(El infinito en un junco, pg 32)
(El infinito en un junco, pg 32)
Lo insoportable era lo único posible.
Hablar de ti. Oir tu nombre. Estar con algunos de los que te querían. Impregnarse de tus montajes. De la fuerza de tu convicción.
Ha sido terriblemente difícil. Querer vivir ahí el resto de mi vida y querer salir corriendo, en estampida.
Rodeada de gente que te conocía y que te llora. Y en medio tu vacío. Tu ausencia. Como nunca antes la había sentido.
Cuánta desesperación en todo lo que hago desde que sé que no estás. Cuánta autocomplacencia. Cuánto tumbo cegado por el dolor. Como la chica que ha leído su poema, a trompicones busco a "la madre" que me cobije, que me explique que nada pasa, que me asista en tanto tropiezo. A trompicones intento asideros. Lanzo puentes de papel que se quiebran en la imposibilidad de recuperarte de ningún modo.
He escuchado a la gente hablar de ti, radiografiarte. Quien te conocía, te sabía. Eras transparente. Auténtico. Insustituible. Ha sido hermoso escucharte en otros. Encontrarte en los otros. Respirar tu vacío en el recuerdo de los otros.
MI orfandad ha sido enorme. Todos los que estaban allí compartían contigo proyectos que les unían a ti y entre ellos. Eras la amalgama que los entretejía , en cuya red se mecen ahora. Te tienen en lo que construiste con ellos. En el sendero que hicisteis juntos y que se ven impelidos a seguir. Mano a mano. Contigo y "sintigo". Difícil pero prodigioso.
Yo caigo sin red. Yo sólo compartía contigo la vida. Y ahora ya no la tengo. Me precipito en tu falta, sola. Sabiendo que nadie puede intuir lo que los dos trenzábamos en nuestros corazones y cómo ahora se deshilacha el mío.
Sabía que podía ocurrir y ha ocurrido. Me he sentido profundamente sola, lanzada al espacio. Perdida. Sin otra opción.
Y me revuelvo ante todo esto y me enjugo rabiosa sabiendo que nada de todo esto que me destroza para siempre tiene ninguna importancia. ¿Sabes por qué, Cesitar mío? Porque tú ya no estás. Y eso es lo único importante.
Te quiero, mi amigo. Mi César. Mi amor.
Escribo, escribo, hablo, te busco, hablo, escribo...
Se me escapan los acentos, las comas, la puntuación...
La gramática gime, la semántica derrotada busca sinónimos para abarcar tanto, la prosodia se repite a sí misma que no puede con esta cadencia... nada encaja... nada puede con este empellón, ninguna sintaxis puede articularlo.
Se me escapa la pena a borbotones y no hay puntos ni comas, ni acentos ni fonética que abarque este lamento.
Y, sin embargo, es sólo en este reino desnortado donde siento que puedo seguir. A tu lado.
Salgo a la calle, a cuerpo descubierto. Imprudente.
Protegida en mi propia pandemia, he vivido dentro de ella, acorazada.
Me estalla el ruido, la normalidad de la gente, los sitios donde podría recordarte, las conversaciones ajenas a mi estruendo interior...
No encuentro momento y lugar de volver. Aquí. A este dolor que necesita volcarse en estas palabras.
Insensata...
Como si la vida se recolocara y fuera inocuo volver a vivir.
Como si fuera posible.
Llevo mes y medio fuera de casa.
Al llegar me he zambullido en un mar de fotos para encontrarte.
Y te he encontrado.
La única foto que tengo de ti. Odiabas hacerte fotos y no te las hacías.
Después de esa zambullida, he navegado por el estante donde tengo todos tus libros. Abriéndolos ávidamente para encontrarme con tu letra mínima, casi un esbozo. Hay una dedicatoria que, de tan pequeña, es ilegible. Es un pequeño recodo donde, cada vez que no soportaba tu ausencia, me refugiaba a descifrarte. Ahora el refugio se ha convertido en guarida donde me guarezco de este frío que encoge mis entrañas y me acurruco en cada letra que no distingo e imagino que tú me descubrirás la próxima vez que te vea.
Tu letra como tú: humilde, certera, acariciante...un misterio en el que descansar.
Han pasado muchas cosas en poco tiempo.
Enormidades que me sepultan en preguntas. Necesitaría respuestas para poder vivir mejor. Para saber que estoy viviendo mejor y que tanto dolor me enseña algo. Seguro que llegan, de algún modo. De momento sólo son interrogantes.
¿Se puede recuperar el tiempo perdido?
¿Se pueden dar los besos perdidos?
¿Se pueden restañar las heridas involuntarias?
¿Se puede sentir el alma en paz?
No hablo de los que se han ido. Con ellos ya no habrá tiempo ni espacio.
