Ayer, las miradas tristes de unas niñas apagadas nos despedían así. Tristes, pero bajo los dinteles de las puertas de su habitación, para saborear una despedida que, solo instalada en la esperanza, quieres alargar.
Ayer, Charly, Pablo y Raúl llevaron toda su entrega y su pasión a una sala en la que algunas niñas llegaron a regañadientes y en la que todas se encontraban sin muchos ánimos ni ganas de mucho.
Ellos con sus canciones las hicieron tararear y salir, por unos instantes, de esa nebulosa que es, en estos momentos, su vida.
Estaban todos unidos por ese hilo mágico de la música. Se sabían todas las canciones y compartieron un lugar común en el que no había diferencias.
Compartir, emocionarse, sentirse en comunión...no creo que haya otra expresión de la vida más hermosa y más auténtica. Y esa fuerza puede ayudar a descubrir otras que están, ahora, muy silenciadas. Aunque no sea en ese instante.
Y esa tristeza que actuaba como un muro difícil de derribar puede enseñarnos que todos somos parte de lo mismo, que todos podemos visitar ambas partes del muro y que necesitamos que otros nos echen una mano para poder escalarlo.
Charly, Pablo y Raúl extendieron las suyas para que sus amigas de esa tarde se aferraran a ellas y montadas en su voces escaparan de allí y le cantaran a su voluntad que no están solas en ese muro.
Ellos, conmovidos, quieren repetir para cantar más fuerte e intentar ayudar a derribar esos muros. O al menos a agrietarlos.
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