfrutarlo y su mirada triste y complacida. (Nunca la vi comerlo a ella)

El sabor a Nesquik y pan tostado con mantequilla que a veces me preparaba mi vecina Alejandra para merendar. 
En esas meriendas yo vivía la admirable experiencia de ser víctima de un encantamiento, de un inexplicable sortilegio disuelto en la pócima rica y humeante que mi vecina preparaba con dedicación y sonrisas.Porque yo detestaba la leche y me veía obligada a tomarme cada día mi cola cao (o el nesquik que mi madre compró la primera vez que lo tomé "encantada" en casa de mi vecina) con la nariz y los ojos cerrados y con gran disgusto. Y porque era incapaz de acercarme a un trozo de pan con mantequilla a más de tres metros a la redonda. Excepto en casa de mi vecina, donde yo me tomaba ambas cosas con deleite y fruición. 
Puedo recordar tardes con Alejandra y Melecio, mis vecinos, y su sobrina, Chelo - que me quería mucho- en las que el gozo empezaba mucho antes de la merienda en sí, a través del olfato y el entusiasmo con el que ellos preparaban la mesa y todos sus ingredientes. Y puede que contagiada por su satisfacción, siguiera "embrujada" por el deleite con que ellos daban cuenta de sus raciones. No lo sé. No sé cómo explicarme lo rico que todo aquello - que normalmente yo odiaba- me  sabía.
 Y  esos sabores cálidos y "hechizados" han llegado acompañados de la hospitalidad y cariño de mi vecina, de su forma de disfrutar de las cosas básicas de la vida como un vaso de leche o una siesta.

Estos tres sabores aletargados  en un recóndito rincón de mi alma me han devuelto a  un mundo de certezas y de seguridad que hace mucho que no es parte de mi vida. Aunque hoy he descubierto que sí, que es una parte fundamental de mí misma que hoy ha tenido la ocurrencia de aparecerse ante mí con una fuerza y un valor sorprendentes. 

Alguna vez he dicho que la ternura puede ser dolorosa y dulce al mismo tiempo. Como la añoranza de esos sabores y del universo emocional que los ha retenido en mi corazón.

AGOSTO

Las vacaciones se han ido casi sin darme cuenta. 
Me encanta agosto con la tranquilidad que se respira en todas partes. El edificio casi vacío, la calle permanentemente adormecida, Madrid con otro ritmo y más accesible.
 Agosto como un paréntesis donde aparcar las inquietudes, las prisas, los agobios y los miedos. 
Agosto para el descanso, la lectura, las horas sin reloj.
Agosto, un espejismo del que me cuesta despedirme.


Y ya está aquí septiembre y de golpe aparecen todas las urgencias, las turbaciones, las preocupaciones, los desasosiegos... No me gustan los primeros días de septiembre y, como una colegial, se me encoge el estómago y me cuesta levantarme.

Voy a intentar neutralizar estas malas vibraciones  con un baño en la piscina y esta entrada.

No deja de sorprenderme cómo coincido con algunos escritores/pensadores, de alguna manera. Aunque suscribo completamente todo lo que dice y por eso lo apunto.