lunes, 20 de noviembre de 2017

Huérfilos

Alguien me preguntó por qué leía algo así, tan duro; para qué, cuando comenté que estaba leyendo "La hora violeta" de Sergio del Molino.Creo que contesté que porque sé que no sé vivir y quiero aprender.
Es imposible aprender a vivir algo así. Pero sé que en cada experiencia vital hay una enseñanza vital también.,
O tal vez fuera porque hay muchas formas de perder un hijo y, en todas, la desesperación busca ,donde sea, un atisbo de alivio para esa "desvivencia". Y quizá no haya otro, por doloroso que sea, que acercarte a alguien que pasa por algo parecido (pero incomparable) a lo que no sabes cómo llamar ni dónde poner. Por eso me puse en contacto con Sergio y le agradecí todo lo que su libro me hizo sentir.

La palabra otra vez, salvándo. O intentándolo. O al menos , sirviendo como excusa para acompañar, para aliviar, para algodonar un precipicio del que nunca se sale y en cuya caída te rompes para nunca poderte recomponer.Pero hay que salir. Hay que vivir. Como sea.Y reconstruir eso en lo que ahora te has convertido y que no sabes cómo llamar ni dónde poner.
Y si el periodismo puede ayudar, bienvenidísimo sea este artículo.
Y si la palabra puede reconstruir, identificar, allanar la angustia, abracémosla y con ella, también a todo  ese dolor.
"Huérfilo" no es una palabra bonita. Pero delimita el horror innombrable. Delimitar permite salir del infinito o al menos recorrerlo con la esperanza de imaginar que un día tenga un final.

Caemos

Como casi siempre, Rosa Montero, de acuerdo contigo al cien por cien. Empezamos por aceptar trabajar para las gasolineras y echarnos nosotros la gasolina. Seguimos aceptando que nos contraten sin sueldo los centros comerciales que nos ponen cajas de "autoservicio" para eso, para que quitar puestos de trabajo y ahorrarse dinero a su y nuestra costa. Ahora desaparecen los billetes de metro, y nos chulean si tienes alguno que no funcione. Permitimos, sin rechistar, que el que tenemos enfrente en el metro baje los pies del asiento en el que nos vamos a sentar ...etc etc...Y vamos por el carril como corderitos. 
Hace años dejé de colaborar con un grupo muy enrollado nacido del 15m. Un grupo con un componente de lucha social a pie de calle muy encomiable. En un programa de radio que tenían en una emisora local, les escuche criticar a la Merkel (venía de visita a España) diciendo que era "poco follable"; así, como un chascarrillo gracioso con el que todos habíamos de comulgar. Les escribí un correo demoledor y nunca más pude colaborar con ellos. 
Bromas; pequeños inventos que nos venden como modernidades; "manadas" que se preparan para violar sin medida y luego aparecen como pobres víctimas de un complot; mutilaciones y burkas que hay que aceptar como respeto a una cultura...
Pero Rosa, es tan cómodo mirar para otro lado. Tan, tan saludable no entablar batallas a cada metro, que al final los que caemos somos nosotros. Envilecidos.

martes, 7 de noviembre de 2017

Lágrimas en el mar

He visto una frase, en el perfil de una persona muy querida, en una red social que dice: 
"Llora en el mar"
Supongo que quiere decir que seas fuerte y que llores cuando no se note. Cuando tus lágrimas se puedan confundir con las gotas saladas del mar.

Porque llorar no está bien visto. Se soporta mal. Cansa ver llorar a otro. 

Nunca he entendido a la gente que le dice a una persona que llora:"No llores". Es como decirle: "No respires". 

No es fácil llorar. A veces es imposible. 
Cuando más lo necesitas, no puedes. 
Así que, poder hacerlo a pleno pulmón, es un alivio tremendo.

Pero no está bien visto. Es de pusilánimes. Y es tan cansado ver llorar a otro... Qué pesadez...
Por eso es conveniente llorar en el mar. No aventar tus debilidades. No agobiar a los demás con tus pesadumbres. No respirar.

Pienso en la cantidad de personas que lloran en el mar de su almohada. En el mar de la ducha. En el mar de la más absoluta soledad. 

