jueves, 4 de agosto de 2016

El pestillo

Tiro de la cuerda. Se desliza y se oye un sonido seco, certero. Un simple sonido que me clava en el sitio y me lanza a una espiral vertiginosa de emociones. Una cuerda, un sonido... Vuelvo al lugar donde mi mano todavía sujeta esa cuerda y comprendo el viaje que acabo de realizar y que me amarra más a esa cuerda. 


Es un simple pestillo. El que había hace años en todas las puertas de todas las casas del pueblo.
No había que llamar. Tirabas de la cuerda y entrabas en cualquier casa. 







La casa de mis abuelos (ahora de mis padres) bullía en verano. Eramos muchos los que, sin parar, entrábamos y salíamos. Y ese sonido era la banda sonora de veranos inmensos, rodeada de gente y alegría. 

Ese sonido era siempre el anticipo de una sorpresa y el latido asonante de un vaivén de compañía y júbilo. 

Ahora las casas se han desprovisto de esa cuerda. El sistema es demasiado peligroso. Ya no hay entrada franca en las casas. Hay, ahora sí, mucho que proteger y , también, desconfianza. 

Pero ese pestillo sigue latiendo en la casa de abajo de mis padres.

Es un pestillo duro, definitivo. Es el vestigio de un mundo que desaparece, que ya no está. No están muchas de las personas que tiraban de esa cuerda, ni la inocencia y plenitud con la que recogían mis oídos sus sonido seco y metálico.

Ahora, cada vez que lo uso, saboreo la rugosidad de la cuerda, el chasquido metálico y abrupto que permite el acceso a un universo del que voy despidiéndome y cuyos restos se refugian en esa cuerda y en mi corazón.