Hablo de lo que están aquí. A mi lado. ¿Podré sentir que les hago llegar mi amor por encima de los desencuentros?
Al parecer, tengo carácter. Y eso no ayuda mucho. Por eso las preguntas. Por eso la necesidad de caminos para hallar respuestas.
Me pregunto si sabrás cuánto te quiero. Cuánto te necesito y cuánto confío en ti.
Creo que ni lo sospechas. Sobre todo lo último. Tu opinión es un faro para mí. Sé que cuándo tengo alguna desazón, tu punto de vista podrá sacarme del barullo en el que me hallo. Así ha sido en una cuestión fundamental estos últimos días. Así es casi siempre que te consulto algo. Y es que sé que cuento con la perspectiva de una persona serena, inteligente, práctica y, sobre todo, buena.
Todas las madres piensan que sus hijos son especiales. Yo lo sé. Sé que eres una buena persona y me parece que es lo más importante en esta vida. Por eso estoy tan orgullosa de ti.
Desde que eras un niño muy pequeño, desde la guardería, me demostraste que lo eras.
Desde que eras un niño me diste lecciones de mesura y de eso que ahora llaman inteligencia emocional.
Desde que eras un niño me enseñaste que las cosas pueden ser más simples de lo que nos empeñamos.
Desde que eras un niño me regalaste ese corazoncito tan especial
(8 años)El reloj de mi padre se ha parado a las 20:25.
Posiblemente, fue la hora en que lo vi por última vez.
Lo llevo encima desde que él ya no lo necesita.
El reloj, como un corazón portátil, ha dejado de latir en el momento que nos despedimos, sin saberlo.
EL reloj y su carterilla eran sus dos posesiones que reivindicaba incansablemente. Construían su mundo y le daban seguridad.
La carterilla se fue con él.
El reloj me lo quedé yo, pero él ha decidido que su misión había terminado, como si no quisiera acompañar el pulso de nadie que no sea él.
La muerte lo desdibuja todo, hasta la realidad. Frente a eso pareciera que los objetos quisieran jalonarla como miguitas dejadas para el camino de vuelta.
Sólo que aquí no hay vuelta atrás.
Quizá solo sean miguitas para que no nos perdamos en nuestro dolor y rechazo.
Hola, papá.
Tú y yo nunca hemos hablado. Increíble. Pero así es. Nunca de nada importante. Nunca de verdad. Triste pero real. No tuvimos una gran relación hasta que nació mi hijo y pude recuperar al padre que no fuiste en el abuelo incansable, incombustible que has sido.
He conocido dos amores incondicionales y uno es el tuyo hacia mi hijo. Lo adorabas y has estado en cada minuto importante de su vida, sin perderte nada. Has sido su "manager" y su más ferviente admirador. Mi hijo era razón suficiente para la vida, para la alegría. No necesitabas nada más: estar con él era tu religión.
Y así pude yo recuperarte y reconstruir un cariño que como padre no supiste sostener.
Te has ido de sopetón y ha sido un "manotazo duro, un golpe helado". Tenías una mala vida porque no podías hacer nada por ti mismo y porque tu mente ya no respondía a tus deseos. Pero todavía pasábamos buenos ratos o yo así lo intentaba. Y teníamos nuestro ritual de bromas, frases repetidas, risas y "alegría".
Has vivido años muy duros. Para mí, los peores de mi vida, sin duda. Sin podértelos evitar, intenté con todas mis fuerzas aliviártelos. Creo que te has ido sin comprender hasta qué punto luché por darte una buena vida que tú no supiste prevenir.
He sido feliz estos dos últimos años de mierda y de pandemia. Porque te pude sacar de aquel lugar que me descomponía el cuerpo y el alma y te he podido ver en casa, tranquilo, cuidado, a gusto. Cada noche que me despedía de ti, sentía la tranquilidad de verte en tu cama, entre tus sábanas, como un bebé satisfecho.
Ya nunca más podremos tener esa conversación que siempre me dejaba sonriendo:
- Adiós, Manolín
-¿Te vas?
-No, ¡te vas tú!
-¿Yo?
-Sí, ¡a dormir!
Y nos reíamos...
Voy a echar de menos tu puntuación y tu sola presencia que, a pesar de lo mucho que necesitabas, nunca era exigente ni apremiante.
No sé si tú me echarías de menos porque no me aguantabas. Hasta eso me hacía gracia. Hacía mucho que no recordabas mi nombre. Yo era la jefa y, un poco por eso, me odiabas. Y por alguna cosa más que te has ido sin entender.
Yo me quedo con varias astillas clavadas en el corazón. Algunas son auténticos palos, pero ni tú ni yo somos responsables de ellas.
Te pido perdón por todo lo que haya podido hacer mal, lo que te haya hecho daño y te haya hecho sentir desprotegido. No es hora de echar cuentas. El amor a mi hijo las puso a cero.