Para no hacer daño preocupando a los que te quieren.
Para no aburrirles.
Para no tener que quedarte con las lágrimas llenas del vacío de la incomprensión, del silencio o la forzada compasión. 

Cuánta gente se acostará con sus lágrimas abortadas...

 Reseca de no poder llorarlas ni compartirlas. 
Ahogada por el miedo que no se puede compartir. Porque si lloras, lo alimentas. Si lo piensas, lo provocas. Si lo dejas descansar en el otro, lo hieres. Y cansa tanto...

Así, las lágrimas se ahogan en sí mismas y la soledad se encharca de ese miedo, de esa oscuridad, de esa pena infinita que no sabes cómo canalizar y por lo que, también, te sientes culpable.


Sonríe: si sonríes, la vida te sonreirá. Si piensas en positivo, todo irá mejor. No es lo que te pasa, sino cómo lo vives. Si la vida te da limones, haz limonada. Me pregunto qué habrá que hacer cuando la vida te da mierda...


Me gustaría susurrarle estas palabras a la gente que no puede llorar. 

Que no sabe cómo compartir sus lágrimas sin sentirlas como un arma contra el otro o como un plomo insoportable. 
Que busca espacios de soledad para dejarse ir.
Que llora en el mar. Naúfraga de su propia tristeza o impotencia o miedo o dolor o sufrimiento.
 Y decirte que yo amo esas lágrimas. 

Que no debes reprimirlas porque no alimentan nada que no te esté carcomiendo ya. 

Que no me cansa verte llorar. Acompañarte en tu llanto.
Que las lágrimas serán el camino donde poder descansar para seguir luchando. 
Que las lágrimas abrirán paso a la fuerza que necesitas para continuar. 
Que las lágrimas regarán la esperanza que nunca hay que sepultar. 
Que en tu mar, iré de tu mano y avanzaremos. 

Porque llorar, a veces, es el único lenguaje que el corazón encuentra para poder seguir palpitando. 


Para todas las personas que están sufriendo y no pueden compartir su sufrimiento y lo lloran en silencio y en soledad.

viernes, 3 de noviembre de 2017

CHECHU

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viernes, 29 de septiembre de 2017

Me quedo contigo

Hoy he soñado con ella. Quizá, porque no me la quito de la cabeza ni un segundo desde hace demasiados días,  el poco tiempo que he dormido, también mi corazón lo ha querido pasar con ella.
No recuerdo qué hacíamos. No recuerdo el sueño...

Pero sí recuerdo el día que la conocí. Venía de una sesión de quimio a cubrir el voluntariado de la asociación que la lanzó de nuevo a la VIDA( aunque, intuyo que en el último año le ha dejado un regusto amargo, arrebatándole un poquito la ilusión por tirar adelante).

El caso es que no la conozco. No sé su color favorito, ni su comida preferida. No sé cómo se enamoró ni qué estudió ni cómo ha llegado a ser quién es. Sé poco de ella. Es prudente, mesurada, a veces hermética.No sé bien quién es. Y sin embargo, estará conmigo hasta el último de mis días y quiero creer que piensa, como yo, que somos amigas.

 ¿Se puede querer a alguien sin conocerla y vestir de amistad una relación esporádica y tenue? Porque ahora sé, quizá un poco tarde, que la amistad es compartir y acompañar. Y ella y yo hemos compartido grandes momentos y, sobre todo, ella me acompaña en el más preciados de mis caminos. En el único en el que me siento yo y respiro. El camino que más me hace y deshace y en el que, también, me he encontrado y me encuentro muy sola. Es un camino para la soledad, es verdad. Pero se agradece tanto encontrar un eco que te devuelva el calor de las palabras... Y ella ha sido frecuentemente, la única que ha sentido la necesidad de regalármelo.

Por eso siento tanto no haber estado más ahí en los últimos meses, compañera. Tú me esperabas y aprovechabas cualquier ocasión para decírmelo, para lanzarme al camino. Yo ahogada en mis propias miserias, muda por el estruendo de mi corazón ajironado, no supe escucharte y, de algún modo, te dejé sola en mi camino, esperándome. Ahora lo sé. He perdido la oportunidad de estar contigo de esta otra manera.Y no me lo perdono. Porque no me di cuenta de que era una forma de hacer lo que tanto me gusta: estar contigo, sostenerte un poco, hacer tus horas más placenteras, ayudarte. Era la única forma en la que me dejabas ayudarte y la desperdicié.

