Existe la palabra, la literatura.
Quizá sólo para lo inefable.
Quizá sólo para poder transitar por algunas emociones.
Existe la palabra y quedarse sin ella.
Quedarse sin ellas agolpadas en los ojos,
en los pulmones
en el corazón.
Atoradas como en un amasijo,
esquirlas esparcidas en las que
se convierten los muñones
tras pisar una bomba de racimo.
El vértigo, justo antes de la explosión
El ruido imposible mientras no crees lo que ves
Recuperar tantos momentos en un segundo
Querer abrazarlos, abrazarle
El horror de la ausencia hecha realidad
La realidad del vacío ocupada por esa bomba
No saber qué hacer con todo eso.
Sólo sentir ganas de abrazar.
Lo que fue.
El dolor.
La ausencia.
¿Es posible recomponerse después de vibrar con una bomba de racimo?
Acudir al dolor del futuro evitado,
como la gran huida.