Esta es la última competición de este tipo de Raúl.
Este año se cierran algunas etapas en su vida. En la nuestra. Supongo que voy a echar de menos muchas cosas. La emoción de acompañarle, de verle nervioso, de verle superarse, de verle satisfecho con sus medallas, de verle apoyado y apoyando a su equipo, de verle aceptando sus derrotas, de verle en el podio, de escuchar su nombre al subirse en él...
Esta es la última y por ello, si cabe, más emocionante y con una pizca de melancolía anticipada.
Ayer, miraba a mi alrededor y me sentía dichosa. Mis padres a mi lado disfrutaban cada segundo de una mañana larga y llena de bullicio y calor en la piscina (incluso aunque crean estar viendo a Raúl nadar y sea otro niño, como ayer).Mi padre estaba feliz de haber cancelado un viaje que tenían para estas fechas que le hubiera impedido ver a su nieto en esta última competición.
Yo, podía observar a mi hijo y animarle y verle participar en algo que le gusta y que hace bien.
Parece algo baladí, pero no lo es. Mi hijo pasa su vida fuera de casa y yo no puedo verlo en su salsa. No puedo animarle ni verle disfrutar o sufrir.
Migajas de felicidad que hacen de la vida un pan tierno y humeante del que algunos desencuentros propios de la edad (al parecer), impiden saciarme.
Las recojo con las yemas del corazón y las conservo aquí, arropadas de palabras y de todo mi amor.
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