Tú, que nunca pides nada, que nunca te quejas, que jamás dejas entrever tu malestar, tu dolor, tu sufrimiento. Tú, que te mantienes firme tras respuestas cortas y precisas, me llamabas y no te escuché. No supe abonar la esterilidad de mi escritura con el empuje de tu entusiasmo. Y te pido perdón.

Hace meses que explotan ante mis ojos evidencias que ni intuía. Me quedó petrificada por dentro, incrédula ante mi ingenuidad y falta de perspectiva veraz. Esta ha sido una bomba de racimo. Se ha extendido por mí para siempre. Como tú. Va a doler cada día. Como tú.

Llevo días hablando contigo en silencio. Aferrada a una prótesis, empujaba contigo para tirar para adelante. Sin querer mirar a los lados. Sin querer creer en estadísticas ni en las clavículas punzantes que me recibían en cada abrazo. Quise creer que sí. Que podías una vez más. Que iba a ser que sí. Porque te he visto en los últimos meses resurgir. Porque te he visto luchar y vencer en batallas imposibles. Cada minuto. Y quise creer, y creí contigo, que esta sería una más.

Hace meses que no te regalo palabras. Esas que tanto te gustan y te acompañan. Yo llevo días instalada en el silencio. Un silencio elocuente que me ha gritado la realidad. Esa que tú has desbaratado durante años. Esa que has esquivado con tu pasión por la VIDA y por sus cosas hermosas. Esa, contra la que, sé , sigues luchando, sin tirar la toalla. Donde quiera que ahora estés.
Ese lugar en el que nunca has querido estar y ante el que sé que, como puedas, te estás rebelando.

Por eso escribo, porque es la única manera de estar contigo allí. En ese combate de soledad total y de "sensaciones extrañas". Nadie nos puede acompañar en ese trayecto. No podemos estar ahí, contigo. Nadie puede estar ahí, es un viaje en soledad. Por eso estoy aquí, contigo.


Me quedo con la última vez que nos vimos. Con tu mirada, tu cansancio infinito, tu voz pálida y tu determinación por hacer la maratón hasta el baño. Con la caricia que posé en tu cara. 

Me quedo con esa llamada de teléfono que me hiciste hace unos días que para mí fue la alegría de saber que contabas conmigo y que, de algún modo, tu corazón me necesitaba.

Me quedo con todo lo que me has enseñado que nunca más debería mancillar con mi fragilidad y que debería marcarme el camino de la buena vida.

Me quedo con todo lo que hemos compartido y vivido y soñado juntas. 

Me quedo contigo.

martes, 16 de mayo de 2017

Una habitación propia

Con Virginia Woolf me pasa como con Kafka. Comienzo a leerla y siento un manto viscoso que me cubre y me ahoga.
Descubren el mundo. Ese que no se ve, que se intenta esconder y que es parte de la realidad. De la vida.

Virginia nos avisó muy pronto de lo necesario que es tener una habitación propia.
Una simple frase que abarca la única verdad que no siempre es tan simple.

Si no puedes tener una habitación propia, te has quedado sin vida.

Hoy sé perfectamente que es así.

Por eso entiendo dolorosamente bien las piedras en los bolsillos de Virginia. Cada uno refleja un dolor insoportable que te lleva a querer descansar bajo aguas que fluyen, lejos de la ciénaga en la que se puede convertir la vida.


