miércoles, 27 de mayo de 2015

De vuelta a casa

Acostada al lado de la persona con la que ha compartido su vida, gimiendo, agarrada a su brazo inerte, mi tía intenta descansar. Se queda dormida al lado de su marido quien lleva enfermo, semiinconsciente, sin comer y a ratos agitado, tres días. Mi tío lleva muchos años enfermo, impedido y con la cabeza perdida. Ha llegado el momento de descansar. Aunque mi prima le cuida primorosamente, como si hubiera futuro y de algún modo, le retiene y se resiste a verle marchar. En julio cumpliría 90 años.

Mi tía se aferra a su brazo como para no dejarle ir a ninguna parte. No quiere que se lo arrebaten.
 Y al tiempo se acurruca sobre ese brazo como una niña perdida que recupera en esa mano el camino a casa.
Mi tía se duerme así, rodeada de gente y agarrada a la mano de quien ha sido su vida. Y tal vez sueñe con esa vida larga juntos, con los primeros momentos difíciles y todos los demás llenos de vida y de fuerza. Porque mi tío era un persona explosiva, arrasadora. Verle así, como le hemos visto estos años de enfermedad, ha sido difícil. Mucho más lo habrá sido para él.

Hacemos un viaje rápido para despedirnos de él.
El campo está hermoso, como siempre. El calor temprano ha secado las espigas todavía sin cuajar y sus rubios balanceos arremeten contra la tierra rojiza y fértil que recorta un intenso cielo azul luminoso. En un "piazo", las amapolas han inundado la tierra como un manto de sangre.
La vida corriendo por las venas de la naturaleza, recordando lo que somos: un milagro finito.





Hemos de ir despidiéndonos de nuestros seres queridos,
de esa casa encalada y luminosa que era la vida donde nuestros mayores nos guiaban y protegían, donde todo estaba donde debía estar y era el tiempo de la risa y la despreocupación. 

Ahora nos toca cuiadarlos, arroparlos en ese momento frío que debe de ser sentir, saber, que los días son ya horas y la vida una pesada carga que se termina. 

Nos toca armarnos de coraje y con esa impuesta armadura esperar la muerte como si no fuera una falla que nos parte por la mitad y nos lanza a otra vida más inhóspita y seca. Nunca queremos recibirla, nunca es tiempo para ella. Sin embargo sabemos que el sufrimiento inútil, la agonía sin destino no tiene sentido. Y sabemos que es mucho mejor que descanse en paz. Por más que nos emocione verle abrir los ojos, acompañarnos con su mirada perdida y vaga que ya no sabemos si ve ni está.


Se nos resquebraja la casa y nunca más volveremos a ser los mismos.








La vida es descansar al lado de los que quieres y amarrarte a ellos para  recuperar el camino de vuelta a casa, al corazón.
La vida es afrontar la muerte, esperarla amarrados al amor hasta el último aliento. Como conjurándola o al menos haciéndole ver que ella no nos asusta porque estamos de vuelta a casa.Y en casa, en nuestro corazón, ella nunca podrá entrar por mucho que nos lo arrase de tristeza y de vacío. 

En ese sueño amarrado de mi tía supe que yo también quiero dormir así y esperar el final anclada a las personas que me han dado tanto y sin las que no puedo pensar la vida.

Mi tía me ha enseñado todas esas cosas este fin de semana y ella, que no lo sabe,  así se lo ha dicho también a esa muerte que espera aferrada a la mano de "su vida "que languidece ya para siempre.