martes, 16 de mayo de 2017

Una habitación propia

Con Virginia Woolf me pasa como con Kafka. Comienzo a leerla y siento un manto viscoso que me cubre y me ahoga.
Descubren el mundo. Ese que no se ve, que se intenta esconder y que es parte de la realidad. De la vida.

Virginia nos avisó muy pronto de lo necesario que es tener una habitación propia.
Una simple frase que abarca la única verdad que no siempre es tan simple.

Si no puedes tener una habitación propia, te has quedado sin vida.

Hoy sé perfectamente que es así.

Por eso entiendo dolorosamente bien las piedras en los bolsillos de Virginia. Cada uno refleja un dolor insoportable que te lleva a querer descansar bajo aguas que fluyen, lejos de la ciénaga en la que se puede convertir la vida.


Invisible

Empieza a sangrarme un oído. No me doy cuenta. 
Es un bonito día de primavera.
La gente va y viene a sus quehaceres.
La sangre me mancha el pelo y la ropa. Sigo sin percibirlo.
Alguien, alarmado, me para. 
"¿Estás bien? Estás sangrando"
"Sí. Huy es verdad"
Más personas se arremolinan a mi alrededor. 
"Siéntate" ¿Quieres un poco de agua"
"Yo cuido de tu mochila. Pesa un montón. Suéltala a ver si te está perjudicando"
"Ya llamo al Samur yo. Túmbate que será mejor"
Entre todos me preparan una cama cómoda con sus jerseys. Alguien me abanica. Hace calor. 
"¿No te duele"
"No. Nada"
Escucho que alguien dice susurrando: "Joer es un montón de sangre"
Comienzo a marearme. 
La chica con mi mochila me acaricia y me dice que no me preocupe, que no la va a dejar ni a mí tampoco. Que si quiero llamar a alguien. Le digo que no. Que prefiero ver qué dice el médico antes de alarmar a mi familia.
Me desmayo pero lo hago consciente de que se ocupan de mí. De que puedo hacerlo. Puedo desmayarme y sentirme protegida, acompañada, cuidada.  

Pero mi herida no sangra, no se ve. 
El rojo no empapa mi blusa ni mi pelo.
No puedo desmayarme. Dejarme ir.