Invisible

Empieza a sangrarme un oído. No me doy cuenta. 
Es un bonito día de primavera.
La gente va y viene a sus quehaceres.
La sangre me mancha el pelo y la ropa. Sigo sin percibirlo.
Alguien, alarmado, me para. 
"¿Estás bien? Estás sangrando"
"Sí. Huy es verdad"
Más personas se arremolinan a mi alrededor. 
"Siéntate" ¿Quieres un poco de agua"
"Yo cuido de tu mochila. Pesa un montón. Suéltala a ver si te está perjudicando"
"Ya llamo al Samur yo. Túmbate que será mejor"
Entre todos me preparan una cama cómoda con sus jerseys. Alguien me abanica. Hace calor. 
"¿No te duele"
"No. Nada"
Escucho que alguien dice susurrando: "Joer es un montón de sangre"
Comienzo a marearme. 
La chica con mi mochila me acaricia y me dice que no me preocupe, que no la va a dejar ni a mí tampoco. Que si quiero llamar a alguien. Le digo que no. Que prefiero ver qué dice el médico antes de alarmar a mi familia.
Me desmayo pero lo hago consciente de que se ocupan de mí. De que puedo hacerlo. Puedo desmayarme y sentirme protegida, acompañada, cuidada.  

Pero mi herida no sangra, no se ve. 
El rojo no empapa mi blusa ni mi pelo.
No puedo desmayarme. Dejarme ir. 



miércoles, 26 de abril de 2017

Sin descanso

Son las cuatro de la madrugada no puedo dormir sé que no podré si no distraigo de algún modo la angustia que galopa en el traqueteo de mi corazón enciendo la radio casi no tiene pilas la oigo mal
busco un programa donde la gente habla cuenta sus cosas "Hablar por hablar" de pronto una señora comenta que está en contra de las residencias que todos sabemos lo que son pero que claro ella tuvo la suerte de poder dejar de trabajar y poder ocuparse de su padre con Parkinson avanzado me lanzo como un resorte al baño quiero vomitar

sábado, 22 de abril de 2017

Un regalo

Ayer me regalaron un cuaderno precioso. Y bolis.
 Y me regalaron mucho más sin saberlo. 

Ellas me empujan a escribir. Como si fuera su necesidad y no la mía la razón de hacerlo. 

Me empujan al mundo en el que logro respirar. 
Me empujan a vivir a letras llenas.
Me empujan a realizar lo único hermoso de lo que me veo capaz. Lo único con sentido.
Me empujan a ese universo en el que mi corazón deja de doler para ser y encontrarse con su verdadero latido.
Me empujan y miman mi yo más auténtico y vulnerable.

Las palabras a veces se me atragantan. De pura angustia e impotencia. Hay muchos agujeros con los que no pueden las palabras. Se arremolinan a su alrededor y se agarrotan aterradas ante ese precipicio.

Otras veces me salvan. De mi misma, sobre todo. Y por ello, frecuentemente, son un espejo dolorosísimo. Cuánta emoción encapsulada en palabras cuando en la vida soy incapaz de demostrar cuánto siento y cuánto quiero. 

A veces las palabras me señalan como una impostora de la vida o al menos así me siento.

Mis fieles compañeras, las palabras....

Ayer dos personas me hicieron un regalo. Enorme. Me empujaron.


Gracias Boli e Inma por creer en lo único bueno que descubro en mí. Con enormes dudas de que sea realmente bueno.

Gracias Rosa y Viquilandia por empujarme también.

miércoles, 19 de abril de 2017

Marco su ropa

Marco su ropa. Para que no se pierda. La ropa. Él.
Marco su ropa y recuerdo el gozo de marcar la ropa de tu niño cuando salía de excursión o iba al cole.
La amargura de esta tinta no responde al contento de una excursión. Sello con su nombre la expulsión de su propia vida. Firmo su sentencia.

La vida me aplasta como su propia ley marca. 
Llega de improviso la losa que incrustada en mí, sepulta mi respiración, mi mente, mi corazón. Llega porque tiene que llegar. Siempre llega. Muy pocos logran esquivarla. Quizá los generosos saben vivirla sin esta angustia extrema.