Me quedo con el disgusto de no haberte dado la última milhoja por un enfado ridículo, prepotente que expresa mejor que nada el nivel de desgaste e inquietud que tengo.
Y con el dolor de verte sufrir las últimas horas. Tú, que nunca te quejabas, estabas inquieto y mal y no pudiste remontar. Era un malestar profundo que no presagiaba tu muerte y ha caído sobre mi alma cansada como la losa que ya es. Al menos tu destino, en este último momento, ha sido lo menos despiadado posible y te has ido rápido, sin sufrir mucho.
Y el dolor de no tenerte de la mano en el último aliento.
Me hubiera encantado que te fueras como ese bebé al que despedía cada noche, y que te hubieras ido un poquito más tarde. Me hubiera encantado poder regalarte un verano más, al sol, rodeado de personas que te quieren. Pero no ha podido ser.
Nunca pensé que me dejaras un hueco tan grande. Gracias por hacerlo posible, sembrándolo de amor hacía mi hijo.
Adiós, papá
Yo tengo un perro. Una cosita peluda y pequeña que acompaña mis días como una sombra. Siempre ahí, desapercibidamente.
Yo tengo un perro y como las vivencias mágicas que casi no te crees, te da miedo verbalizarlas por si el mal destino que siempre acecha, las descubriera hechas palabra y las quisiera hacer explotar como desaparece el espejismo de una pompa de jabón al tocarla.
Yo tengo un perro y cada mañana le doy gracias a la vida por permitirme tener en ella una experiencia única. Como lo es enamorarse o tener buenos amigos.
Yo tengo un perro y tengo mucho más. Un perro puede parecer poca cosa. Un capricho. Una opción. Una simple ocurrencia. LO que puede parecer y lo que es... Mi perro , cada día, me recuerda lo importante. Él, que nada pide y pasa horas enroscado adormilado, es como un cincel que define la auténtica vida en firmes trazos.
El trazo de no esperar nada
El trazo de estar ahí siempre
El trazo de una mirada profunda que te protege
El trazo de la compañía sin más
El trazo de lamerse las heridas sin molestar
El trazo de disfrutar de la serenidad de un baño de sol
El trazo de confiar
El trazo de disfrutar con los demás, simplemente así: estando con los demás.
El trazo de vivir a pierna suelta sin porqués, sin más.
El trazo de la alegría desmedida por ser, por estar
Yo tengo un perro y la vida se endulza y expande gracias a él. La vida de todos los que lo disfrutamos.
Miko, pequeño perrito, estás aliviando muchos corazones sólo con estar cerca de ellos. Corazones cansados que se saben en la recta final y que, muchos días, no encuentran motivos para la alegría y se topan con ella de sopetón cuando te abalanzas sobre ellos moviendo tu colita como si no hubiera nada más importante en la vida que dar círculos emocionados alrededor de ellos. Y los cuidas, les das todo el cariño que necesitan y les permites expresar su amor, su gratitud, que el pudor frena entre humanos.
Miko, el perrito, un abuelo se nos ha ido. Eras su amigo. Has pasado muchas horas de su vida anclado a la silla de ruedas que era, desde hace años, sus piernas. Dejando pasar las horas, tomando el aire, respirando juntos y viendo la vida pasar a su lado. Has pasado muchas horas debajo de su silla, esperando alguna recompensa en forma de trocito de comida que podía caerse de sus ya, torpes manos. Has pasado muchas horas encima de él, en la cama, dándole los buenos días a lengüetazos, dándole calor entre sus piernas hasta que llegaba la hora de enfrentar el día.
El abuelo llevaba años perdiéndose a sí mismo. Perdiendo los nombres, las palabras. La movilidad, la autonomía. La mente. La vida. Por eso no recordaba tu nombre y preguntaba por ti , por el perrito, cuando no te veía. Y te hablaba. Y en ese otro mundo paralelo en el que habitaba no olvidaba que te encanta la manzana y te animaba a pedírmela.
Miko, has sido su escudero y lo protegías cuando las personas se acercaban a sus silla, como si supieras que él no podría hacer frente a una agresión y te anticipabas con tus ladridos para alejar esos posibles peligros.
Ya nunca más podrás hacerlo. Y lo sabes. En tu corazón sabio y más cálido que el de muchos humanos sabes que el abuelo está pasando por algo que no te gusta. Y lo echas de menos.
Y , como todo lo que haces, sabiamente, sin molestar, lo esperas pacientemente para recordarle que no hace falta estar presente para estar y que él estará aunque no esté y lo seguirás acompañando, protegiendo y queriendo desde este mundo que creas, haces tuyo y da tanto sentido al nuestro- absurdo, egoísta, exigente- que tiene la suerte de tenerte cerca para que nos recuerdes todo lo que el amor puede hacer con una simple presencia.
