jueves, 10 de abril de 2025

BOMBAS DE RACIMO

Existe la palabra, la literatura.

Quizá sólo para lo inefable.

Quizá sólo para poder transitar por algunas emociones.

Existe la palabra y quedarse sin ella.

Quedarse sin ellas agolpadas en los ojos,

en los pulmones

en el corazón.

Atoradas como en un amasijo,

esquirlas esparcidas en las que 

 se convierten los muñones 

tras pisar una bomba de racimo.

El vértigo, justo antes de la explosión

El ruido imposible mientras no crees lo que ves

Recuperar tantos momentos en un segundo

Querer abrazarlos, abrazarle

El horror de la ausencia hecha realidad

La realidad del vacío ocupada por esa bomba

No saber qué hacer con todo eso.

Sólo sentir ganas de abrazar.

Lo que fue.

El dolor.

La ausencia.

¿Es posible recomponerse después de vibrar con una bomba de racimo?

Acudir  al dolor del futuro evitado,

como la gran huida.







Ayer pasé dos horas en la sala de espera de la consulta del médico con mi padre.
No podía dejar de mirarlo.
    No podía dejar de necesitar abrazarlo.
No podía entender qué estaba viviendo y 
qué me estaba intentando decir la vida. 





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