domingo, 21 de septiembre de 2014

Otra vez La hora violeta


Esta es un carta, extensa, visceral, impropia quizá, para el autor del libro La hora violeta, Sergio del Molino.

No sé cómo te la haré llegar y , si lo consigo, no sé si llegarás a leerla.Creo que no, lo cual, lejos de decepcionarme, casi me alivia.Porque temo decir algo inconveniente o ahondar en tierras movedizas. 
Tu libro es un campo de tierras movedizas.Minadas. Caminas por él y donde menos te lo esperas te explota la mina del amor, del terror, de la desesperación, de la impotencia,del amor. Tu texto está minado de amor.
 Y creo  que no (¿lo espero), que no la leerás porque como tantas veces en la vida, (¿verdad, Rosa Montero?) las #casualidades que tejen el camino que nos alimenta y que alimentamos han querido que mi lectura de tu libro coincida con la salida de otra obra tuya: Lo que a nadie importa.Y andarás, entre otras cosas, muy ocupado con él.

En cualquier caso, allá va. De manera inevitable. 

No sé si nadie que no tenga hijos pueda entender tu libro en toda su dimensión, acercarse a él limpiamente. Yo me entregué a él antes de leerlo y el resultado es esta carta, cargada de emociones y de preguntas. Yo también "me niego el refugio de la ignorancia y el cálido y húmedo consuelo del autoengaño" (pg 164). Y quiero saber. Como si eso me preparase para cambiar algo o para saber afrontarlo mejor.



Mucha gente no entiende por qué escribir sobre algo tan doloroso, tan íntimo, tan privado. No entiende cómo ni para qué.
Tú intentas explicarlo a través del diario de Sonja Goldstein (Pg 184-185) y hay una conclusión que tú extraes que es ,en mi opinión, definitiva: "Ella usó el verbo para invocar la corporeidad de su hijo"
Yo también escribo. Como una necesidad. Así que puedo acercarme a entender tu necesidad de escribir algo tan inefable. Sacar de ti tantas emociones tan profundas, canalizarlas, exorcizarlas al "vomitarlas" sobre el papel. Para que dejen de ser un magma que quema, que invade.
"Podría pensarse que, al reducir estas experiencias al lápiz y al papel, lograría limpiarme el alma o purgar mis sentimientos". dice Sonja (Pg 185). Ese condicional es todo un mundo.
Y quiero pensar que te sucede lo que a mí: soy incapaz de escribir en medio de un dolor profundo. Sólo cuando lo he "domesticado" un poco puedo enfrentarme a él. 
Aunque todo son preguntas, como te decía. Porque yo ni me he aproximado levemente a un sufrimiento de esa dimensión*.



Mucha gente no entiende por qué zambullirse en un dolor ajeno, en el horror, en el infierno que tú has compartido.

Tú vas dando pistas sobre esto en tu libro porque tú también te has zambullido en los dolores de otros que han pasado por el mismo trance: "me reconforto con el dolor ajeno, porque , al fin y al cabo, todos los aullidos se parecen, no importa su causa" (pg 143).

No sé si para querer leer experiencias como la tuya es necesario tener un hijo, ni si para necesitar leer un dolor como el tuyo es imprescindible haber pasado días al lado de la cama de tu hijo en un hospital. Tal vez no.
Yo también leí Mortal y Rosa. Yo también intenté leer Mortal y Rosa. Pero no pude. Lo dejé.Me resultó frío, metálico, y me hacía daño.No lo entendí.Supongo. No sé si es necesario haber vivido lo mismo para entenderlo. Tendré que releerlo aunque solo sea  para encontrarme con la explosión de esta frase: "También el horror puede llegar a ser de alguna manera confortable".



Me encontré con tu libro nada más publicarlo.

Encontré una crítica en el suplemento de un periódico que provocó una de las primeras entradas de mi blog:
Creo que , al final, cuando estás buscando, encuentras. Y yo busco. Busco aprender a vivir. Y vivir  muchas veces es dolor. Y busco, busco el sentido del dolor, de soportar el dolor. En esa búsqueda, encuentro. Y te encontré.

Sin embargo, curiosamente ¿? no te he leído hasta ahora. Supongo que , inconscientemente, lo iba evitando.

Mi hijo, con ocho años, estuvo hospitalizado por una infección en un pie que requirió una operación menor si no hubiera estado aderezada por un error humano: alguien olvidó abrir la cánula del calmante que hubiera evitado la tortura que le esperaba a mi hijo al despertar de la anestesia.  Fueron pocas horas -quizá menos de las que yo recuerdo- Pero el aullido de mi hijo me heló la sangre y me enloqueció. No lo soporté.  Grité, pataleé, exigí que parara ese  alarido que me partía en dos.
Así que, es probable que evitara leer tu libro para no encontrarme  con mi cobardía frente a vuestra resistencia. Y es posible que quisiera leerlo para aprender cómo soportar lo insoportable.Lo que yo no pude soportar. ¿Se puede aprender eso leyendo?

