martes, 19 de noviembre de 2013

Emociones

Anoche mientras intentaba quedarme dormida sentí crujir las paredes de mi habitación. Me sorprendió cómo recibí ese chasquido estridente en mitad del silencio de la noche cerrada. No estaba sola. Mi casa me hablaba.Este refugio al que últimamente vuelvo con urgencia me decía que estaba ahí, acogiéndome, después de todo. Y sentí mi casa como mi gran aliada, la que me escucha y me entiende. La que me ve llorar y sufrir cuando nadie me ve. La que sabe quién soy y cómo me siento. Un crujido como un abrazo invisible y sonriente.

Y quizá sea que últimamente siento tanto frío y tanto vacío que las cosas salen a mi encuentro para recordarme que existe la belleza y la armonía. Para que no olvide que, si un día supe ser feliz al disfrutarlas, otros días más plenos pueden llegar. Aunque a mí ahora me parezca imposible. Y me asaltan y me estremecen cuando menos me lo espero.

Ese crujido de las paredes de mi habitación.

El aroma indescriptible que inunda la cocina al partir una naranja nueva,
con sus tonos agridulces, cargados de melancolía,que me transportan a mi niñez y al calor del invierno, en mi casa, al lado de mi madre que cosía mientras escuchaba Radio Intercontinental con Enrique Busián reinando en la publicidad. 


El amarillo intenso de las moreras
despidiéndose de sus hojas alegres y burlonas. El suelo lleno de ocres, tapizándolo de luz.


Las luces, los brillos, el anticipo de la navidad que nada significa como hito religioso,
pero que inevitablemente me instala en el calor y la ilusión de un mundo que ahora quiero recordar como armonioso y feliz.



Cada emoción me parte en dos. Llena de ternura me deshago en añoranza y ando despidiéndome de un mundo de algodón que sé que tuve y ya no está. Un algodón placentero y cálido que representa el regazo de mi madre
y yo descansando en él, abrazada a él, como si no hubiera dolor ni final.