domingo, 8 de junio de 2014

37 latidos por minuto

me han derivado a la consulta del cardiólogo. Al parecer son pocos. Se diría que a mi motor le falta ritmo, fuerza. Qué contraste con la vida que llevo y mi mundo interior que va demasiado acelerado y no puede parar.
Parecería que mi corazón no tiene demasiadas razones para latir. O es tan fuerte que no lo necesita. 
Si no es patológico, será  un seguro de vida, me han dicho. Vamos a ver.


En cualquier caso, cuando mi cuerpo enferma no tengo esa sensación de traición que explica Rosa Montero en su último libro. Al revés, me alío con él para luchar contra el agresor que siempre provoca un enemigo exterior. Yo soy mi cuerpo. Por eso me siento mal conmigo misma si mi cuerpo me incomoda.

Solo tenemos a nuestro cuerpo. Es lo único que tenemos. Es nuestro vehículo, nuestro templo. Y me parece un milagro diario que funcione, que todo marche como debe, que me permita todo lo que hago. 
Nos parece tan natural como respirar, pero cualquiera de las funciones de nuestro cuerpo es un milagro cada segundo.