domingo, 28 de abril de 2013

Somos los mismos


Ayer estuve en una cena en la que nos reunimos antiguos alumnos del colegio en el que crecí. El grupo no fue nutrido y , por supuesto, ya nada sabemos unos de otros salvo algunas excepciones. Había personas con las que he compartido partes muy importantes de mi vida, experiencias únicas.


         
                                      



                                   
  Pero muchos, no pertenecían al  grupo con el que pasé todas las horas de mi adolescencia. No importaba. Para mí es sorprendente y muy gratificante reencontrarme con gente que constituyó un paisaje en mi vida (quizá el más importante) y poder hablar con ellos como si no hubieran pasado..... los años (pa´qué vamos a especificar). 

           Son momentos para el recuerdo, para la anécdota, para la risa y la alegría. Cada uno carga con su maleta de frustraciones, de triunfos, de amarguras y de plenitud. Pero ayer era el momento para la alegría: estábamos allí, mucho más viejos, sí ¿y qué? Todos reconocíamos a los chavales que fuimos y todos nos consolábamos al comprobar lo mucho que habíamos cambiado y , sin embargo, que eramos los mismos. Porque así es: somos los mismos.

Mirad, si no
<  
(jajajajajajaj Me parto: no he podido editarlo derechito. ¡Hala! a estirar el cuello o darle la vuelta al ordenata jajajajajaj)

        Se nos amontonaban las preguntas.Ahora estabas aquí, con este grupo, y luego en el otro; y las conversaciones saltaban, fluían y se desvanecían y todo y nada se quedó en el tintero y teníamos ganas de disfrutar, de reír, de compartir. Por eso, claro, compartimos también algunas tristezas. No muchas porque la noche nos pedía otros tipos de emoción. Pero estábamos allí para volver a ser aquella pandilla con la que, inevitablemente, compartíamos nuestras penas y nuestras glorias y volvimos a ser aquellos adolescentes que necesitaban la risa y el abrazo, la mirada cómplice del otro, la tranquilidad de sentirse en casa y descansar.            Y en esa complicidad, en la necesidad de ser quienes somos y salpicadas de risas y de guiños, aparecieron  nubes negras.  Algunos de nosotros sacó de su corazón lo que le ha pesado y le pesa y nos demostró que él era el que fue y, a la vez, otro muy distinto. Pero sobre todo nos demostró que alguna vez fuimos muy importantes unos para otros y que en unas horas podíamos recuperar eso (Gracias, Prada).



A mí me estalló, como si se me hubiera hecho añicos el vaso que llevaba entre mis manos, la noticia de que uno de nosotros había muerto. Hace más de treinta años  que no lo veía, ni sabía nada de él; aunque, curiosamente - y  para mí estás "curiosidades" son muy significativas- a través del "libro facial" yo le había encontrado y me había interesado por él no hacía mucho tiempo. Javier Montejo. De manera fulminante, como si hubiera un mecanismo traidor o tremendamente humano y perceptivo, me llegaron en tromba los muchos momentos que compartimos Javi y yo. Creo que en un momento muy, muy lejano fuimos amigos, aunque después nuestros caminos se separaron para no saber nada en absoluto uno del otro y pasar a ser un simple recuerdo. Pero parece que no tan simple, porque algo se congeló dentro de mí cuando me enteré.  Y eso me confirmó que, efectivamente, ya nada somos ni nada significamos en la vida de nuestros compañeros y, sin embargo, sin nosotros saberlo, ellos forman parte de lo que somos y todavía nos estremecen con su cariño o con su ausencia.


         Por el momento vital en el que estamos,  todos nos enfrentamos con la dura realidad de ir perdiendo parte de lo que la vida nos ha ido dando. En esta cuenta atrás es inevitable reflexionar y sentir cierto vértigo ante el paso del tiempo (excepto algunas personas inteligentes que saben cómo esquivar estos abismos inquietantes e inútiles. Pae, siempre aprendo algo cuando estoy contigo. No sé si lo sabes, pero eres una "monstrua" en inteligencia emocional - en la otra también-). 
        En medio de ese vértigo, la muerte aparece como la gran sombra que no acabo de aprehender. No acabo de asirla, se me escapa o la huyo, no sé. Tal vez  porque, afortunadamente, no he tenido que enfrentarme a ella de manera directa. Tal vez porque mi cobardía me lo impide. Tal vez porque es un concepto  desconocido y maquillado, que choca tan frontalmente con la fuerza de la vida, que es imposible acabar de entenderla o aceptarla.

        Sin embargo, estoy empezando a pensar que es posible que lo único interesante de envejecer sea que acabarás aceptándola como el descanso necesario. Quiero pensar que en esa acumulación de achaques- carrera en la que ya estamos- y en la pérdida tan dolorosa de los seres queridos, vamos a ir encontrando esa sombra, como una posible luz en la que descansar y reencontrarnos con quienes ya se han ido. No pienso en el paraíso, ni en otro mundo feliz. Simplemente en la idea de recorrer un camino en el que otros se me adelantaron y al que ya no tendré miedo porque ellos ya estuvieron allí y sentiré que me están esperando. Descansar y recuperar la sonrisa de  todos a los que amé y ya no están...Desde esta perspectiva, no me parece  ya tan horrible el punto y final. 

Hasta que llegue, que espero que sea muy, muy, muy, muy, muy, muy,muy,muy,muy tarde, intentaré impregnarme de la vida a bocanadas intensas, aprendiendo a disfrutar de las pequeñas cosas que son las más grandes. Pequeñas cosas como recuperar en una mirada de complicidad de un compañero a quien no veo en años, el cariño y tantas cosas.



Brindemos chicos, por los que no están ya y por muchas noches como la de ayer.









Tejo, espéranos con la moto a punto para cruzar otros senderos.Un beso donde estés.

En recuerdo de Javier Montejo, aunque él fuera un rockero y disfrutara de otras músicas (pinchar aquí)


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por acompañarme.