sábado, 27 de noviembre de 2021

Almudea Grandes.

 Me gustan los sábados por el paréntesis de alivio que parecen desplegar. 

No aparecen carteros con certificados o burofax, no suena el teléfono con citas ineludibles y trabajosas...

Quería creer que las malas noticias se aparcaban en su día sabático.

Los sábados permiten desconectar del móvil, de la constante tropelía de estar alerta cada minuto por salud profesional.

Aunque sé, la vida así me lo ha enseñado, que esto no es más que una   quimera con la que adornar el día a día: las malas noticias no respetan.

Aparcado mi móvil, acudo a él sólo para comprobar que ninguna urgencia va a perturbar el sábado que me queda libre de tareas y ocupaciones. Y me encuentro con esta bomba de racimo.

Racimo de emociones. Racimo de incredulidad y pena. Racimo de dolor que se extiende dentro de mí de manera sorpresiva y abre una compuerta que llevaba años, enfermizamente, cerrada. También esto, Almudena Grandes, tengo que agradecértelo a ti. Lloro como una niña que ha perdido un rincón en el mundo en que se sentía acogida y feliz.

Hoy, 27 de noviembre, día de Aires difíciles, lloro la muerte de una mujer que cuidó la palabra e hizo prodigios con ella. Con El corazón helado me abrazo a sus libros que tengo en mi halda y me despido de ella aferrada a sus páginas. 

He leído todos sus libros porque no recuerdo nada similar a la ilusión del día de Reyes cuando era niña, como la noticia de la publicación de un nuevo libro de Almudena Grandes.

Un nuevo libro de Almudena, me parecía  un motivo de alegría y esperanza para seguir adelante. Ahora solo me quedará volver a los ya leídos y que tantas horas de disfrute, emoción y conocimiento me han dado.

Leí su columna de despedida, pero pensé- no quise ni intuir nada distinto- que era un adiós temporal: daba por hecha su recuperación. Era urgente que así fuera. Necesario.

Pero no ha podido ser y la noticia me ha pillado a contrapié. Como un puñetazo en el estómago que se ha deshecho en un llanto caudaloso, un llanto de una pena antigua, de un dolor entrañable. Un caudal que no puedo acallar ni quiero. Porque hasta el último día, Almudena, me has ayudado a vivir. 

Gracias, gracias por tanto y por tanto, esta enorme pérdida. Volveré a tus libros para recordar que la palabra construye, mejora y salva. Que no está todo perdido. Que es posible tener esperanza e ilusión. Que la literatura es el mejor camino para aprender y sentir. Que te has ido pero estás:

"Pero nada me preocupó más que el volumen que había perdido su cuerpo, la desconocida, huesuda delicadeza de los brazos que me rodeaban, la crueldad del aire que rellenaba el contorno de su cintura, el grito de sus costillas, visibles sobre la ausente redondez de sus caderas" (pg 24 La madre de Frankenstein).

Es un ejemplo de tantos. Sólo ese fragmento justifica mi admiración y cariño por ella. Sólo ese fragmento justifica el libro entero. Su obra. Es el abrazo de reencuentro de un hijo con su madre después de años de exilio y lejanía. Abrazaba la delgadez de tanto dolor y tanto amor.

Algo así abrazo yo ahora. Te abrazo. Abrazo tu recuerdo de tantas horas de goce, de compromiso con la verdad y de amor por las palabras y su prodigio.
He paladeado cada uno de tus libros y no entiendo cómo voy a seguir amando la literatura sin ti.
Gracias, Almudena.

La noticia me ha pillado sola, desarmada. Ha sido un trallazo inesperado como inesperada es esta reacción orgánica que me atraviesa. Tu muerte me ha llevado al reino que hacías posible, el de la palabra. La palabra llena de vida, de compromiso, de belleza. Compromiso con la verdad, con la historia; pero sobre todo, con la propia palabra. No encuentro consuelo y sólo he sabido buscarlo escribiendo y llorándote.



viernes, 19 de noviembre de 2021

Toros sí o toros no

 




Decir que los toros "escenifican la muerte y la violencia y en esa catarsis las superan" es empezar con una falacia: los toros no escenifican la muerte y la violencia. LAS EJECUTAN. Ejecutan la muerte y la violencia y de paso a los toros en una tortura indigna.

Ojo, que yo he crecido viendo toros en la televisión, con mis abuelos comunistas. 
Y ojo que veo la estética en casi todo lo que se desarrolla en la plaza.
 Si eliminamos al toro, me parece de una estética de cojones. Todo. 
Los trajes de luces que me entusiasman, los tercios y su ritual, el baile del torero con la capa, la danza de los banderilleros.. 
En el picador no veo ninguna estética. Me horroriza ver al caballo cegado e ignorante. Y ese enfrentamiento al que les obligan como hermanos abocados a agredirse porque sí.

Es verdad que entramos en contradicción al comer animales que han tenido una vida terrible. A vestir su piel. Es una gran contradicción. Pero como y me visto. No me divierto. No disfruto con un sufrimiento que en el caso del filete y los zapatos no veo (Muy cínico esto, lo sé).

En fin, que hay mucho dolor en una corrida de toros. Y ese argumento me parece definitivo. Y la costumbre prejuiciosa me ciega con el "arte estético" que destila ese "aquelarre cultural". Y si me olvido del toro, qué estético y perturbadoramente hermoso me puede parecer. 

Nunca he ido a una plaza. Oler la sangre del toro podría romper definitivamente el hechizo que produce el sol luciendo en el oro y grana de esas escamas con que se protegen  unos hombres (la gran mayoría) que juegan a ser dios en el albero , olvidando que son simples mortales mordiendo el polvo.