La vida me aplasta y yo marco su ropa. Y apenas soporto pensar en lo que va a venir. 
Hay heridas peores que la muerte. Umbral intentó decir lo contrario con esta frase infinita. Inabarcable:
 "También el horror puede llegar a ser de alguna manera confortable"

Aplastada, me levanto.
 Camino, aplastada. 
Hablo, aplastada. 
Se puede vivir aplastada.
 Parece que no y tienes la tentación de buscar alguna salida fácil a esa brea por la que intentas desplazarte. 
Su peso y su oscuridad no te lo permiten. 
Levantas la cabeza. Intentas salir de ti. Un momento. Olvidarte de ti. De ese cansancio infinito que eres. De esa mezcla de emociones en las que se ha convertido  tu estómago y que eres incapaz de digerir.Miedo, tristeza, culpa, rabia, ternura, dudas, desvalidez,traición, cariño, angustia, más tristeza, más miedo....dolor.
 Quieres desenredarte un poco, poder mirar hacia fuera. Ver además de mirar. Desplazar tus párpados lejos de tu corazón y de tanta, tanta confusión. Y no puedes.

Sin embargo tres luces rojas cálidas, hermosas, sabias, atraviesan esas membranas y la brea y tu propia incapacidad de saber vivir. Y así, no sabes cómo, te hacen ver un destello. 
Tres luces rojas cargadas de vida y de heridas te sostienen y te acunan y te hacen querer aferrarte a todo lo que amas y que tienes y no puedes disfrutar. Todas esas pequeñas cosas que hacen de la vida un milagro y que tú, ahora, no puedes evitar perderte.

Esas tres luces vestidas de serenidad, de fuerza y de alegría logran que quieras quererte. Están ahí cada día para que no olvides que si ellas te quieren es que tú eres amable y puedes remontar.

La diferencia, a veces, entre estar viva y sentir que lo estás, es una cálida luz roja en tu camino. Yo he tenido tres. Las tengo. Soy afortunada.


Marco su ropa y tatúo una cicatriz en mi corazón. 




No sé qué haría sin Joaco y sin mi hijo en estos momentos. No sé qué haría sin saber que tengo a algunas personas cerca. Supongo que sobrevivir a la losa, con ella a cuesta. Vendrán y las hay, lo sé, otras peores.

No es lo mismo querer estar que estarlo. 
Sé que tengo a gente a mi lado. Aunque sólo sea para saber que están ahí.
Mis tres luces han estado y han sabido estarlo. 

Es algo por lo que siempre lucho. A veces no vale con un "no estás sola". "Si necesitas algo, aquí estoy". Nunca valen esas frases solas. Yo siempre intento llenarlas de recursos, de ayudas reales aunque solo sea una melodía o una recomendación de un libro o una película o un texto o una asociación. Quizá no llegue como una ayuda real pero yo así me esfuerzo en lanzarlas. No sé resignarme a las simples palabras.

No vale querer estar. Hay que saber abrir veredas cuando la otra persona no puede. No todo el mundo sabe hacerlo. Ni lo intenta.

La residencia

Imagínate que un día no puedes andar. Te levantas y tus piernas se doblan como un trapo.

Nada de lo que quieres hacer depende de ti. Todo depende de quien quiera ayudarte a moverte. No puedes hacer casi nada solo.


Imagínate que te dicen que has dicho que dijiste...y nada tiene sentido para ti. Lo recuerdas pero no lo entiendes. Aparecen fragmentos de objetos arrojados por ti que no recuerdas haber visto ni tocado.
Sabes quien eres, quienes son los que te rodean pero no entiendes nada. El mundo se ha puesto patas arriba y no logras aferrarte a él. Vives en mundos paralelos que se cruzan y que no sabes por qué ni entiendes a quien intenta explicártelos.

Estás perdido. Sólo. En una soledad sideral. Sin poder moverte y sin entender quién eres ni en qué se ha convertido tu vida.

Imagínate que las personas que más te quieren y a quien más necesitas, te llevan de refilón a un sitio nuevo donde desaparecen todas tus cosas, tu vida se trasplanta a un mundo nuevo lleno de gente desconocida de la que dependes y donde pasas las horas rodeado de impedidos como tú. Rodeado de desconocidos herméticamente instalados en su ruinera. Islas a la deriva. Alaridos mudos de soledad y dolor.  Seres frágiles, necesitados de cariño y calor, solos, abandonados a su desgracia , con cuidados profesionales, eso sí. Recibes visitas diarias de tus seres queridos pero cada  noche te quedas allí, rodeado de olores y sonidos ajenos, como un sudario. 

