lunes, 30 de noviembre de 2020

Está pasando

 

Es la única generación con vida que ha pasado hambre: son los niños de la guerra y de la posguerra.                                                                  Los niños que se comían las patatas con cáscara cuando las había.


                 Los que jugaban con su regalo de navidad hasta que se descomponía y se lo comían. Una naranja era regalo, pelota y sustento. 

Los niños del hambre.


Lo que no podían imaginar es que en los últimos días de su vida lo iban a experimentar de nuevo.                                                            Sin la alegría de la niñez que todo lo juega y disfraza.                          Con la descorazonada impotencia de no entender por qué ahora también  tienen que pasar hambre.                                                         Con la inerme rabia del estómago vacío que paga dos mil cuatrocientos euros al mes por ello.

Pasan hambre. Se quejan. Pero nadie los escucha y nada cambia.

 La calidad no supera la cantidad y ellos salen de salón con hambre. El mismo que pasaron de niños pero ahora huérfanos de esperanza y de sueños.


Está pasando.

 Después de seis mil muertos en las residencias, los mayores siguen sufriendo maltrato. Uno más, la comida. 

Y nadie los escucha y a sus familiares se les niega la mayor. Está pasando y NADIE HACE NADA.


SEIS MIL murieron y los que quedan ahora siguen muriendo de soledad y de hambre.

Está pasando. 

Seguramente en muchas residencias.

 Lo que es seguro, porque lo sabemos, es que está pasando en Orpea Alcobendas. Y NADIE HACE NADA.


Si el corazón pudiera pensar, se detendría” (Fernando Pessoa)



martes, 17 de noviembre de 2020

Parque

 Me ha visto enamorarme ferozmente

 Me ha visto correr kilómetros y kilómetros,envuelta en plásticos         intentando encontrarme mientras me licuaba y quería hacerme        más pequeña y desapercibida.

 Me ha visto reír y compartir grandes momentos con mis amigos         del alma.

 Me ha visto también llorar sin entender qué me pasaba, qué le             pasaba a la vida, en qué consistía

 Me ha visto defenderme de asedios inconvenientes y peligrosos

 Me ha visto pasearle sin cansancio, regalándome un rincón de paz     cuando la guerra era el presente.


 Lo vi nacer como un oasis en medio  nuestro desconocido                 desierto.

 Lo vi recibirnos como un gran patio de recreo verde, fresco,             sereno.

 Lo vi transformarse, crecer, mejorar, hacerse mayor y                         "hermosearse".


 Pero nunca imaginé es que él iba a volver a verme hacer todo lo         que experimente tantas veces en mi adolescencia.

 Nunca imaginé que volvería a disfrutarlo como lo he                     disfrutado tantos meses.

Nunca imaginé que volvería a ser ese oasis que me daría un                respiro a cualquier hora del día.



 Lo he buscado cada día, a diferentes horas, para bañarme de su luz     y su artificial, quizá por eso más entrañable naturaleza.


 Lo he buscado en las horas tranquilas de la siesta donde la luz iba     cabalgándolo en un baño dorado de despedida




Lo he buscado en las noches donde sus modestas y bellísimas   

farolas me inundaban de una sensación de paz entrañable y única.





Me ha permitido disfrutar de su modesto esplendor

y me ha dado la fuerza de su latido y su aire limpio para retomar el día a día con la certidumbre de que allí estaría esperándome, en cualquier momento, para protegerme con sus aromas, sus árboles y sus flores.

Es un parque pequeño, modesto pero hecho a la medida de mi corazón oprimido durante estos meses duros. Una medida imponderable.

Acumpleaños "Violeta"

Recuerdo apenas el lindo restaurante donde te esperamos. Teníamos la tarde por delante. Tú, otra persona y yo a quienes nos corría Música en Vena por las venas. Por las mías también corría la admiración absoluta por ambas y un cariño inmenso por esas dos mujeres que representaban para mí, en aquel momento, lo mejor de la vida.

Esos días hermosos estaban empañados por la muerte de Zerolo. Una muerte que nos impresionaba por la larga sombra que ejercía. Ese mismo día supe que la otra mujer que nos acompañaba no era tan especial como pensaba y exudaba una falta de sensibilidad y tacto absolutamente gratuitos que convirtieron algunos de sus comentarios en infantiles faltas de respeto lacerantes. Así las viví yo y así intenté torearlas ante tu estoica, valiente y siempre mesurada actitud y respuesta.

Comimos. Tomamos un café. Pasamos la tarde juntas. Supe más de ti. De tu inimaginable batalla. De tu coraje más grande que tú y tu enfermedad. Supe del martirio en el que se había convertido tu vida y en cómo lo burlabas día a día con paseos interminables, actividades continuas, noches en vela, pasión por la vida.

Fue un día de terciopelo. Dulce, auténtico y enorme. Enorme porque pude conocerte mejor, estar cerca de ti y sentirte parte para siempre de mi vida. Luego pasaron muchas más cosas que  reafirmaron a mi corazón todo lo que de ti me decía.

Es posible que no haya un solo día desde que te fuiste en el que no te recuerde. 

Hoy te recuerdo inevitablemente. Y recuerdo ese día donde todo era posible todavía desde la fuerza de tu impulso y tus ganas de ganar. Hoy, hermosa mujer, los días se van tiñendo de "Violeta" y tu ausencia es más poderosa bajo ese nombre. Creo que ella te conocerá bien a pesar de todo. Nadie podrá dejar de hablarle de quién fuiste, de cómo fuiste, de todo lo que aquí dejaste y siempre estará presente en todos los que te tuvimos cerca.

Felicidades, amiga. Y gracias. A veces con dos patitas también se puede sujetar una mesa. La mía sigue aquí, en pie, contigo.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Barrio

 Es un barrio humilde. De gente trabajadora.

