Entro por aquí, de puntillas.
Porque el abismo atemoriza.
Porque la palabra huérfana duele.
Me encuentro con "Lo intento" como si yo no lo hubiera escrito.
Otra vez tú.
Siempre tú.
Entro por aquí, de puntillas.
Porque el abismo atemoriza.
Porque la palabra huérfana duele.
Me encuentro con "Lo intento" como si yo no lo hubiera escrito.
Otra vez tú.
Siempre tú.
Respiración cuadrada. Me incorporo. Funciona esta respiración; un, dos, tres, cuatro...
Respiro. Conscientemente. La voz de Débora acaricia nuestro intento de relajar el cuerpo, la mente... Nos acompaña en ese viaje a nosotras mismas. Nos damos unos minutos para encontrarnos con nosotras y cuidarnos. El grupo nos cuida, nos protege. Uno, dos, tres, cuatro...
Ahora, estás en una burbuja. Imagínatela como más tranquilidad y protección te dé. MI burbuja tiene una luz cálida y me mece dulcemente. Me recuesto para descansar en ella y apareces tú. Con tus brazos abiertos y tu sonrisa incondicional. Me sorprende tu presencia porque no ha sido algo premeditado. Y sin embargo no podría ser de otro modo si tengo que verme en un espacio, cálido, seguro, de gran paz y serenidad. Sólo contigo podría existir ese espacio y ahí estás tú. Estamos los dos. Así. Simplemente. Estando. Con tus brazos de acogida y sonriendo. En paz contigo mismo. En paz con la vida.
Soy terrible para las visualizaciones, para arrancarme de esta tierra y sus pulsos. Sin embargo, no puedo separarme de esa imagen. No nos tocamos. Simplemente estamos. No me atrevo a moverme como si cualquier pequeño cambio pudiera tener el maleficio de explotar la hermosa burbuja y hacerte desaparecer.
Estás conmigo. No necesito nada más para estar serena, protegida, en paz. Estás conmigo
Cada día paseo al sol. Es parte de mi cuidado. Paseo, respiro, tomo el sol.
Cada día una mariposa me acompaña un trayecto. Una o dos.
Cada día me emociona encontrármela.
Eres tú. ME digo que eres tú, aleteando a mi alrededor. Negándote a dejarme sola.
Sé que no es así.
Siento que por qué no.
Que siempre hay una mariposa conmigo,
no importa donde pasee, en qué campo.
Creo en lo que no tengo fe del mismo modo que vivo lo que no puedo asumir.
Quiero sentirlo así porque no entiendo la vida sin ti.
Pero lo que no soporto es tú sin la vida.
Tú sin poder disfrutar del sol en la cara
La brisa, el mar, la naturaleza, tus libros, tus paseos, tus ideas...sin ti.
Tú sin la vida y cae el telón.
Por eso mi mariposa. Por eso la fe sin creer.
Nada tiene sentido. Tampoco esto.
Pero la mariposa está ahí.
Las botellas están en la despensa,
la ropa en el armario,
las horas en los días,
los coches circulando por las calles
con un sentido regular del tráfico
más precisos que nunca, los recuerdos,
cada uno a su año y su ciudad,
las tierras y los mares son los mapas, l
a bandera en la selva, la luna en los poemas,
sus ideas, las dudas,las pasiones
hechas a resistir consigo mismas,
por géneros de libros,
los números por orden alfabético
en las agendas del teléfono,
las letras con cifras en los ordenadores,
las dos almohadas en la cama,
las zapatillas simulando espera
con su tranquilidad de buen rebaño...
Que todo esté en su sitio
es el mayor desorden que pueda imaginarse.
Historia de un desorden
poema del libro "Un año y tres meses"
de Luis García Montero
Los cuidados como tierra de nadie en la que naufragar después del ciclón.
Son hermosos los cuidados.
Menos, saber que te vas; sin diagnóstico al que aferrarte.
No pudimos regarte con cuidados.
Tampoco te minó saberte sin retorno.
