Como espejos huérfanos relucen al sol,
desnudos ya de la flor de algodón que los coronaba.
Hermosos cálices , ya sólo de espinas,
que nacieron férreamente acurrucados
sobre sus duras hojas puntiagudas,

para irse abriendo en un hermoso morado.

Nadie los quiere y a mí se me antojan joyas intocables
que jalonan mis paseos, orgullosas de saberse lo que son y lo que provocan.

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