miércoles, 30 de septiembre de 2015

El dolor del dolor

Una lee este titular y se queda clavada
Tienes que leer esta noticia para poder asimilar lo que significa. 
Porque es antinatura. Porque la muerte siempre lo es. Inaprenhesible. Absurda. Devastadora. Pero la muerte de un hijo no tiene ninguna cabida, ningún asidero. La vida con un hijo muerto no es vida. Debe de ser otra cosa. Pero vida no. Estoy convencida. No puede haber nada más terrible.
¿O sí? Tal vez sí. Bueno, al hilo de esta noticia, de la petición desesperada de estos padres es seguro que hay algo más horrible que la muerte de un hijo. El sufrimiento sin futuro y sin descanso. 

Ver sufrir a un hijo sin esperanza es peor que la muerte. Porque no sabemos mucho de la muerte salvo  que no hay nada y con la nada, sabemos que no hay tampoco dolor. Y el dolor de perder un hijo se amortigua si ves que él no sufre y que puede descansar.

Descanse y se vaya en paz Andrea . Aquí se quedarán unos padres rotos, que nunca más serán los mismos y que verán en la muerte de su hija la puerta hacia otra vida menos dolorosa. Por lo menos, la del dulcísimo recuerdo que ellos tendrán de ella. Esa vida en su corazón no se la arrebatará nadie y allí, ella estará siempre viva y sin dolor.

jueves, 17 de septiembre de 2015

La patria

Sintiendo repugnancia por lo que somos, vemos en las últimas semanas, cadáveres de niños ahogados en la playa; rios de personas, huyendo a pie, sin nada; zancadillas inhumanas que humillan gratuitamente; vallas, gas pimienta...el horror.

Nadie atraviesa países y mares a pie,o en barcazas, con lo puesto, poniendo en riesgo su vida, si no está huyendo de un monstruo mortal.

Nadie quiere usurpar la patria de nadie. Todo el mundo quisiera poder vivir en paz en su patria. 

La patria es el corazón.
Y el corazón se teje de recuerdos, de olores, de colores, de sonidos y de luces. La patria mama de las horas compartidas con los seres queridos y de los descubrimientos en cada experiencia. La patria es la mano de tu madre caminando entre la tuya y la sonrisa acuosa de tu abuela al verte. El olor a mandarina, a lapicero, a pimientos fritos. El eco de una copla o el viento entre tu pelo de camino a casa en un día otoñal. La música de un anuncio o un programa de radio. Las paredes, los árboles, las personas. 

Y en esa patria que es el corazón, hay corazones que son ángeles y amparan y dan vida. Y ponen la esperanza donde antes había miseria y asco. Y podemos volver a seguir.

Virginia  recibe la llamada de una compatriota desde un hospital: hay ingresado un chico venezolano en coma. De repente. Y está completamente solo. Su madre no tiene medios para venir.
Virginia se moviliza y no duerme y llora; y comienza a hacer llamadas. 
Y no duerme y consigue que se movilicen más personas y llora. 
Y no duerme y consigue que esas personas logren que una compañía aérea le pague el pasaje a la madre del muchacho y llora. 
Y no duerme y consigue que en el hospital la dejen entrar a la UCI con un flautista y ya no llora.Ahora extiende su sonrisa por toda la sala y blandiendo su cuatro y toda su ternura, canta y susurra a esa persona que no conoce pero por quien lleva dos noches sin dormir. La madre del chico llega en ese momento y desbordada por tanto,  rompe aguas como queriendo parir todo su amor y todo su agradecimiento y ahogar todo su miedo y su pena.

Virginia, llamada por "su patria", ha conseguido lo imposible. Ahora la madre de este chico estará acompañada por ella y por el "ejército de voluntarias" que la siguen en esa cruzada en la que ella se deja la piel, haciéndonos sentir a todas muy pequeñitas a su lado.

Virginia llamada por "su patria" ha puesto las cosas en su sitio. Ha puesto a una madre rota de dolor y preocupación, en el único sitio en el que debe estar: al lado de su hijo enfermo. Y ahora pasará lo que tenga que pasar. Pero con las cosas en sus sitio todo será diferente. Y queremos pensar que él, en su coma, sentirá el amor de su madre para despertarlo y la música que Virginia le llevará, como un lugar al que aferrarse. Y se sentirá en casa, en la única patria que debería existir: la del corazón acompañado en los momentos difíciles sin pararnos a pensar en fronteras o dificultades.

Hace tiempo se pusieron de moda unos colgantes que se llaman "llamadores de ángeles".
A mí me debe de haber tocado uno invisible con la propiedad mágica de poner en mi vida un ángel portentoso.
Se llama Virginia. Y hace milagros.



martes, 15 de septiembre de 2015

En un hermoso jardín

El nombre de esta asociación no es un nombre cualquiera. No es una forma de hablar. Música en Vena, se cuela en tu vida y estás contagiado para el resto de tu existencia. Y la llevas puesta cada día y en cada momento. En vena. 
Y como no me canso de repetir, MeV es un prodigio. Porque hace milagros. Invisibles, pequeños; pero transformadores. A cada uno de los que participamos en ella. Estoy segura.

A mí me ha regalado algunos de los mejores momentos de este último año. Y me sigue haciendo regalos cada día. Y a veces encadenados.
Como ayer que después de disfrutar de Sunnare, me llevo de la mano de un grupo de mujeres extraordinarias y divertidas a un torrente de delicadeza, creatividad y riesgo, muy afortunado. 
Estuvimos aquí
Y fue una noche increible.
A menos de medio metro de los pianos pudimos sentir el latido de las cuerdas en nuestro propio cuerpo.
Las manos de Alexis se deslizan por el teclado y Alexis se transforma.
Bach entra en él y se deja llevar; emocionada, apasionadamente. Bach, la magia de Bach, en las manos de Alexis...y todos volamos con él.