Alguien puede poner en pie con sus palabras
lo que a otros no nos cabe en el corazón.
"El muerto en pie" ayudando a levantarnos.
Reír a carcajadas.
Sembrar la vista de gozo sin los ojos velados.
Bailar , entregada a la música sin condiciones,ni tiempo, ni espacio.
El sol, entibiando los poros de la piel.
La brisa, acariciándolos.
El pensamiento, tomando asiento dispuesto solo a dejarse llevar por las emociones, los descubrimientos, la belleza.
Abandonarme sin sentir el peso de seguir adelante.
Aquí y ahora. Respirar, ser, disfrutar.
Todo lo que no parecía posible, como en un sortilegio, fue.
Todo lo que parecía quebrado, irrecuperable, surgió de la pura necesidad de "vivir".
Porque quien "ha vivido" alguna vez, conserva la huella de ese impulso, aunque no lo sepa.
Volver a vivir solo es posible si cada momento se convierte en una ofrenda.
"Darías la bienvenida a este sol acariciador"
"Sabrías regocijarte con este espectacular recorrido lleno de naturaleza e historia"
"Abominarías de tanta magnificiencia porque fue engarzada con el sufrimiento de los de abajo"
"Buscarías otros lugares menos glamurosos, cepa del sudor sobre el que cabalgaba el imperio"
"No perderías tu tiempo en templos que sí serían tan sustanciales para tu madre como para mí"
"Me encantaría dejarme coger de tu mano y simplemente, estar así, ahora, aquí"
"Sonreirías antes mis ojos empañados de noche por una Budapest iluminada, hermosísima"
"Gozarías rodeado de la alegría de los girasoles, deslumbrado por el destello de los humildes rastrojos rubios"
"Sentirías el peso del pasado y de la naturaleza paseando por una Hoz milenaria y llena de vida y de matices"
Y no sé cómo hacer de ese condicional un presente imperfecto .
Intento esquivarlo respirando profundo y haciendo de cada segundo "vivible" una ofrenda a tu recuerdo.
Una ofrenda llena de presente tanto como mi corazón lo está de ti.
Una ofrenda profunda y vacua como el dolor de no volverte a tener.
La única foto que tengo de ti. Eres tú.
Casi todo lo que significas.
Casi todo lo que amabas.
Casi todo lo que querías ser.
Te miro, te acaricio. Entro en barrena.
Casi todo ya no existe.
Todo me habla de ti y ya no estás.
Algo pastoso quiere ser aire.
Barro terroso trago en mi saliva.
Las entrañas me arañan como una rebelión.
No lo acepto. No quiero. No se lo permito. Como si pudiera...
Dónde poner casi todo lo que ya nunca podrá ser.
Te miro. Te acaricio. Cómo te echo de menos.
De repente me asaltan unas pastillas. Donde menos me lo espero. Tuyas.
Ahora es un laxante, en el fondo de una bolsa. Tuyo.
Fuiste tú quien marco el ritmo de tu condena y, sin embargo, a mí me pesa como si arrastrara la culpa de ser yo la que te anclara a esas cadenas.
La brisa suave de los dos últimos años vividos en casa, tranquilo, de vuelta a tu vida, lejos de tu condena, me permite sonreír ante el recuerdo de tu muerte. Esa que se me abalanza con tus pastillas, tu laxante, esa foto...mi corazón.
Si me paro, me ahogo.
Si me paro, me hundo.
Si me paro, el dolor.
Si me paro, el vacío.
Si me paro, existir.
Si me paro, sentir.
Si me paro, la herida engulle.
Si me paro, la vida descarrila.
No me paro. Sujeta mi latido el puro movimiento.
La tristeza me embadurna con sabor a brea.
Me sepulta y no sé donde ser ni qué ponerme.
Me revuelvo en su soledad que me aúlla que huya.
Huyo
Rodeada de otros, caigo.
Caigo en la cuenta y en el precipicio de entender
que solo ellos, las ausencias que nacen mi tristeza,
podrían anegarla de luz y de esperanza.
