domingo, 30 de agosto de 2015

Tormenta de verano

Ha hecho un día radiante. Azul, caluroso, soleado y limpio el cielo nos regalaba un domingo de fin de agosto donde ir despidiéndonos de estos días pausados y con sabor a paz. 
Día de piscina, de dejar pasar las horas al sol y saborearlas. 



De repente, muy en silencio, un manto gris ha cubierto ese cielo y el día se ha transformado en un día otoñal cargado de viento, lluvia, rayos y truenos. Como si los madrileños, enfurruñados, hubieran sacado a pasear la frustración de volver a la vida normal y de tener que despedir a las vacaciones.


Me ha pillado desprevenida, casi como una especie de trasvase. Andaba yo perdida en una tormenta personal, embrollada en nubarrones que no me dejaban respirar, sorteando las agujas de rayos dolorosos que retumbaban en mi corazón con impotencia, cuando el día, la naturaleza, ha querido acompañarme y, tal vez, decirme algo. 

Sigo pensando en ese mensaje encriptado mientras mi tormenta continúa. 
La otra, la que me ha acompasado dulcemente, ha dejado una noche fresca y apacible. 
Lástima que las tormentas del alma no refresquen así ni reconforten.