Imagínatelo...¿Puedes?

Gregorio Samsa sin futuro y con la única  pavorosa compañía de decenas de Gregorios Samsas que te repugnan como tu propia vida.

In memoriam

"Emito mis alaridos por los techos de este mundo"

No te detengas

   No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
   No te dejes vencer por el desaliento.

   No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.


   No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.

   No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.


   Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.

   Somos seres llenos de pasión.
   La vida es desierto y oasis.

   Nos derriba, nos lastima,

nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
   Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
   Tu puedes aportar una estrofa.
   No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.

   No caigas en el peor de los errores:
el silencio.

   La mayoría vive en un silencio espantoso.
   No te resignes.
   Huye.
   “Emito mis alaridos por los techos de este mundo”,
dice el poeta.


   Valora la belleza de las cosas simples.

   Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
   Eso transforma la vida en un infierno.

   Disfruta del pánico que te provoca

tener la vida por delante.
   Vívela intensamente,
sin mediocridad.
   Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.

   Aprende de quienes puedan enseñarte.

   Las experiencias de quienes nos precedieron
de nuestros “poetas muertos”,
te ayudan a caminar por la vida
   La sociedad de hoy somos nosotros:
   Los “poetas vivos”.

   No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas …


WALT WHITMAN (1819-1892)



Emito mis alaridos y encuentro mi propio eco. 

Un eco aterrador que es más silencio que el propio silencio.

Dejo de creer en las palabras. 


Y caigo en el peor de los errores. Y no le digo a mi padre lo que él no quiere saber ni entender.

Y no le digo a mi madre el dolor que me ha pillado a traspie.
Y no le muestro a nadie la carcasa de despojos en la que me he convertido. A nadie le puedo explicar la losa que llevo dentro y sepulta todo lo que puedo ser o ya fui. Porque las palabras no pueden gritar todo ese lamento.

Mis palabras se agazapan, se encogen. Porque son ingenuas y esperan. Yo trato de convencerlas de que no podemos permitirnos la esperanza. Pero ellas que son bastones poderosos no entienden la vida sin esperanza y a ella se lanzan. Al vacío casi siempre. Y se pierden.

NO hay nada más doloroso que una palabra cargada de esperanza, perdida. Nada que cave más profundo la tumba de los sentimientos y las relaciones.

Por eso son tan peligrosas las palabras que esperan. Por eso duelen y se agazapan y van perdiendo la fe.   





domingo, 12 de marzo de 2017

Vergüenza

Huye. Lo intenta. Intenta esconderse. Pero ¿dónde?¿Cómo? Ella sabe un camino. Lo sabe muy bien. Lo sabemos todos. Pero no voy a permitírselo. Porque me borbotea. Por eso. Por el puro ocultamiento. Por el siempre mirar hacia otro lado. 

Viernes. En el metro.
Pongo al día mis guasaps. Voy agotada. Llevo semanas sin tregua. Durmiendo poco, sin parar.Con muchas preocupaciones muy reales. Y los viernes se notan. Ese más. 
Deben de ser las 8 de la tarde y llevo desde las 6 de la mañana en pie sin parar. Menos mal que es línea directa ya  y he cogido asiento. Enfrascada en mis cosas, oigo un ruido. Levanto la vista. Un mendigo, renqueante, mueve el vaso donde acumula "su fortuna". Casi no lo miro.
Frecuentemente no los miro. Por esa que huye. No me atrevo. Por esa que intenta esconderse.


De repente el ruido se acompaña de movimiento. Brusco. Intempestivo. El méndigo se ha caído. Lleva una muleta, una capa de mugre que impide adivinar su color o su edad y se ha caído. A los pies de un hermoso y sano chaval de unos 20 años. EL chico le ayuda a incorporarse.Otras chicas que están enfrente lo ayudan. El hedor llega hasta a mí que estoy a más de 5 metros.
 El hombre llora. Lastimero, se toca la garganta, llora e intenta explicar algo en un idioma también lleno de mugre y desesperación. No lo entendemos. No lo necesitamos. Está hablando en el idioma de la desolación. Con las palabras de la impotencia y la desnutrición. Nos habla con sus manos cuarteadas de humillación y pobreza. Y sus manos nos dicen que su o sus hijos no pueden comer. No tienen qué. 
El chico intenta tranquilizarlo. No recuerdo cómo se dirige a él, con un vocativo sin condescendencia. Limpio. 
Una de las chicas que lo ha ayudado a levantarse le da una bolsa con fruta. El señor, cuya mugre nos impide adivinar su edad o su color, se aferra a ella y llora. Y da las gracias como si hubiera recibido la salvación. Sus manos de nuevo nos hablan de su o sus hijos. Sabemos que serán ellos quienes la saborearán.