Este barrio que amabas en mis letras, está ,ahora, salpicado de nueva vida. Morada. Y se me clava con la fuerza de la savia que la empuja. Inmisericorde.
Florecillas moradas, minúsculas crecen entre las piedras de los muros que jalonan el barrio. Cansado, humilde. Como regueros de belleza que impiden que se rinda.
Lilas, simples, fragantes, como milagros encendidos, sorprenden y acicalan las calles ajadas y saludan como banderas blancas, de pactos imposibles con la derrota.
Las veo, tan pequeñas, tan llenas de vida, tan hermosas... y se me clavan como añicos, sin ti.
Todo lo hermoso me lleva a ti, me precipita a tu vacío y emborrona cualquier intento de comprender y seguir adelante.
La naturaleza volviendo a la vida, eres tú y me persigue en su sinrazón y su violencia sin ti. Me rompe de emoción tanta esperanza hecha vida, sin ti.
Todo lo que te recuerda a ti, me condena al sinsentido. Hace palpable tu ausencia y me ciega.
No hay espacio para esto más que todo lo que eres y todo eso, todo lo que inabarcablemente eres, me levanta la piel y me deja abortada en el camino.
Hablan de ti, de tu decencia, de tu docencia, de tu talla moral e intelectual, de tu insobornable compromiso...y sí. Sí, claro que sí. Pero a mí me faltan muchas piezas de tu rompecabezas emocional, del mapa de tu corazón, de tu recorrido vital. Y así, despiezada, descabezada me rindo ante la evidencia de que nadie más que tú podría aliviar mi duelo, mi egoista dolor. Nadie podrá arropar esta debilidad, calmar esta necesidad. Nadie podrá acariciar mis cicatrices ni curarlas. Nadie que no seas tú. Y ahora eres, por siempre, una enorme cicatriz que me recorre el espinazo y que cuando la tocan, me sacude un latigazo de nombre no inventado que desdibuja cualquier intento de respirar y creer que la vida es posible.
¿Cómo podrás acariciar lo que ya eres y yo no puedo sostener?
Te echo, indecentemente, de menos. Hueco y cicatriz. Carne viva. Pura muerte. En vida.
Nada me sale al encuentro.
A veces, las palabras de otras.
Las mías, ya no.
Invalida, doblegada por el dolor, te vuelcas en tus torrijas.
El olor a miel y a pan frito me arrebata hacia una niñez feliz que no existió, pero que queda en mí.
Las torrijas descansan ya en su baño de vino meloso. Las mías quemadas, como me gustan.
En su bandeja me hablan, me zarandean. Me gritan lo que no entiendo y me subleva.
Fecundada de dolor, te revelas en esos gestos. No parar. Ser la que eras en todo lo que hacías antes, fácilmente, y que ahora te cuesta un mundo. Y a mí un dolor insoportable.
El aroma de la miel deshecha me reconcilia con tanta rabia y desencuentro. Deshecho también se puede ser dulce. Tengo que intentarlo.
Me refugio en mi sueño ligero. El único resorte de vida.
El otro día soñé contigo. Nos abrazamos llorando. Con prisa. Tenías prisa. Te fuiste.
Yo no. Ni tu abrazo tampoco.
Esos abrazos...
Desde aquel día, la pura intemperie.
Te quiero.
No comprendo la vida sin ti.
Es así.
Siempre pienso que me faltan hervores, y que por ellos, por los que me faltan, estoy incompleta, necesitada, enfermamente necesitada y desahuciada.
Vivo mi fragilidad como una condena, una falla, una debilidad que me cuesta cara al perder la esperanza por ausencia de sostén.
Y me encuentro con palabras que me reconcilian, o no, con esas grietas por las que se me escapa la vida
Emil CioranPor eso esta orfandad. Me falta el suelo. Y nunca más lo tendré, Me faltas tú, Cesitar.
"Me da miedo atroz pensar en que se está debilitando mi interés por todo.
