lunes, 5 de marzo de 2018

Estupefacción

Esta mañana, Miko y yo nos hemos encontrado con una de sus amigas, Coca. Me olía las chuches que llevo en el bolsillo. "Era una perra policía y detectaba "sustancias", tiene el olfato muy desarrollado". Me han dicho. "Huy, yo estoy estupefecta; pero estupefacientes no llevo, Coca" le he dicho. Las personas que estaban en el grupo no han debido de entender la gracia de mi gracia. Porque como gracia no lo es mucho a no ser que sepas lo muy estupefacta que estoy.
No recuerdo haber sentido algo tan intenso en otro momento de mi vida. Como de no entender nada a mi alrededor. 
Estupefacta perdida.
Y asustada.
Asustada porque intuyo que soy una poderosa fuerza que impulsa al motor de este monstruo. En la más absoluta inconsciencia. 

Hoy intentaba entender el fenómeno de las "bloggers". Cómo se llega hasta ahí y cómo se puede vivir y ser "una estrella" siendo "blogger".A esta estupefacción, una de tantas, se sumaba el hecho de que varias se han suicidado. ¿De pura presión? ¿O tal vez, de pura estupefacción? Yo lejos de alejarme de ella,de la estupefacción me sumerjo más y más. Como pesados pies de plomo en arenas movedizas.
Y entonces comienza el temor. Yo leyendo esas noticias, perdiéndome en ese marasmo, alimento al monstruo. Sin saberlo. Sin quererlo. Me asomo. Miro y ya he alzado su precio en el mercado. Un simple click ya no es inocente. Por muy inocentemente que lo pulses.
Y entonces crece la ola y me doy cuenta de que, seguro, que con muchos de mis actos diarios, cotidianos, incorporados a mi día a día, alimento muchos monstruos. Sin saberlo. Sin quererlo.
Pero todo es posible porque yo y todos los otros como yo, nos movemos dando cuerda a todos esos relojes injustos, absurdos, aparentemente inocentes.
Y no sé por qué, en mi estupefacción, me he sentido una maquinista que conducía trenes de ganado, cargados de gente hacia un destino incierto. ¿Da igual transportar ganado que gente en condiciones infrahumanas? Era su trabajo. Lo que le daba de comer. Era su obligación. Se lo decían los superiores.
¿A cuánta gente matamos con lo que nos da de comer, lo que vestimos, lo que nos transporta, lo que leemos, con lo que guasapeamos o vemos en la televisión? 
¿Cuánta vida quita nuestra vida?
Si miramos nuestro móvil y vemos "coltan" y sangre, al cogerlo, nos quema. 
Por eso, quizá, no queremos mirar. 
Como tanta gente ha hecho siempre. No querer ver debe de ser la única forma de poder vivir serenamente.
¿Es eso vivir?



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