Veo la escena sin poder quitarle los ojos. Agotada me pregunto a mí misma qué hacer.
 Me emociona el chaval de 20 años que no ha huido a la otra punta, que le acompaña de pie e intenta llamar por teléfono, diciéndole "tranquilo, hombre". Hombre. Esa es la única palabra que podríamos decir a esa persona que llora y borra la suciedad en surcos de rendición. Es la única palabra posible y el chaval de 20 años que intenta llamar por teléfono mientras nos mira y nos dice "no hay cobertura", la encuentra. Encuentra la palabra exacta, la única y se la da. Junto con un batido que lleva en la mochila.

Yo, que me he quedado clavada mirando la escena, me digo- como siempre- que hay que hacer algo. Pienso en muchas cosas. Llamar a seguridad. Llamar a servicios sociales. Llamar a un hospital. NO hay cobertura, es verdad. Posiblemente hubiera llamado a alguien si la hubiera habido. Después me digo, muy cansada, que no harán mucho por él. Que no vendrán y si vienen tal vez él no quiera aceptar la opción que le ofrezcan. Y sobre todo, que estoy tan cansada que no puedo ponerme al mando de esa nave. Porque si llamo, me quedo hasta que vengan. Para nada. Seguro. Pero me quedo claro. Y estoy tan cansada...

Llega mi parada. Busco. Le doy un euro que pongo en su vaso al tiempo que esa me impide mirarlo mucho tiempo y me impele a salir. Y ella, quiere salir corriendo, adelantarme, perderse entre la oscuridad de una noche ya comenzada. Huir. Sacudirse de mi alma al tiempo que me pongo el abrigo y salgo al fresco del exterior. La cojo por los pelos y no consigue su objetivo. No se resiste. Sabe que habrá momentos para disiparse entre otras urgencias y parapetarse en el silencio y, así, desvanecerse. Como pasa siempre. Ella lo sabe. Sabe que siempre es igual. Sabe que estará acompañada por la rabia, la tristeza, la amargura y luego, refugiadas bajo las mantas, sabrán escapar por entre los sueños y comenzará un nuevo día sin rastro de ellas o con una huella imperceptible y nada incapacitante.

Llevo días acechándola. Diciéndoselo muy clarito. Esta vez no. Esta vez no te dejaré ir. Esta vez te capturaré en la tela de araña de este texto para que todos te vean y sepan que estás ahí. Que no te has ido a ninguna parte. 

Y aquí está. Desnudándome burlona. Con una sonrisa irónica y despectiva. Porque sabe que no servirá de nada. Que exponerla así, señalándola, no cambiará nada. Y que yo, que lucho contra su huida, su mirar hacia otro lado, no haré mucho más de lo que hice este viernes: poner un euro en un mundo roto y sin esperanza y seguir mi camino como si hubiera hecho algo.Un puto parche tapando la mierda.
 Y así, mi vergüenza me dice que menos atraparla entre palabras y más actuar y luchar contra un sistema que permite esas injusticias y esas miserias. 
Y ahora sí, mi vergüenza victoriosa se retira a descansar sabiéndose vencedora.

Escribir


Viene. Llega. Me inunda, me impulsa, me sacude. Está ahí. Reinando en mí. Imponiendo su ritmo, su sonora verdad. Nítida. Restallante.
 Resultado de imagen de esplendorLa tengo. Me tiene. Pero yo no estoy. Estoy en el trabajo, caminando con urgencia, conduciendo. 