(El infinito en un junco, pg 32)
Lo insoportable era lo único posible.
Hablar de ti. Oir tu nombre. Estar con algunos de los que te querían. Impregnarse de tus montajes. De la fuerza de tu convicción.
Ha sido terriblemente difícil. Querer vivir ahí el resto de mi vida y querer salir corriendo, en estampida.
Rodeada de gente que te conocía y que te llora. Y en medio tu vacío. Tu ausencia. Como nunca antes la había sentido.
Cuánta desesperación en todo lo que hago desde que sé que no estás. Cuánta autocomplacencia. Cuánto tumbo cegado por el dolor. Como la chica que ha leído su poema, a trompicones busco a "la madre" que me cobije, que me explique que nada pasa, que me asista en tanto tropiezo. A trompicones intento asideros. Lanzo puentes de papel que se quiebran en la imposibilidad de recuperarte de ningún modo.
He escuchado a la gente hablar de ti, radiografiarte. Quien te conocía, te sabía. Eras transparente. Auténtico. Insustituible. Ha sido hermoso escucharte en otros. Encontrarte en los otros. Respirar tu vacío en el recuerdo de los otros.
MI orfandad ha sido enorme. Todos los que estaban allí compartían contigo proyectos que les unían a ti y entre ellos. Eras la amalgama que los entretejía , en cuya red se mecen ahora. Te tienen en lo que construiste con ellos. En el sendero que hicisteis juntos y que se ven impelidos a seguir. Mano a mano. Contigo y "sintigo". Difícil pero prodigioso.
Yo caigo sin red. Yo sólo compartía contigo la vida. Y ahora ya no la tengo. Me precipito en tu falta, sola. Sabiendo que nadie puede intuir lo que los dos trenzábamos en nuestros corazones y cómo ahora se deshilacha el mío.
Sabía que podía ocurrir y ha ocurrido. Me he sentido profundamente sola, lanzada al espacio. Perdida. Sin otra opción.
Y me revuelvo ante todo esto y me enjugo rabiosa sabiendo que nada de todo esto que me destroza para siempre tiene ninguna importancia. ¿Sabes por qué, Cesitar mío? Porque tú ya no estás. Y eso es lo único importante.
Te quiero, mi amigo. Mi César. Mi amor.
Escribo, escribo, hablo, te busco, hablo, escribo...
Se me escapan los acentos, las comas, la puntuación...
La gramática gime, la semántica derrotada busca sinónimos para abarcar tanto, la prosodia se repite a sí misma que no puede con esta cadencia... nada encaja... nada puede con este empellón, ninguna sintaxis puede articularlo.
Se me escapa la pena a borbotones y no hay puntos ni comas, ni acentos ni fonética que abarque este lamento.
Y, sin embargo, es sólo en este reino desnortado donde siento que puedo seguir. A tu lado.
Salgo a la calle, a cuerpo descubierto. Imprudente.
Protegida en mi propia pandemia, he vivido dentro de ella, acorazada.
Me estalla el ruido, la normalidad de la gente, los sitios donde podría recordarte, las conversaciones ajenas a mi estruendo interior...
No encuentro momento y lugar de volver. Aquí. A este dolor que necesita volcarse en estas palabras.
Insensata...
Como si la vida se recolocara y fuera inocuo volver a vivir.
Como si fuera posible.
Llevo mes y medio fuera de casa.
Al llegar me he zambullido en un mar de fotos para encontrarte.
Y te he encontrado.
La única foto que tengo de ti. Odiabas hacerte fotos y no te las hacías.
Después de esa zambullida, he navegado por el estante donde tengo todos tus libros. Abriéndolos ávidamente para encontrarme con tu letra mínima, casi un esbozo. Hay una dedicatoria que, de tan pequeña, es ilegible. Es un pequeño recodo donde, cada vez que no soportaba tu ausencia, me refugiaba a descifrarte. Ahora el refugio se ha convertido en guarida donde me guarezco de este frío que encoge mis entrañas y me acurruco en cada letra que no distingo e imagino que tú me descubrirás la próxima vez que te vea.
