miércoles, 9 de febrero de 2022

Adiós, papá

 Hola, papá.

Tú y yo nunca hemos hablado. Increíble. Pero así es. Nunca de nada importante. Nunca de verdad. Triste pero real. No tuvimos una gran relación hasta que nació mi hijo y pude recuperar al padre que no fuiste en el abuelo incansable, incombustible que has sido. 

He conocido dos amores incondicionales y uno es el tuyo hacia mi hijo. Lo adorabas y has estado en cada minuto importante de su vida, sin perderte nada. Has sido su "manager" y su más ferviente admirador. Mi hijo era razón suficiente para la vida, para la alegría. No necesitabas nada más: estar con él era tu religión.

Y así pude yo recuperarte y reconstruir un cariño que como padre no supiste sostener.

Te has ido de sopetón y ha sido un "manotazo duro, un golpe helado". Tenías una mala vida porque no podías hacer nada por ti mismo y porque tu mente ya no respondía a tus deseos. Pero todavía pasábamos buenos ratos o yo así lo intentaba. Y teníamos nuestro ritual de bromas, frases repetidas, risas y "alegría".

Has vivido años muy duros. Para mí, los peores de mi vida, sin duda. Sin podértelos evitar, intenté con todas mis fuerzas aliviártelos. Creo que te has ido sin comprender hasta qué punto luché por darte una buena vida que tú no supiste prevenir.

He sido feliz estos dos últimos años de mierda y de pandemia. Porque te pude sacar de aquel lugar que me descomponía el cuerpo y el alma y te he podido ver en casa, tranquilo, cuidado, a gusto. Cada noche que me despedía de ti, sentía la tranquilidad de verte en tu cama, entre tus sábanas, como un bebé satisfecho.

Ya nunca más podremos tener esa conversación que siempre me dejaba sonriendo: 

- Adiós, Manolín

-¿Te vas?

-No, ¡te vas tú!

-¿Yo?

-Sí, ¡a dormir!

Y nos reíamos...

Voy a echar de menos tu puntuación y tu sola presencia que, a pesar de lo mucho que necesitabas, nunca era exigente ni apremiante.

No sé si tú me echarías de menos porque no me aguantabas. Hasta eso me hacía gracia. Hacía mucho que no recordabas mi nombre. Yo era la jefa y, un poco por eso, me odiabas. Y por alguna cosa más que te has ido sin entender.

Yo me quedo con varias astillas clavadas en el corazón. Algunas son auténticos palos, pero  ni tú ni yo somos responsables de ellas. 

Te pido perdón por todo lo que haya podido hacer mal, lo que te haya hecho daño y te haya hecho sentir desprotegido. No es hora de echar cuentas. El amor a mi hijo las puso a cero.

Me quedo con el disgusto de no haberte dado la última milhoja por un enfado ridículo, prepotente que expresa mejor que nada el nivel de desgaste e inquietud que tengo.

Y con el dolor de verte sufrir las últimas horas. Tú, que nunca te quejabas, estabas inquieto y mal y no pudiste remontar. Era un malestar profundo que no presagiaba tu muerte y ha caído sobre mi alma cansada como la losa que ya es. Al menos tu destino, en este último momento, ha sido lo menos despiadado posible y te has ido rápido, sin sufrir mucho.

Y el dolor de no tenerte de la mano en el último aliento.

                                                                              Me hubiera encantado que te fueras como ese bebé al que despedía cada noche, y que te hubieras ido un poquito más tarde. Me hubiera encantado poder regalarte un verano más, al sol, rodeado de personas que te quieren. Pero no ha podido ser.

Nunca pensé que me dejaras un hueco tan grande. Gracias por hacerlo posible, sembrándolo de amor hacía mi hijo.

Adiós, papá

El perrito

 Yo tengo un perro. Una cosita peluda y pequeña que acompaña mis días como una sombra. Siempre ahí, desapercibidamente.

Yo tengo un perro y como las vivencias mágicas que casi no te crees, te da miedo verbalizarlas por si el mal destino que siempre acecha, las descubriera hechas palabra y las quisiera  hacer explotar como desaparece el espejismo de una pompa de jabón al tocarla.

Yo tengo un perro y cada mañana le doy gracias a la vida por permitirme tener en ella una experiencia única. Como lo es enamorarse o tener buenos amigos.

Yo tengo un perro y tengo mucho más. Un perro puede parecer poca cosa. Un capricho. Una opción. Una simple ocurrencia.                      LO que puede parecer y lo que es...                                                    Mi perro , cada día, me recuerda lo importante.                                  Él, que nada pide y pasa horas enroscado adormilado, es como un cincel que define la auténtica vida en firmes trazos.

