martes, 20 de diciembre de 2016

Escalofrío en vena


Muchos de mis trayectos diarios están jalonados por dos hospitales: La Paz y el Ramón y Cajal.
Resultado de imagen de ramon y cajal hospital Cada vez que paso,cargada con mis preocupaciones y mis sinsabores, miro hacia arriba, hacia esas ventanas que son como párpados heridos. Y agradezco a la vida no tener a nadie querido tras ellos, envueltos en un manto de olores, de sensaciones; extranjeros de nuestra vida. Y sé que la carga que a veces me resulta insoportable no es nada comparado con el dolor del dolor de mis seres queridos. 


Sin embargo, ayer, en un hospital, estalló la vida en toda su plenitud.
 Hasta ese espacio de sufrimiento salpicado de esperanza llegó la emoción engalanada de alegría y de fuerza. 
Casi 300 personas abrazaron el salón de actos del Hospital 12 de Octubre 

Y en esa abrazo se cobijaron los goteros que pitaban ajenos a la clave y al tempo...
Respiradores artificiales que ensancharon sus pulmones con tanta belleza y armonía...

Y como siempre, el milagro. Siempre repetido y nunca suficientemente asombroso: la música curando lo que ninguna medicina puede curar.

Las manos en alto de un señor atrapado por una sonda nasogástrica. Manos,saltando por él. Brincando emocionadas, esas manos.

Un superman,enorme, con el cuello cosido de grapas, avanzaba sonriente, cubierto por una chaqueta del pijama atada como una capa con superpoderes. Los de la sonrisa tibia, casi incrédula, con la que abandonaba la sala tras el concierto.

Enfermos, muy pachuchos, abandonados al goce de sentir. Sentir que la música empujaba la vida y traía tantas emociones purificadoras...

Miraba a mi alrededor y sabía que estaba viviendo algo único. 
Hendel y 300 personas llenando todos nuestros pulmones con esa música excepcional, hecha para hacer sentir. Sentir que todo es posible, que ese abrazo de voces nos impulsaba por encima de nuestros miedos y por un momento podíamos volar y conseguir lo imposible.

Casi 300 voces abrazando nuestros embobados ojos acuosos, traspasados por el mismo escalofrío. Ojos de ilusión emocionada como ojos infantiles en la mañana de Reyes.
La imagen puede contener: una o varias personas

Un regalo. Un abrazo de voces como hermoso regalo de Navidad y de vida para quien sólo espera el regalo de la recuperación y la vuelta a casa. 

Aleluya.


Gracias, MeV, por darme la oportunidad de vivir momentos así. Por permitirme ser acariciada por la auténtica vida y recibir lecciones cada día. Gracias.






martes, 13 de diciembre de 2016

Briznas de felicidad

Mi hijo baila salsa con Miko.
Mi suegra me ayuda a desenredar un ovillo que estoy tejiendo.
Mi madre mide un paño tejido en un maravilloso ganchillo que ha hecho para mí.
Miko se acurruca en mi regazo y me regala su mirada serena e incondicional.
...


Hoy la niebla nos impide ver.
Densa, fantasmagórica, distorsiona la realidad, amplía los sonidos y tiñe todo de una gelatina amenazante. Sus dedos fríos te recorren a través de las capas de abrigo que no logran protegerte de su humedad. Una especie de útero dentellado.

A mí me parece hermoso. Vagar entre esa fría bruma. Expuesta a su intemperie. 
Quizá porque la vida - y mi vida- se me parece mucho a un páramo inhóspito y se siente acompañada en ese helor.

Por eso siento el regusto de cierta felicidad al recordar instantes que colecciono como maravillosas vivencias únicas. Como cuando te llevas una brizna de hierba a la boca y acaricias en su sabor todo el esplendor de las pequeñas cosas. 

martes, 6 de diciembre de 2016

La manta azul

Tiendo la manta. La manta azul. Pequeña, suave. Una manta vieja y antigua. Un trozo de tela. Nada.
La manta de planchar cuando no había tablas y mi madre planchaba sobre su mesa camilla y su manta. Mi manta azul. Ella me la debió de dar cuando me fui de su casa. Para que cubriera la mesa y me ayudara a planchar.
Y esa manta ha sobrevivido a mudanzas y a años y ahora está tendida en mi terraza. La tiendo y la acaricio. Algo tan simple, tan escaso de valor. Su manta. Mi manta.

Estuvo durante mucho tiempo en el trastero. Porque yo no tiro nada. Y a fuerza de no tirar, ni pienso en lo que está ahí ni para qué está.

Y ahora, acaricio ese trozo de tela inútil y acaricio todo el mundo que contiene y que me ha regalado sin darme cuenta. Esa mantita guarda la felicidad. Trazos de felicidad. Los suaves momentos de ternura y calor que cada noche me esperan con ella.

Miko se arrebuja contra mí, encima de ella. Y la manta, con Miko encima, logra devolverme la emoción de sentirme querida y arropada. Con la amargura de constatar todo lo que no tengo y me estoy perdiendo.

La manta azul me acaricia a mí cada noche con el maravilloso peso de un ser que me mira como si no hubiera nada más importante en el mundo; diciéndome con sus ojos que, sólo por estar así, mirándonos  y dándonos calor, merece la pena vivir.