Tu letra como tú: humilde, certera, acariciante...un misterio en el que descansar.
Han pasado muchas cosas en poco tiempo.
Enormidades que me sepultan en preguntas. Necesitaría respuestas para poder vivir mejor. Para saber que estoy viviendo mejor y que tanto dolor me enseña algo. Seguro que llegan, de algún modo. De momento sólo son interrogantes.
¿Se puede recuperar el tiempo perdido?
¿Se pueden dar los besos perdidos?
¿Se pueden restañar las heridas involuntarias?
¿Se puede sentir el alma en paz?
No hablo de los que se han ido. Con ellos ya no habrá tiempo ni espacio.
Hablo de lo que están aquí. A mi lado. ¿Podré sentir que les hago llegar mi amor por encima de los desencuentros?
Al parecer, tengo carácter. Y eso no ayuda mucho. Por eso las preguntas. Por eso la necesidad de caminos para hallar respuestas.
Me pregunto si sabrás cuánto te quiero. Cuánto te necesito y cuánto confío en ti.
Creo que ni lo sospechas. Sobre todo lo último. Tu opinión es un faro para mí. Sé que cuándo tengo alguna desazón, tu punto de vista podrá sacarme del barullo en el que me hallo. Así ha sido en una cuestión fundamental estos últimos días. Así es casi siempre que te consulto algo. Y es que sé que cuento con la perspectiva de una persona serena, inteligente, práctica y, sobre todo, buena.
Todas las madres piensan que sus hijos son especiales. Yo lo sé. Sé que eres una buena persona y me parece que es lo más importante en esta vida. Por eso estoy tan orgullosa de ti.
Desde que eras un niño muy pequeño, desde la guardería, me demostraste que lo eras.
Desde que eras un niño me diste lecciones de mesura y de eso que ahora llaman inteligencia emocional.
Desde que eras un niño me enseñaste que las cosas pueden ser más simples de lo que nos empeñamos.
Desde que eras un niño me regalaste ese corazoncito tan especial
(8 años)El reloj de mi padre se ha parado a las 20:25.
Posiblemente, fue la hora en que lo vi por última vez.
Lo llevo encima desde que él ya no lo necesita.
El reloj, como un corazón portátil, ha dejado de latir en el momento que nos despedimos, sin saberlo.
EL reloj y su carterilla eran sus dos posesiones que reivindicaba incansablemente. Construían su mundo y le daban seguridad.
La carterilla se fue con él.
El reloj me lo quedé yo, pero él ha decidido que su misión había terminado, como si no quisiera acompañar el pulso de nadie que no sea él.
La muerte lo desdibuja todo, hasta la realidad. Frente a eso pareciera que los objetos quisieran jalonarla como miguitas dejadas para el camino de vuelta.
Sólo que aquí no hay vuelta atrás.
Quizá solo sean miguitas para que no nos perdamos en nuestro dolor y rechazo.
Hola, papá.
Tú y yo nunca hemos hablado. Increíble. Pero así es. Nunca de nada importante. Nunca de verdad. Triste pero real. No tuvimos una gran relación hasta que nació mi hijo y pude recuperar al padre que no fuiste en el abuelo incansable, incombustible que has sido.
He conocido dos amores incondicionales y uno es el tuyo hacia mi hijo. Lo adorabas y has estado en cada minuto importante de su vida, sin perderte nada. Has sido su "manager" y su más ferviente admirador. Mi hijo era razón suficiente para la vida, para la alegría. No necesitabas nada más: estar con él era tu religión.
Y así pude yo recuperarte y reconstruir un cariño que como padre no supiste sostener.
Te has ido de sopetón y ha sido un "manotazo duro, un golpe helado". Tenías una mala vida porque no podías hacer nada por ti mismo y porque tu mente ya no respondía a tus deseos. Pero todavía pasábamos buenos ratos o yo así lo intentaba. Y teníamos nuestro ritual de bromas, frases repetidas, risas y "alegría".