El trazo de no esperar nada 

El trazo de estar ahí siempre

El trazo de una mirada profunda que te protege

El trazo de la compañía sin más

El trazo de lamerse las heridas sin molestar

El trazo de disfrutar de la serenidad de un baño de sol

El trazo de confiar

El trazo de disfrutar con los demás, simplemente así: estando con los demás.

El trazo de vivir a pierna suelta sin porqués, sin más.

El trazo de la alegría desmedida por ser, por estar

Yo tengo un perro y la vida se endulza y expande gracias a él. La vida de todos los que lo disfrutamos.


Miko, pequeño perrito, estás aliviando muchos corazones sólo con estar cerca de ellos. Corazones cansados que se saben en la recta final y que, muchos días, no encuentran motivos para la alegría y se  topan con ella de sopetón cuando te abalanzas sobre ellos moviendo tu colita como si no hubiera nada más importante en la vida que dar círculos emocionados alrededor de ellos. Y los cuidas, les das todo el cariño que necesitan y les permites expresar su amor, su gratitud, que el pudor frena entre humanos.

Miko, el perrito, un abuelo se nos ha ido. Eras su amigo. Has pasado muchas horas de su vida anclado a la silla de ruedas que era, desde hace años, sus piernas. Dejando pasar las horas, tomando el aire, respirando juntos y viendo la vida pasar a su lado. Has pasado muchas horas debajo de su silla, esperando alguna recompensa en forma de trocito de comida que podía  caerse de sus ya, torpes manos. Has pasado muchas horas encima de él, en la cama, dándole los buenos días a lengüetazos, dándole calor entre sus piernas hasta que llegaba la hora de enfrentar el día.

El abuelo llevaba años perdiéndose a sí mismo. Perdiendo los nombres, las palabras. La movilidad, la autonomía. La mente. La vida. Por eso no recordaba tu nombre y preguntaba por ti , por el perrito, cuando no te veía. Y te hablaba. Y en ese otro mundo paralelo en el que habitaba no olvidaba que te encanta la manzana y te animaba a pedírmela.

Miko, has sido su escudero y lo protegías cuando las personas se acercaban a sus silla, como si supieras que él no podría hacer frente a una agresión y te anticipabas con tus ladridos para alejar esos posibles peligros. 

Ya nunca más podrás hacerlo. Y lo sabes. En tu corazón sabio y más cálido que el de muchos humanos sabes que el abuelo está pasando por algo que no te gusta. Y lo echas de menos. 

Y , como todo lo que haces, sabiamente, sin molestar, lo esperas pacientemente para recordarle que no hace falta estar presente para estar y que él estará aunque no esté y lo seguirás acompañando, protegiendo y queriendo desde este mundo que creas, haces tuyo y da tanto sentido al nuestro- absurdo, egoísta, exigente- que tiene la suerte de tenerte cerca para que nos recuerdes todo lo que el amor puede hacer con una simple presencia.



Seguro que tú ya lo sabes, Miko, porque los dos tenías un lenguaje secreto y os entendíais. El abuelo te da las gracias por tanto... Y yo también por tanto, tanto...

Miko jamás se puso debajo de esa silla mientras mi padre vivía. El día de su muerte, mi chico se lo encontró ahí. Velándolo. Echándolo de menos y diciéndole que él estaba a su lado por lejos que estuviera. Las personas que no quieran entender que los perros son seres especiales que nos hacen mejores y nos ayudan a vivir, se pierden un don de la vida. Las personas que no vivan el amor de un perro, su compañía y su sensibilidad, no sabrán lo que es un corazón completo. Las compadezco. 

Miko sabía que mi padre tenía una vida demediada, que estaba en inferioridad de condiciones, que sufría. Y lo acompañaba y lo protegía. Y lo hizo hasta el final. Todavía lo hace.Miko ha cuidado y acompañado a mi padre mucho más que personas que dicen quererlo mucho. Muchísimo más.

 Y a mi este perro no me cabe en el alma. Me la limpia, me la sana, me desborda de emociones bonitas y simples que me hacen ser mejor humana, cada día.

Repito, Miko nunca se tumbaba ahí cuando mi padre podía ocupar esa silla, su silla.Nunca. Ahí tumbado, esperando, despidiéndose me lo devolvió por un instante. 

Desde que Miko está en mi vida, creo en los milagros. Y mientras Miko esté en mi vida, yo querré seguir a su lado.