En medio de ese vuelo, el piano de Iñaki comienza a dialogar. Y Bach sigue siendo Bach pero con mil matices y colores. Nos arrebata. Hasta nos asusta. Es arriesgado este duelo en el que no hay rivales. 

Y la noche y el café central se convierten en un mundo nuevo donde casi es necesario cerrar los ojos  para asimilar y absorber tanta maravilla.Y el Jazz se hizo nombre y se llamó Bach.*
 
Me he puesto a escribir sabiendo que es una entrada frustrada. Lo sé, pero escribo. Intentando capturar lo inefable con un puñado de palabras. Imposible. Imposible explicar la sucesión de  matices, encuentros, desencuentros, sorpresas y emociones que nos hicieron vivir estos dos magníficos pianistas. Inefable. Las palabras a veces son muy pequeñitas y lo saben. Pero no les importa arriesgarse y hacerse ver mínimas. Así, tal vez, puedan reflejar lo extraordinario de lo que quieren expresar y no pueden. Las palabras son arriesgadas. Como la música que ayer nos regalaron Iñaki y Alexis.*
 
 Y cuando uno arriesga, a veces gana. 
Ellos ayer ganaron por partida doble. Por todo lo que  nos hicieron disfrutar y sentir; y por la terrible envidia que sembraron en nosotros al verles crear y gozar de un mundo propio y personal, meterse "en un jardín" e instalarnos a todos en  un hermoso paraíso. Como dioses juguetones que se atreven a tocar el corazón de un puñado de agradecidos y simples mortales.

Gracias.



*Perdón por la calidad de los vídeos, pero ante lo inefable del espectáculo quería ofrecer algunos botones que dieran una muestra de lo que fue.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Las últimas veces

Rosa Montero, en su último libro, continúa con ese mundo de ciencia ficción en el que su protagonista es una replicante. Rosa,que sabe que hay otros mundos y algunos infiernos pero que están en este, constriñe a su personaje en un tiempo limitado, con fecha de caducidad. Cada replicante sabe el tiempo de vida que tiene, la fecha exacta, y la ve aproximarse  sin poderlo evitar. Terrible. Una tortura que, en general, la vida, la nuestra, ésta que tanto nos cuesta a veces vivir y entender, nos evita. 

Sería horroroso conocer esa fecha con días y segundos. Sería casi insufrible ver cómo se acerca. No sé cómo nos haría comportarnos o cambiar. Tal vez tuviera algo positivo vivir esa tortura.
El sabernos finitos pero no con fecha exacta de caducidad nos permite no ser conscientes de "las últimas veces".  Y eso, a veces, puede que nos escatime la posibilidad de empaparnos de esa última vez, de vivirla a manos llenas, de saborear cada segundo con la intensidad que se merece. Pero también nos ahorra la infinita tristeza de la despedida para siempre.

Por fuerza del calendario, yo me creo muy cerca de algunas últimas veces. Y me pregunto cuántas más podré disfrutar de algunas cosas únicas. 
Ahora recuerdo y entiendo las lágrimas de mi abuela cuando nos despedíamos del verano pasado en su compañía. Mi abuela se preguntaba si esa sería nuestra última vez y lloraba. Yo, niña, no entendía por qué se ponía tan triste cuando la eternidad de estar juntos se posaba en el horizonte cercano de seis meses, los que tardaría en llegar la semana santa. Ahora sé por qué lloraba y qué temor la acompañaba.

Ayer dí el que podría ser el último paseo con mi padre por un campo sereno y hermoso bañado de una luz maravillosa del atardecer. Mi padre está enfermo y la enfermedad avanza y se apodera de sus músculos, de sus piernas. Yo lloraba como mi abuela, pero por dentro. Viviendo cada segundo como un tesoro doloroso y único. Tal vez sea la última vez.
Miraba el campo, ajado, exhausto del verano caluroso y de tanto trabajo... Los rastrojos se entregan a la luz del atardecer y brillan como un campo sembrado de rocío. Te deslumbra uno y  lo sigues con la mirada descubriendo a todos los demás. Como en esos sueños en los que encuentras una moneda y en cuanto miras alrededor no das abasto porque todo se halla bañado de cientos de ellas.Brillos dorados que descansan en la tierra , sin preguntarse ni lamentarse.  Son los restos desvaídos de la plenitud de la cosecha, son los restos que quedan tras el final, tras la despedida. Pero son unos restos tan hermosos... Sólo hay que querer mirarlos,  dejar que el sol los ilumine, que algo mínimo y residual se convierta en un campo de dorados brillos maravillosos.


Eso quiero yo para los restos después del final. Iluminarlos con la intensidad de los recuerdos que voy recopilando. Y me pregunto si seré capaz. Si podré soportar tantas despedidas que me esperan y que harán que mi vida sea un campo de rastrojo.

Mientras tanto, vivo muchas "posibles últimas veces" y las disfruto con ansia. Me pregunto cuántas veces podré seguir viviendo esto, cómo será cuando llame por teléfono y no me conteste esa voz, cómo será cuando llegue y ya no esté su sonrisa, con qué llenaré el vacío de su ausencia, cómo podre respirar ese aire que ahora llena ella, cómo podré sentir el calor de esas paredes que están llenas de ella...
Por eso cada segundo es una vida, una emoción. Y me pregunto si tanta emoción me permitirá iluminar los rastrojos de mi alma cuando ya no me quede nada más.