Seguro que tú ya lo sabes, Miko, porque los dos tenías un lenguaje secreto y os entendíais. El abuelo te da las gracias por tanto... Y yo también por tanto, tanto...
Miko jamás se puso debajo de esa silla mientras mi padre vivía. El día de su muerte, mi chico se lo encontró ahí. Velándolo. Echándolo de menos y diciéndole que él estaba a su lado por lejos que estuviera. Las personas que no quieran entender que los perros son seres especiales que nos hacen mejores y nos ayudan a vivir, se pierden un don de la vida. Las personas que no vivan el amor de un perro, su compañía y su sensibilidad, no sabrán lo que es un corazón completo. Las compadezco.
Miko sabía que mi padre tenía una vida demediada, que estaba en inferioridad de condiciones, que sufría. Y lo acompañaba y lo protegía. Y lo hizo hasta el final. Todavía lo hace.Miko ha cuidado y acompañado a mi padre mucho más que personas que dicen quererlo mucho. Muchísimo más.
Y a mi este perro no me cabe en el alma. Me la limpia, me la sana, me desborda de emociones bonitas y simples que me hacen ser mejor humana, cada día.
Repito, Miko nunca se tumbaba ahí cuando mi padre podía ocupar esa silla, su silla.Nunca. Ahí tumbado, esperando, despidiéndose me lo devolvió por un instante.
Desde que Miko está en mi vida, creo en los milagros. Y mientras Miko esté en mi vida, yo querré seguir a su lado.
Cuando lo despido por la noche, como un bebé rubicundo acunado por su propio cansancio y la medicación, el edredón que lo arropa, arropa también a mi corazón. Y los dos, mi corazón y yo, suspiramos aliviados de no encontrarnos nunca más en la intemperie. Una intemperie cruda, inevitable que tanto nos ha pesado y hecho sufrir, sabiéndolo rodeado de personas, olores, ruidos... ajenos. Impuestos. Por pura necesidad.
Esta noche veo su cama vacía y vuelvo a sentir ese cuchillo.
Esta muesca no pude compartirla contigo. Por eso era más dolorosa. Una escara seca en mi alma, que araña.
El verbo se hizo carne.
Esto también me lo enseñaste tú. En todas sus dimensiones Nunca antes de ti tuvo significado para mí.
¿Alguien puede intuir el impacto que supone una enseñanza así en la vida de una persona?
Me enseñaste a conjugar con las palabras la vida, las emociones, las acciones, los sueños, las luchas, los fracasos, los principios, el amor, los miedos, las ilusiones, la amistad, la coherencia, la reflexión; el respeto a los compromisos, a la historia, a la verdad.
El verbo se hacía carne en cada escrito compartido. Se ponía en pie el propósito de denunciar y mejorar el mundo. Se ponía en pie el alma trastabillando. Se ponía en pie el ser. El aprender a ser. El querer ser. Se ponía en pie la voluntad de luchar , la posibilidad de conseguirlo.
El verbo se hacía carne en cada conversación. Nunca he tenido con nadie conversaciones como las nuestras. Hablamos de lo divino y de lo humano. Se ponían en pie nuestros miedos, nuestras emociones. La imposibilidad de entender y la importancia del camino. Se ponían en pie los niños que éramos y que queríamos seguir siendo. Se ponía en pie la risa, la alegría. Se ponían en pie el dolor, la frustración. Se ponían en pie la ganas, las ilusiones, los planes compartidos. Se ponía en pie lo que no sabíamos que estaba dormido. Las horas eran minutos. Los ecos de nuestras palabras, abono, acicate, impulso para continuar.
El verbo se hace carne sobre el escenario. Tus propuestas eran pura vida sobre las tablas. La palabra creaba el acto escénico. Se ponía en pie todo un mecanismo de comunicación, de pedagogía, de subversión, de belleza. Se ponía en pie el único ritual que nos convertía en más personas y más tribu.
Tantas esencias puestas en pie que ahora, derribadas, ruedan por el suelo de la ausencia y el dolor. Descompuestas, sin norte, amagan por incorporarse de la mano de tantos recuerdos... Pero caen rotundas ante el peso de lo insoportable.
¿Alguien puede atisbar el vacío que deja tu verbo deshecho carne?
¿Alguien se puede asomar a este abismo sin perder pie al entender que está perdido ya para siempre?
Nadie es imprescindible excepto tú. Seguiremos viviendo, claro. Es lo único que queda y tú amabas la vida,no entenderías que nadie pactara una tregua. Pero será otra vida. Descarnada. Porque nos faltará tu verbo y todo lo que con él sacudías a tu alrededor.
Como una maravillosa abeja polinizadora cuya desaparición pone en riesgo a todo el ecosistema.