Has vivido años muy duros. Para mí, los peores de mi vida, sin duda. Sin podértelos evitar, intenté con todas mis fuerzas aliviártelos. Creo que te has ido sin comprender hasta qué punto luché por darte una buena vida que tú no supiste prevenir.
He sido feliz estos dos últimos años de mierda y de pandemia. Porque te pude sacar de aquel lugar que me descomponía el cuerpo y el alma y te he podido ver en casa, tranquilo, cuidado, a gusto. Cada noche que me despedía de ti, sentía la tranquilidad de verte en tu cama, entre tus sábanas, como un bebé satisfecho.
Ya nunca más podremos tener esa conversación que siempre me dejaba sonriendo:
- Adiós, Manolín
-¿Te vas?
-No, ¡te vas tú!
-¿Yo?
-Sí, ¡a dormir!
Y nos reíamos...
Voy a echar de menos tu puntuación y tu sola presencia que, a pesar de lo mucho que necesitabas, nunca era exigente ni apremiante.
No sé si tú me echarías de menos porque no me aguantabas. Hasta eso me hacía gracia. Hacía mucho que no recordabas mi nombre. Yo era la jefa y, un poco por eso, me odiabas. Y por alguna cosa más que te has ido sin entender.
Yo me quedo con varias astillas clavadas en el corazón. Algunas son auténticos palos, pero ni tú ni yo somos responsables de ellas.
Te pido perdón por todo lo que haya podido hacer mal, lo que te haya hecho daño y te haya hecho sentir desprotegido. No es hora de echar cuentas. El amor a mi hijo las puso a cero.
Me quedo con el disgusto de no haberte dado la última milhoja por un enfado ridículo, prepotente que expresa mejor que nada el nivel de desgaste e inquietud que tengo.
Y con el dolor de verte sufrir las últimas horas. Tú, que nunca te quejabas, estabas inquieto y mal y no pudiste remontar. Era un malestar profundo que no presagiaba tu muerte y ha caído sobre mi alma cansada como la losa que ya es. Al menos tu destino, en este último momento, ha sido lo menos despiadado posible y te has ido rápido, sin sufrir mucho.
Y el dolor de no tenerte de la mano en el último aliento.
Me hubiera encantado que te fueras como ese bebé al que despedía cada noche, y que te hubieras ido un poquito más tarde. Me hubiera encantado poder regalarte un verano más, al sol, rodeado de personas que te quieren. Pero no ha podido ser.
Nunca pensé que me dejaras un hueco tan grande. Gracias por hacerlo posible, sembrándolo de amor hacía mi hijo.
Adiós, papá
Yo tengo un perro. Una cosita peluda y pequeña que acompaña mis días como una sombra. Siempre ahí, desapercibidamente.
Yo tengo un perro y como las vivencias mágicas que casi no te crees, te da miedo verbalizarlas por si el mal destino que siempre acecha, las descubriera hechas palabra y las quisiera hacer explotar como desaparece el espejismo de una pompa de jabón al tocarla.
Yo tengo un perro y cada mañana le doy gracias a la vida por permitirme tener en ella una experiencia única. Como lo es enamorarse o tener buenos amigos.
Yo tengo un perro y tengo mucho más. Un perro puede parecer poca cosa. Un capricho. Una opción. Una simple ocurrencia. LO que puede parecer y lo que es... Mi perro , cada día, me recuerda lo importante. Él, que nada pide y pasa horas enroscado adormilado, es como un cincel que define la auténtica vida en firmes trazos.
El trazo de no esperar nada
El trazo de estar ahí siempre
El trazo de una mirada profunda que te protege
El trazo de la compañía sin más
El trazo de lamerse las heridas sin molestar
El trazo de disfrutar de la serenidad de un baño de sol
El trazo de confiar
El trazo de disfrutar con los demás, simplemente así: estando con los demás.
El trazo de vivir a pierna suelta sin porqués, sin más.
