domingo, 13 de septiembre de 2015

Las últimas veces

Rosa Montero, en su último libro, continúa con ese mundo de ciencia ficción en el que su protagonista es una replicante. Rosa,que sabe que hay otros mundos y algunos infiernos pero que están en este, constriñe a su personaje en un tiempo limitado, con fecha de caducidad. Cada replicante sabe el tiempo de vida que tiene, la fecha exacta, y la ve aproximarse  sin poderlo evitar. Terrible. Una tortura que, en general, la vida, la nuestra, ésta que tanto nos cuesta a veces vivir y entender, nos evita. 

Sería horroroso conocer esa fecha con días y segundos. Sería casi insufrible ver cómo se acerca. No sé cómo nos haría comportarnos o cambiar. Tal vez tuviera algo positivo vivir esa tortura.
El sabernos finitos pero no con fecha exacta de caducidad nos permite no ser conscientes de "las últimas veces".  Y eso, a veces, puede que nos escatime la posibilidad de empaparnos de esa última vez, de vivirla a manos llenas, de saborear cada segundo con la intensidad que se merece. Pero también nos ahorra la infinita tristeza de la despedida para siempre.

Por fuerza del calendario, yo me creo muy cerca de algunas últimas veces. Y me pregunto cuántas más podré disfrutar de algunas cosas únicas. 
Ahora recuerdo y entiendo las lágrimas de mi abuela cuando nos despedíamos del verano pasado en su compañía. Mi abuela se preguntaba si esa sería nuestra última vez y lloraba. Yo, niña, no entendía por qué se ponía tan triste cuando la eternidad de estar juntos se posaba en el horizonte cercano de seis meses, los que tardaría en llegar la semana santa. Ahora sé por qué lloraba y qué temor la acompañaba.

Ayer dí el que podría ser el último paseo con mi padre por un campo sereno y hermoso bañado de una luz maravillosa del atardecer. Mi padre está enfermo y la enfermedad avanza y se apodera de sus músculos, de sus piernas. Yo lloraba como mi abuela, pero por dentro. Viviendo cada segundo como un tesoro doloroso y único. Tal vez sea la última vez.
Miraba el campo, ajado, exhausto del verano caluroso y de tanto trabajo... Los rastrojos se entregan a la luz del atardecer y brillan como un campo sembrado de rocío. Te deslumbra uno y  lo sigues con la mirada descubriendo a todos los demás. Como en esos sueños en los que encuentras una moneda y en cuanto miras alrededor no das abasto porque todo se halla bañado de cientos de ellas.Brillos dorados que descansan en la tierra , sin preguntarse ni lamentarse.  Son los restos desvaídos de la plenitud de la cosecha, son los restos que quedan tras el final, tras la despedida. Pero son unos restos tan hermosos... Sólo hay que querer mirarlos,  dejar que el sol los ilumine, que algo mínimo y residual se convierta en un campo de dorados brillos maravillosos.


Eso quiero yo para los restos después del final. Iluminarlos con la intensidad de los recuerdos que voy recopilando. Y me pregunto si seré capaz. Si podré soportar tantas despedidas que me esperan y que harán que mi vida sea un campo de rastrojo.

Mientras tanto, vivo muchas "posibles últimas veces" y las disfruto con ansia. Me pregunto cuántas veces podré seguir viviendo esto, cómo será cuando llame por teléfono y no me conteste esa voz, cómo será cuando llegue y ya no esté su sonrisa, con qué llenaré el vacío de su ausencia, cómo podre respirar ese aire que ahora llena ella, cómo podré sentir el calor de esas paredes que están llenas de ella...
Por eso cada segundo es una vida, una emoción. Y me pregunto si tanta emoción me permitirá iluminar los rastrojos de mi alma cuando ya no me quede nada más.