jueves, 28 de noviembre de 2013

Trizas


El cielo despierta hoy a trizas grises, moradas, rosadas, tristes. 



Los árboles aún cobrizos

restallan sobre el manto blanco, que esta mañana fría arropa al parque, y lo salpican suavemente de hojas secas.


Un rayo rompe el silencio y lo ilumina de dorados mágicos:
 el sol quiere participar de esta fiesta de colores y sensaciones y plagarla de luz y de vida.



Instalarse en el fondo

Cada vez más me enervan algunos "adagios" de esos que parecen encerrar la clave de la vida y de la felicidad y que me resultan vacuos, cuando no insultantes. 


Son esas frases del tipo "No es lo que te pasa sino tu actitud frente a lo que te pasa". 


O esas otras en las que sientes que si no puedes es que eres ¿medio tonta?


O esas otras en las que te das cuenta de que, quizá, todo lo que tú tienes es "sueño" , en singular. Porque el resto ha consistido en entender qué sucedía a tu alrededor y saber afrontarlo.



Hay otras que son terriblemente falsas. Como esta que me viene rondando desde hace tiempo:
"Lo bueno de tocar fondo es que ya solo puedes ascender"



Quizá quien así piensa no sabe que te puedes quedar en el fondo una larga temporada. Que la vida puede ser un fondo continuo. 

Que las paredes del mundo a veces se cierran y oprimen,
y puede ser suficiente sentir que puedes seguir respirando

Hay mucha gente que prendida del fondo del que no pueden desasirse, se lanza al vacío con tal de dejar de sentir esa asfixia que es la antítesis de la vida.

sábado, 23 de noviembre de 2013

A los árboles les duele el viento

A los árboles les duele el viento.
 Se mecen temerosos, acuciados por sus embates;
componiendo en susurros quejumbrosos y humildes,
una nana funeral de sus livianas hojas.

Se van adelgazando obedientemente.
Algunos se resisten, aparecen frondosos,
 aferran sus peciolos  con garras invisibles.
Otros, ya entregados, revelan sus ramajes
despojados y tristes.

El viento los desnuda, les arrebata en colores
las hojas que ayer fueron verdosa compañía.
Y el suelo se convierte en espejo restallante
de amarillos y ocres, luminosos, rotundos;
en un tapiz de vida que se va, sigilosa.

El viento. Ese dolor que avanza ineludible.


martes, 19 de noviembre de 2013

Emociones

Anoche mientras intentaba quedarme dormida sentí crujir las paredes de mi habitación. Me sorprendió cómo recibí ese chasquido estridente en mitad del silencio de la noche cerrada. No estaba sola. Mi casa me hablaba.Este refugio al que últimamente vuelvo con urgencia me decía que estaba ahí, acogiéndome, después de todo. Y sentí mi casa como mi gran aliada, la que me escucha y me entiende. La que me ve llorar y sufrir cuando nadie me ve. La que sabe quién soy y cómo me siento. Un crujido como un abrazo invisible y sonriente.

Y quizá sea que últimamente siento tanto frío y tanto vacío que las cosas salen a mi encuentro para recordarme que existe la belleza y la armonía. Para que no olvide que, si un día supe ser feliz al disfrutarlas, otros días más plenos pueden llegar. Aunque a mí ahora me parezca imposible. Y me asaltan y me estremecen cuando menos me lo espero.

Ese crujido de las paredes de mi habitación.

El aroma indescriptible que inunda la cocina al partir una naranja nueva,
con sus tonos agridulces, cargados de melancolía,que me transportan a mi niñez y al calor del invierno, en mi casa, al lado de mi madre que cosía mientras escuchaba Radio Intercontinental con Enrique Busián reinando en la publicidad. 


El amarillo intenso de las moreras
despidiéndose de sus hojas alegres y burlonas. El suelo lleno de ocres, tapizándolo de luz.