Es un barrio viejo, nacido al frío del boom inmobiliario franquista de los años sesenta y a la medida de la estatura, la moral y la intelectualidad del dictador. Pisos pequeños como espejismos de comodidad y progreso que lo fueron para quienes venían de compartir habitación para sobrevivir.

El barrio es humilde y viejo. Como una gran parte de los habitantes que lo inauguraron. Edificios de ladrillo de cincuenta metros cuadrados donde llegaron a vivir familias numerosas y donde nos reuníamos en celebraciones montones de personas sin entender ahora cómo lo conseguíamos.

Los muros de las calles del barrio, construidos con piedras engarzadas en perfecto equilibrio, como murallas romanas , mantienen y separan calles peatonales donde de niños jugábamos horas y horas sin peligros y como en una prolongación de nuestro propio hogar.

Años más tarde, estas viviendas municipales del régimen se vieron rodeadas de construcciones más modernas, con pisos de más metros, con ascensor y calefacción que, abrazan al barrio inicial como intentando esconder su pobreza.

Ese barrio humilde y viejo, era un barrio lleno de tiendas, bares...de vida. El barrio encerraba todo un mundo del que no era necesario salir para vivir y ser feliz.

Este barrio, humilde y viejo, abandonado por el municipio y demasiado sucio, "hormigueado" por gente trabajadora que sabe lo que es llegar a fin de mes con estrecheces, se desangra hace años. El mundo ha cambiado. Ha cambiado la forma de vida y la forma de vivirlo y, en un goteo incesante, las tiendas han ido cerrando una a una para sobrevivir  alguna sola como un islote en el ártico. Las demás o están cerradas o se han convertido en casas bajas accesibles para aquellos jóvenes que ahora ya no pueden subir las escaleras que los separaba de la vida en su piso sin ascensor.

Este barrio, así, viejo, desangrado, humilde, sucio...se salva. Lo salvan los árboles y los jardines que lo salpican. El barrio sin árboles sería un fantasma, un remedo de hogar. El verdor, sus pájaros, sus colores, sus brisas...hacen de este rincón un paraíso perdido de la mano de dios.

O quizá sea el cariño de mis primeros veintisiete años vividos en él lo que me hace sentirlo así.


Nunca pensé que volvería a vivir en él como lo he hecho durante nueve meses. Meses muy difíciles para todos. En este nuevo tiempo de miedos, confinamientos e infecciones que , como no podría ser de otro modo, lo han asfixiado tenazmente. 

Mis primeros meses en el barrio fueron meses ciegos, meses sordos, meses de hojalata con la única premisa de sobrevivir, de cerrar la puerta por la noche, un día más sanos y salvos.

Después, poco a poco, volví a la vida y pude contemplarlo, respirarlo, escucharlo, verlo...y allí estaba él. Viejo, humilde, sucio, cansado, pero verde y tranquilo como el remanso de un torbellino incomprensible.

El barrio. Cada esquina, un recuerdo. Cada acera, una risa. Ventanas con nombres. Huecos, muchos huecos... vacíos, ausencias...Cuánta amarga dulzura punteada de ancianos que conocí vigorosos y que ahora son los mismos pero muy anochecidos.

El barrio. Caras amigas, caras nuevas...gente. Gente...gente del barrio. Buena gente. (La habrá mala también. Como en todas partes)

Papelería Maruja, un viaje a mi niñez. Entro. Está su hijo, amable como ella, que me recibe como si nos conociéramos de siempre. Y de pronto, la voz de Maruja. La misma voz que me regalaba un borrador cada vez que compraba algo. Esa voz amable, cantarina, serena. ¡Maruja! qué maravilla verla! El 1 de octubre hizo cincuenta y cinco años que abrió esa papelería. Y nada ha cambiado en ella. Toda amabilidad y acogida. El mundo recobra cierto equilibrio gracias a ella y ella ni lo imagina

Lupe, la farmacéutica. Una mujer generosa. Una pura terapia con ojos vivarachos, siempre sonriendo. Y Lupe nada sería sin Aldol y sin Inés. 

 Luis Alfonso, que me ha sacado de más de un aprieto con su escáner y  la rapidez con la que me consigue los libros que le encargo.

Los fruteros José y Fernando. Diligentes. Fruta buena, al lado de casa. Siempre con una sonrisa

Mi dentista. Mi argentino favorito. Acunándome con su melodiosa conversación a pesar de mi terror a esos sonidos y prácticas.

Herminio, la seguridad de tener en la puerta de casa "un amigo".

Y toda la gente nueva que he conocido. Gente hispana. Con un viaje lejos de su casa siempre cargado de tristeza y esfuerzo. Es la nueva gente de este barrio que lo hace más vivible. Especialmente para todas las personas mayores que ahora lo van habitando y despidiendo.

Este barrio así, viejo, desangrado, humilde, sucio...se salva. Lo salvan sus gentes. 

Y todos los perros que saludamos cada día y que se han convertido en parte de nuestra rutina y nuestros juegos, ¿verdad, Miko? La panda perruna que nos acompaña en nuestros paseos.


El barrio... Cada uno de los días pasados en él , me ha regalado un destello de belleza. Viejo, desangrado, humilde, sucio...

 Esas hortensias hermosas y exhuberantes con sus colores rosados como intactos. 

Un precioso gato, "malabareando" en una ventana.

 El otoño pintando las hojas , las hojas pintando el suelo...Suelo y cielo reflejando la maravilla de los colores imposibles de esta estación. 


El barrio. Que me vio crecer y que vi envejecer. 

El barrio, viejo, desangrado, humilde, sucio...,como el útero materno, me ha acunado nueve meses en medio de la total oscuridad.