No sé si se puede aprende algo así leyendo. Sé que he aprendido algunas cosas con tu libro. Algo duro o inconcebible como que el terror no es lo peor, hay algo más allá y puede esperarnos. (Pg 164)
Y he aprendido algo importante para mí ahora: tengo que sacar de mí toda la ternura, todo el amor que tengo para hacer frente a la rebeldía hermosa de mi hijo. Sus diecisiete años palpitantes, complicados en el día a día, son una fiesta de la vida que tengo que celebrar cada minuto sin perderme en minucias ni en desencuentros. No puedo desperdiciar ni un segundo de mi amor en frustraciones y decepciones. Tengo que aderezar todo eso que es pura vida con todo el amor que tengo.



El caso es que me lo he leído casi en un día. Deslizándome por ese torrente de dolor, de emociones, con el corazón encogido y el alma ensombrecida. Y sin entender algo que me sorprendía y no acababa de asimilar: el libro me atraía como un imán. No quería desprenderme de él. No quería un descanso en esa odisea que sabía de antemano tenía el único final que no deseaba nadie.


 ¿Por qué?¿Por qué no quería salir de esa burbuja en la que nos instala tu narración? Ese trozo de vida que vivisteis y que parece la negación de la misma vida, su antítesis. El infierno instalado en medio de la cotidianidad. De hecho, me impacientaba cuando salías a cenar o a renovar fuerzas obligadamente, cuando me alejabas de ese universo de impotencia y de dolor que era ver el dolor de tu hijo. Yo quería estar con Pablo. Que lo acunaras, lo acariciaras, lo miraras y le hicieras reir. No quería abandonar a Pablo en ningún renglón de tu libro. Quería volver a él, a su burbuja,a su habitación, a la playa a ver esa "agua" cuya g pronunciaba tan bien. A lo largo de la lectura de tu libro solo encontraba cierto descanso cuando estaba con Pablo. ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene todo esto?¡ Estoy leyendo un libro! ¿Estoy leyendo un libro?

Sé que es ridículo. Sé que casi es impúdico hacer "literatura" de esto (uno de mis miedos en esta carta). Pero, Sergio, he acompañado a Pablo en esa lucha. Y hacía fuerza por él. Y le sonreía, y le acariciaba esa cabecita. 

Supongo que cualquier sicoanalista me diría que acompañando a tu hijo en ese suplicio, intentaba "llenar"  el vacío en el que dejé a mi hijo en medio de su dolor porque no lo pude soportar.


Nos ahorras la agonía de Pablo. Quizá porque es lo único que no puedes compartir. No es necesario. El fragmento sobre uno de tus sueños es suficiente.(Pg 165)
Yo tampoco quiero renunciar a la pena que emana tu libro y en mí se queda aunque ya he terminado de leerlo.


Me da miedo el dolor porque soy cobarde. Por eso admiro a quien no lo es. Por eso admiro tu libro y me alegro tanto de haberlo leído.
La hora violeta es una hermosa hora en la que uno,  se encuentra consigo mismo, con la vida; y que, por lo tanto, puede devenir en una oscura y dolorosa hora.                      Gracias por permitirme entenderme un poco mejor y sentir todo lo que he sentido leyéndote.

Le has hecho a Pablo un mundo en el que no podrá jugar pero que le recordará siempre y nos recordará que el dolor y el terror solo se combaten luchando. 

Y esa es una gran lección para los cobardes. Gracias.

Esther

Entrevista con Sergio del Molino 

El blog de Sergio del Molino


PD: Como curiosidad,como #casualidad, justo antes de toparme de nuevo con tu libro y leerlo, me estaba informando de cómo ser donante de médula. 

PD:* Me sorprende la descripción de ese sentimiento que te invadirá "después" y que está "mucho más allá del terror. Será como sentarse en una habitación de hotel situada en Júpiter o más allá del infinito" (Pg 164).  Se acerca mucho a la vaga descripción que he podido hacer sobre la depresión. Esa fue mi hora violeta y también he aprendido a vivir en ella.

PD: Un beso para el Vaquero Gay de mi parte.



Gracias por tu rápida respuesta, Sergio. Ha sido un bálsamo saber que te ha gustado, tanto como para formar parte de uno de tus tuits. Un beso