Las luces, los brillos, el anticipo de la navidad que nada significa como hito religioso,
pero que inevitablemente me instala en el calor y la ilusión de un mundo que ahora quiero recordar como armonioso y feliz.



Cada emoción me parte en dos. Llena de ternura me deshago en añoranza y ando despidiéndome de un mundo de algodón que sé que tuve y ya no está. Un algodón placentero y cálido que representa el regazo de mi madre
y yo descansando en él, abrazada a él, como si no hubiera dolor ni final.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Quién teme mirar

Me encanta cuando en las novelas algún personaje sabe detectar en el brillo de una mirada el estado de ánimo de otra persona. Daría la impresión, no solo de que nos paramos a mirar a los ojos de los otros, sino de que, además, lo hacemos para intuir qué le pasa, qué tiene adentro que no puede sacar fácilmente y necesita hacerlo, qué está pidiendo a gritos en un mutismo significativo. Porque estas sutiles interpretaciones no las hace un sicólogo sagaz o un sacerdote en activo. No. Un simple mortal observa a otro y llega a profundas conclusiones solo observando el cambiante tono o brillo de la mirada de otro. Supongo que tendría sus riesgos pero sería tan hermoso que el otro simplemente quisiera saber qué hay detrás de una mirada... 

Ayer estuve viendo la obra de teatro "Quien teme a Virginia Woolf" y salí enervada. Había visto la película hace siglos y pensé que no la había entendido. ME puso nerviosa la obra en sí. Me enervó el título, su gratuidad y sonoridad vacua. Me hastió su falta de conexión con el mundo. Hasta la interpretación de la Machi me resultó ya vista y reconocida. Sali crispada por haber tenido que sobrevivir a semejante desatino.
Hacer daño al otro para no no perderlo. Revolcarte en la propia deyección para poder seguir viviendo en un ambiente viciado en el que resulta imposible respirar. ME resultó como teatro del absurdo y no me gusta nada el teatro del absurdo. Quizá porque ya vivo yo instalada en algún absurdo que no remonto y no tengo ganas de vérmelas con otros.O tal vez porque al final los personajes son fieras heridas que se condenan a repetir ese infierno cada día. Que no saben cómo vivir de otro modo.Sin salida. Tal vez sea eso, demasiada realidad sin propuestas valientes ni interesantes. Como la vida misma.

viernes, 1 de noviembre de 2013

EL OTOÑO

Hace semanas que los chopos se adelgazan anticipándonos la desnudez total que seguirá al otoño.
En el metro, pegados a la pantalla del ordenador, sucumbidos en nuestras propias preocupaciones y prisas, cabe la posibilidad de que nos pase desapercibida la generosidad de este momento luminoso y desprendido. El dulce aprendizaje de desasirse de lo que nos conforma para sobrevivir a tiempos duros y oscuros.
Los árboles,vigías silenciosos, nos dan esta lección cuya pertinencia  es, este año, dolorosa y esperanzadora.

Salgo a la calle en estas mañanas frías de otoño. El sol calienta mi agradecido cuerpo y lo despierta. Voy a correr y pierdo el paso embelesada en pinceladas de luz que ninguna paleta podría abarcar. Los árboles se desnudan en tonos variados, intensos y vivos; y ahora puedo identificarlos, significados en ese todo verde que antes componían. Amarillos luz, naranjas terciopelo, rojos insensatos, verdes desleídos...sucesión de colores imposibles.Cada árbol un color y mil tonos.



El arte de perder. La belleza de desposeerse.
Un estallido jubiloso que antecede el vacío de unas ramas  que esperarán ateridas el sol persistente que les devuelva de lo que ahora se despojan. Desprenderse de lo que nos habita para sobrevivir.
Parece que es posible aprender a vivir en el vacío y el frío. Tal vez estos árboles pueden soportarlo porque saben que volverá el sol con su abundancia y calor. Tal vez nosotros podamos aprender de ellos y soportarlo sostenidos por la esperanza de aprender a crear otros mundos diferentes a los que ahora nos laceran.