El trazo de la alegría desmedida por ser, por estar
Yo tengo un perro y la vida se endulza y expande gracias a él. La vida de todos los que lo disfrutamos.
Miko, pequeño perrito, estás aliviando muchos corazones sólo con estar cerca de ellos. Corazones cansados que se saben en la recta final y que, muchos días, no encuentran motivos para la alegría y se topan con ella de sopetón cuando te abalanzas sobre ellos moviendo tu colita como si no hubiera nada más importante en la vida que dar círculos emocionados alrededor de ellos. Y los cuidas, les das todo el cariño que necesitan y les permites expresar su amor, su gratitud, que el pudor frena entre humanos.
Miko, el perrito, un abuelo se nos ha ido. Eras su amigo. Has pasado muchas horas de su vida anclado a la silla de ruedas que era, desde hace años, sus piernas. Dejando pasar las horas, tomando el aire, respirando juntos y viendo la vida pasar a su lado. Has pasado muchas horas debajo de su silla, esperando alguna recompensa en forma de trocito de comida que podía caerse de sus ya, torpes manos. Has pasado muchas horas encima de él, en la cama, dándole los buenos días a lengüetazos, dándole calor entre sus piernas hasta que llegaba la hora de enfrentar el día.
El abuelo llevaba años perdiéndose a sí mismo. Perdiendo los nombres, las palabras. La movilidad, la autonomía. La mente. La vida. Por eso no recordaba tu nombre y preguntaba por ti , por el perrito, cuando no te veía. Y te hablaba. Y en ese otro mundo paralelo en el que habitaba no olvidaba que te encanta la manzana y te animaba a pedírmela.
Miko, has sido su escudero y lo protegías cuando las personas se acercaban a sus silla, como si supieras que él no podría hacer frente a una agresión y te anticipabas con tus ladridos para alejar esos posibles peligros.
Ya nunca más podrás hacerlo. Y lo sabes. En tu corazón sabio y más cálido que el de muchos humanos sabes que el abuelo está pasando por algo que no te gusta. Y lo echas de menos.
Y , como todo lo que haces, sabiamente, sin molestar, lo esperas pacientemente para recordarle que no hace falta estar presente para estar y que él estará aunque no esté y lo seguirás acompañando, protegiendo y queriendo desde este mundo que creas, haces tuyo y da tanto sentido al nuestro- absurdo, egoísta, exigente- que tiene la suerte de tenerte cerca para que nos recuerdes todo lo que el amor puede hacer con una simple presencia.
Seguro que tú ya lo sabes, Miko, porque los dos tenías un lenguaje secreto y os entendíais. El abuelo te da las gracias por tanto... Y yo también por tanto, tanto...
Miko jamás se puso debajo de esa silla mientras mi padre vivía. El día de su muerte, mi chico se lo encontró ahí. Velándolo. Echándolo de menos y diciéndole que él estaba a su lado por lejos que estuviera. Las personas que no quieran entender que los perros son seres especiales que nos hacen mejores y nos ayudan a vivir, se pierden un don de la vida. Las personas que no vivan el amor de un perro, su compañía y su sensibilidad, no sabrán lo que es un corazón completo. Las compadezco.
Miko sabía que mi padre tenía una vida demediada, que estaba en inferioridad de condiciones, que sufría. Y lo acompañaba y lo protegía. Y lo hizo hasta el final. Todavía lo hace.Miko ha cuidado y acompañado a mi padre mucho más que personas que dicen quererlo mucho. Muchísimo más.
Y a mi este perro no me cabe en el alma. Me la limpia, me la sana, me desborda de emociones bonitas y simples que me hacen ser mejor humana, cada día.
Repito, Miko nunca se tumbaba ahí cuando mi padre podía ocupar esa silla, su silla.Nunca. Ahí tumbado, esperando, despidiéndose me lo devolvió por un instante.
Desde que Miko está en mi vida, creo en los milagros. Y mientras Miko esté en mi vida, yo querré seguir a su lado.