"Te tengo".
Fresca, vigorosa, poblándome; haciéndome avanzar, crecer. Pero no puedo acompañarte. Ahora no. Te impones radiante y no puedo abrazarte, hacerte,sentirte y sentirme en ti. Debo continuar. Pero eres tan intensa que siento que luego podré recuperarte con todo tu esplendor. Es tanto...Y te tengo. 

Sí, luego. Cuando llegue y termine todo lo que anda pendiente. Entonces, como te tengo y me tienes y eres tan imponente y me haces subir tan alto que crezco contigo;entonces, digo, podré estrecharte y darte forma y ensanchar mi corazón. Y podré , podrás, congraciarme con el peso, con las certezas que hieren, con el trepidar de la vida que a veces se embrolla entre las ilusiones y te impide avanzar. Eso pienso. Entonces.

Porque tú no tienes horario, ni me das de comer, ni me pides nada. Sólo estás. Apareces. Me fecundas. Y yo no puedo pararme a resguardarte . "Luego, cuando llegue y termine todo lo que no puede esperar, te daré a luz". Eso me digo. "Me darás calor."

Y cuando llega ese momento, el cansancio, las largas horas del día, cuelgan de mis ojos, de mis dedos , de mi corazón.Resultado de imagen de escribir
 Y tú, que eras límpida, deslumbrante, certera- como lo son las verdades de la emoción- te diluyes, te agrisas, pierdes contorno... te difuminas.
 Tú que me empujabas, me enredabas en la agitación de sentirme progresar, te me pierdes. Y yo me pierdo un poquito contigo.
"Mañana, cuando duerma y esté mejor, te recupero". Pero no. Es imposible. Se fue el momento con la avalancha de emoción, de certidumbre, de mi propia verdad.Tú vienes con el momento. Y te vas con él también.

Y así, sumo días en los que no soy capaz de dar a luz lo único que me ilumina. 
Pierdo en mi interior el motor que me impulsa al ser incapaz ya de retenerlo en palabras. 
Cultivar lo único que me alimenta: escribir.

 Y acumulo los días con fetos anegados de impotencia. Abortos de mis sentimientos para los que no hay espacio ni fuerza. 
Te vas. Defraudada, agraviada, esquilmada. 
Lo sé porque así se siente mi interior. Reseco sin ti.


Por eso sé que no soy escritora. A pesar de que necesitar escribir y  no poder hacerlo me reseque y hasta me duela.Hay días que sólo soy eso: tierra reseca sin la lluvia sanadora de la palabra.
Y días que busco ese momento para no perderlo y llego a sentirme culpable. Con todo lo que hay que hacer...casi sin trabajo
Y busco la soledad. La única compañía con la que puedo escribir. Y me siento egoísta e inútil.


miércoles, 1 de marzo de 2017

Agua entre las manos

Hace tiempo que reflexiono sobre "las últimas veces". Supongo que denota mi edad porque cuando eres joven no piensas que existan. 
Ya escribí sobre esto en otra entrada Las últimas veces.
Es muy curioso porque casi siempre las vivimos sin saber que lo son, afortunadamente. Pero eso le resta, ya lo decía en esa entrada,intensidad de disfrute, la emoción de saborear lo ya perdido para siempre. 
Yo llevo viviendo varios años muchas últimas veces. Es un contrasentido, claro. Pero es así.  Y de este modo, he vivido la última partida de cartas de mis padres y de mis suegros. Mi último cumpleaños con todos juntos y bien. La última navidad con todos juntos y bien. El último verano, los últimos paseos todos juntos y bien. Los he vivido. Los he disfrutado con una plenitud imposible si no se viven como los últimos.

 Ya han llegado esas últimas veces. No por haberlas anticipado y disfrutado a pleno corazón, las hace menos dolorosas y tristes. Son igual de demoledoras pero tengo la dicha de haberlas disfrutado, de haberlas sabido hacer únicas y muy especiales, de haberlas gozado con plena consciencia como regalos irrepetibles.

Han llegado y casi no puedo con ellas pero al menos sé que son las mejores últimas veces que pude vivir porque las esperaba, les hice frente y supe adornarlas de amor y cultivarlas como un hermoso y efímero jardín que perfuma toda la pena que ahora lo abona.